Es media tarde en Los Ángeles, California, y la autopista número 5 empuja autos como el vagón del tren de dos pisos que es jalado por la máquina del ferrocarril. Mi destino es Union Station, mítico lugar de la ciudad en donde se han filmado célebres cintas como la futurista “Blade Runner” (1982) y donde se celebraron los premios Óscar en el segundo año de la pandemia.
El altavoz nos indica que el tren está a punto de detenerse, mientras que mi reloj de manecillas señala que en menos de 10 minutos mi entrevista con Alberto Guerra estará por iniciar. Son tiempos de conexiones por las redes sociales, los viajes suceden más frenéticos e inmediatos en Internet.
Alberto Guerra: Entre pantallas, personajes y el arte de la interpretación
Con una carrera amplia en la actuación, Guerra fue parte del boom de las comedias en México y Latinoamérica al ser parte de Cansada de sapos (2006), mientras ya había dejado rostro en telenovelas como Vale todo (2002) y Ladrón de corazones (2003). También pudo ser apuntado por la cámara en un episodio de El Pantera (2007), ese primer e interesante esfuerzo de Televisa por hacer series de ficción más allá de sus melodramas.
Como maletas de todos los tamaños, los personajes de series y películas exigieron ser sujetados por Guerra, llevándolo a que una audiencia cada vez más grande lo conociera. En una suerte de cambio de vías del tren, Alberto se vio en series importantes como Narcos: México, interpretando a “El Mayo” Zambada, o en “Ingobernable”, junto a Kate del Castillo.
En un sentir de llevar a la familia al viaje personal, Guerra tuvo la fortuna de compartir con su esposa, la actriz Zuria Vega, la comedia romántica En las buenas y en las malas (2019), así como la serie de suspenso y ciencia ficción El refugio (2022). El ímpetu que Alberto le imprime a sus personajes lo hace ideal para que creamos que caza a sus presas como en Colosio, donde es el jefe de la policía en Tijuana, así como en “El Mantequilla”, donde se vuelve un maestro de la estafa.
Bigotes, barbas, sombreros puestos, gabardinas y sacos, zapatos y botas son parte del vestuario que carga Guerra en sus múltiples transformaciones. Muy pronto lo veremos al lado de Sofía Vergara, quien encarna a la histórica despiadada reina del narco en Miami, Griselda “La Madrina” Blanco, en la miniserie Griselda (Netflix).
El pasillo que sale del andén me conduce a una de las bancas clásicas alineadas de madera de Union Station. En los 60 segundos restantes absorbo las vistas de filme noir a mi alrededor en que hombres de gabardina entraron y salieron por estas puertas, mientras en la pantalla de mi teléfono móvil aparece Guerra, quien enciende su cigarro desde la mesa del patio de su casa en la Ciudad de México. El universo de la ciencia ficción de Harrison Ford, después de todo no está tan lejos, California y el mundo están a un click de distancia. La primera conexión visual con Alberto es la gorra azul con letras trazadas en blanco que dicen L.A. y que porta este hombre nacido en La Habana, Cuba, el 5 de diciembre de 1982. No hay duda de que es fan de los Dodgers. Al ver que estoy en Union Station sonríe al recordar sus días de rodaje en esta ciudad.
ESQUIRE. Pensando en esta estación de trenes, ¿encuentras la fascinación de actuar como algo que te pueda llevar a destinos que no te imaginas del todo al inicio, pero que te permite vestir distintos personajes?
ALBERTO GUERRA. La metáfora de los trenes es bastante buena en este caso. El tren más divertido que hice en la vida fue de Nueva Delhi al interior de la India. Fueron casi 36 horas de recorrido. Hay algo en los trenes que sí se asemeja a lo que hago profesionalmente. Eliges rutas, pero no sabes dónde te vas a ir deteniendo, puedes bajarte a explorar o ir viendo desde la ventana. En este momento de mi carrera sé que hay cosas que quiero lograr, pero que también quiero vivir el proceso, el resultado ya no es lo más importante. Siempre hay una meta personal de ver los resultados, pero está fuera de tus manos y es tan subjetivo... Depende de tantas cosas de las que tú eres una sola pieza –a veces eres fundamental, a veces una pieza más– que ya no me hago expectativas con respeto al resultado. El proceso se vuelve algo delicioso. Es rico. Y no solo es un trayecto de trabajo, sino de aprendizaje. Existe algo que, al habitar las distintas pieles, te permite explorar al ser humano.
ESQ: ¿En qué momento acudes al llamado del tren de la actuación?
A.G: Desde muy chico. Vengo de una familia, en la cual, aunque no había actores, pero sí, vivíamos rodeados de artistas, sobre todo artistas plásticos y escritores. Por esto quería dedicarme a la plástica, ser pintor. Un poco mi educación primaria iba alrededor de esos temas, porque en Cuba no tienes que esperarte a la universidad para empezar a estudiar tus áreas de interés. Desde niño puedes tener acceso al tronco común de matemáticas y ciencias e, igualmente, al arte, si encuentras que tu hijo tiene esa cierta actitud.
De pronto, un día fueron a mi escuela a hacer unas pruebas para una compañía de teatro que tenía obras infantiles y me dieron muchas ganas de ser parte. Fui aceptado con el permiso de mi madre, más no con el de mi padre, porque a él no le importaba para nada la actuación. Y ahí poco a poco fueron creciendo las ganas por ser actor y al llegar a México, a mis 13 años, ya tenía muy claro que quería ser actor y punto. Incluso me salí de las escuelas convencionales con tal de no dejar de ir la ruta que quería seguir rumbo a la actuación profesional.
ESQ. Estrenaste este año la serie El Mantequilla, por Star+, donde transitas los años 70 como estafador de múltiples disfraces, personalidades y maquillajes. ¿Podemos pensar que hay un disfrute al actuar en el arte de timar de los personajes?
A.G: Escamilla es un personaje que tuve que crear, pero que debe tener, digamos, las mismas habilidades que yo –como Alberto– para crear. Este personaje es el sueño de cualquier actor: colocarse máscaras y máscaras, incluso una sobre la otra. Se vuelve algo muy complejo. Para que el espectador le crea al actor lo que está representando, tiene que haber verdad en lo que hace: cómo camina, cómo mira, cómo habla… Qué le duele. Todo eso influye para que te crean.
ESQ. En este cambio de papeles y destinos, ¿cómo disfrutas del proceso de colaborar con directores y actores?
A.G: Me interesa mucho mi relación con el director, al igual que con mis compañeros. Es muy bonito sentarme con los actores en la mesa en la que hacemos la lectura del guion previo a las filmaciones y averiguar cómo cada quien trae sus vivencias y perspectivas. Todo eso le aporta al resultado el hecho de que se vayan ampliando mundos.
Para mí, el foro es un lugar sagrado. Ahí me divierto y también creo. También es el lugar para confrontarme y colaborar. Por ejemplo, Andrés Baiz, quien me dirigiera en Narcos y ahora en Griselda, es un gran colaborador y encontré en él lo placentero que es la confrontación. Esta la provocamos justamente por nuestras distintas maneras de pensar, y nos lleva a enriquecer la historia que queremos contar. Te confieso que esto también lo considero un tanto adictivo. La búsqueda de la exploración de los recovecos del ser humano.
ESQ. Como actor, ¿alguna vez te han bajado del tren?
A.G: Admiro mucho a los actores que tienen una seguridad muy fuerte, una autoestima muy cabrona. Significa que están más allá del bien y del mal de lo que es esta carrera. Ser actor son 15 “No” por cada “Sí”. Y eso es cuando te va bien. Me acuerdo cuando hacía telenovelas. Todo el tiempo me querían modificar, incluso me quisieron operar la nariz. Y a todo eso decía que no, por lo que me fueron alienando de que no seguía sus consejos según cómo me veían. Así que me he bajado del tren, como también me he subido al vagón más bonito del tren con cama incluida a disfrutar una nueva vista. En esta profesión hay altibajos y también siempre hay que aprender y desaprender.
La entrevista completa de Alberto Guerra, la encuentras disponible en la versión impresa de diciembre de Esquire.