La presión por mantenerse joven y atractivo a toda costa provoca midorexia, pavor a envejecer, un trastorno mental grave. Aprendamos a aceptar el paso del tiempo… ¿verdad Tom Cruise?
La midorexia o pavor a envejecer está considerada una epidemia, un trastorno mental grave. Según diversos índices, podría afectar a un 2,4% de la población general, hasta a un 53% de los que se someten a tratamientos de medicina y cirugía estéticas y en torno al 12% de los pacientes que son usuarios de servicios de dermatología. Envejecer es inevitable. De hecho es la mejor opción de las dos disponibles —la otra es la muerte,— pero, en muchas ocasiones, por la sociedad, por el mercado laboral, por la exposición a redes o por la falta de autoestima, cumplir años resulta un pecado y nos empeñamos en mostrar un aspecto más joven. El problema es cuando se convierte en una obsesión, un miedo irracional a la huella física del envejecimiento. Es decir, la midorexia.
La edad de la pesadilla
Con el aumento de la esperanza de vida, ha cambiado la percepción social de lo que se considera juventud: hoy a quienes tienen entre 40 y 50 años se les considera jóvenes. A esta edad, en los hombres se da un sentimiento de vitalidad, liberación, sabiduría, consolidación profesional, y surge la necesidad de volver a sentirse uno mismo, recuperar espacio dentro de la pareja, disfrutar de lo que se ha ido postergando. Y “trata de retrasar el proceso de envejecimiento”, señala Ángel Martín, director médico de Clínica Menorca, ubicada en las Islas Baleares españolas. “Cómo aceptamos el cambio de aspecto tiene que ver con rasgos de personalidad y confianza en uno mismo”, comenta por su parte la psiquiatra Rosa Molina. “Existe la creencia”, dice Juan Martínez-Mena, psicoanalista del Centro de Estudios y Aplicación del Psicoanálisis (CEAP), en Madrid, España “de que la apariencia de juventud física equivale a valía y éxito, mientras que eso de que se ‘note’ la edad es casi un fracaso personal”. “La midorexia”, explica Remedios Gutiérrez, psiquiatra, psicoanalista y miembro fundador del CEAP, “se podría tipificar como un subtipo de trastorno de la personalidad con rasgos predominantes de egocentrismo.
Su sintomatología principal suele ser pavor a envejecer y parte de un miedo profundo a la muerte que se traduce en un terror irracional a los cambios externos producidos por el paso del tiempo. Estos se tratan de disimular con procedimientos estéticos, y cayendo, a menudo, en el sobretratamiento; ejercicio, a veces, desmedido; dietas extremas y una forma de vestir y comportarse propia de generaciones más jóvenes, (los famosos chavorrucos). A nivel cognitivo, un midoréxico tiene un pensamiento distorsionado sobre su edad: se siente más joven de su edad biológica y busca llevar su sentimento al exterior”.
Pretty priIvilege
“En línea con el síndrome de Peter Pan, el perfil de una persona midoréxica es el de alguien arraigado firmemente en su infancia, con miedo a crecer y a aceptar los roles que le corresponderían por edad, llegando a afectar así a su desarrollo personal y sus relaciones sociales”, expone Martínez-Mena. Tras el miedo irracional a envejecer, además de un temor exacerbado a la muerte, está la presión social, que viene endiosando el hecho de mantener la juventud como logro supremo. Y es que la asociación juventud-belleza-éxito está en la base de este creciente problema de salud mental. En su epicentro, lo que los norteamericanos bautizaron como beauty privilege: numerosos estudios demuestran que a mayor belleza, juventud o delgadez, mayores posibilidades de acceso y ascenso laboral, de éxito social y amoroso.
Por su parte, Remedios Gutiérrez expone que “teniendo en cuenta que la lucha contra el paso del tiempo está perdida de antemano y que la única solución pasa por aprender a aceptar el cambio intrínseco al envejecimiento, el mejor preventivo para no caer en la obsesión es aprender a aceptar la huella del tiempo”. Sin embargo, Martínez-Mena lo tiene claro: “Hay gente muy vital que, con 60, se siente más joven en cuanto a energía, planes o ganas de vivir que, incluso, ciertos adolescentes. Pero una cosa es el espíritu y otra la apariencia: querer reflejar por fuera algo en contra de la biología es una batalla perdida. La juventud externa es mucho más que no tener arrugas o flacidez”.
A golpe de bisturí
Un estilo de vida saludable, una correcta alimentación, practicar deporte, acudir a revisiones médicas, el uso de la cosmética o la medicina y cirugía estéticas son herramientas útiles si sabemos utilizarlas. Eso sí, nunca como imperativo social ni contra la insatisfacción. Rosa Molina aconseja prestar atención a nuestro comportamiento. Si tras mejorar algo que no nos entusiasmaba surge una nueva preocupación que podemos ‘resolver’ con otro retoque, y tras este nos invade otra necesidad, cuidado: algo no funciona en la percepción de nosotros mismos. Es un efecto encadenado provocado por una mente insatisfecha. “Tenemos que saber aceptar el paso del tiempo. No podemos acabar con todos los defectos que vayan surgiendo.
Gran parte del éxito en la vida depende de nuestra capacidad de echar la mirada atrás y sentirnos satisfechos con lo que vemos”, explica esta psiquiatra. Hasta hace tres décadas, el acceso a tratamientos estéticos era residual, no un bien asequible como hoy. “Esto, sumado al bombardeo sobre medicina y cirugía estética actual, hace que la presión por comparación haya ampliado el radio de incidencia de la midorexia que, de a asociarse a los 40-50 años, ya alcanza a hombres de 30 e incluso 20 años, que recurren a procedimientos antiedad. Si un adolescente ve la medicina estética en casa, en las redes o en la calle como algo ‘normal’, en cuanto se note una arruguita va querer borrarla: ha aprendido que cualquier signo de la edad es negativo. La juventud cada vez crea más adictos. Se trata de un trastorno tanto psicológico como sociológico: la sociedad en pleno está obsesionada con la juventud, algo que desde las instituciones públicas deberían tratar de reencauzar”, razona Juan Martínez-Mena.
Terapia y prevención
La solución hay que buscarla en nosotros mismos, saber que la imagen que nos devuelve el espejo no es 100% real. “Tiene algo de imaginario, de ‘doble de nosotros’, y si no sabemos entenderlo, sufrimos”, leemos en El síndrome del espejo (editorial Debate) del autor Jesús. J de la Gándara, psiquiatra. “Una percepción distorsionada del rasgo físico que causa incomodidad: no se ve tal y como es en realidad, sino de manera exagerada, y produce una angustia excesiva”, apostilla la doctora Rosa Molina. Diversos estudios muestran cómo la insatisfacción con la imagen está asociada a baja autoestima, ansiedad, depresión y otros conflictos. El concepto que tenemos de nosotros mismos y la imagen que nos hemos generado va a depender de las experiencias que hayamos tenido a lo largo de la vida. “Cuando verse un pequeño ‘defecto”, arruga, atisbo de flacidez, genera ansiedad, malestar y ganas inmediatas de retocarse aunque suponga un gran esfuerzo económico, hay un problema latente. Y la moderación no siempre funciona: como con cualquier adicción hay personas más propensas que otras a ‘engancharse’ y, de antemano, no sabemos si somos una de ellas”, concluye Martínez-Mena.