¿Qué hacer cuando tu pareja tiene más deseo sexual que tú?

No estás roto, no eres raro y no necesitas fingir ganas.

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UNSPLASH

Hay una idea que sigue flotando en el imaginario masculino como una ley no escrita: el hombre siempre quiere sexo. Siempre. A todas horas. En cualquier lugar. Y si no, algo anda mal.
La realidad es otra (mucho menos cinematográfica y bastante más humana): hay momentos en los que tu pareja tiene más deseo sexual que tú, y eso no te convierte en menos hombre, menos atractivo ni menos funcional. De hecho, es mucho más común de lo que se dice. Solo que casi nadie lo habla.
El primer problema aparece cuando intentas encajar en un papel que no coincide con lo que estás sintiendo. La presión social empuja a muchos hombres a creer que deberían estar siempre disponibles, siempre encendidos, siempre listos. Cuando eso no ocurre, la reacción automática suele ser la culpa o la negación. “Ya se me pasará”, “estoy cansado”, “mañana seguro sí”. El cuerpo, sin embargo, no responde a las promesas, y el deseo no aparece por obligación.

El deseo no es una línea recta

Aquí conviene decir algo con claridad: tener menos deseo sexual que tu pareja no es lo mismo que tener un problema sexual. El deseo no es una línea recta ni una constante biológica. Sube y baja según el momento vital, el estrés, el cansancio, el estado emocional y hasta la forma en la que se vive la relación. Hay etapas en las que uno quiere más, y otras en las que simplemente no.
Cuando esta diferencia se instala, muchos hombres cometen el mismo error: forzarse. Aceptar encuentros sexuales sin ganas reales, cumplir por cumplir, desconectarse mientras el cuerpo hace lo que se supone que debe hacer. A corto plazo puede parecer una solución, pero con el tiempo genera rechazo, frustración y una sensación incómoda de estar traicionándose a uno mismo. El deseo, cuando se obliga, suele irse todavía más lejos.
El otro extremo tampoco ayuda: evitar el tema. Callar, esquivar el contacto, hacer como si nada pasara. El silencio casi siempre se interpreta como desinterés o rechazo, y ahí empiezan las suposiciones, las inseguridades y los conflictos que no se dicen pero se sienten.

Hablar es la mejor solución

Por incómodo que sea, hablar sigue siendo la mejor salida. No desde la defensa ni desde la culpa, sino desde la honestidad. No se trata de decir “tú quieres demasiado” ni “yo no puedo”, sino de expresar cómo te sientes en este momento y qué te está pasando. Muchas veces, lo que la otra persona busca no es solo sexo, sino conexión, cercanía, sentirse deseada. Poner eso sobre la mesa cambia la conversación.

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También ayuda ampliar la idea de intimidad. Cuando todo encuentro parece tener como única meta el sexo completo, el deseo puede empezar a sentirse como una obligación con reloj. La intimidad no siempre necesita un final concreto. El contacto, las caricias, los besos largos, el dormir juntos sin expectativas o simplemente compartir el cuerpo sin presión pueden ser formas reales de cercanía que alivian la tensión y, paradójicamente, a veces devuelven el deseo.

¿Qué está pasando fuera de la cama?

Vale la pena mirar hacia adentro y preguntarse qué está pasando fuera de la cama. El cansancio acumulado, el estrés laboral, la ansiedad, la rutina, la falta de descanso o una autoestima golpeada suelen apagar el deseo mucho antes de que lo haga la pareja. No siempre es desamor. Muchas veces es agotamiento.
Algo importante: no prometas lo que no sientes solo para evitar una conversación incómoda. Decir “mañana sí” cuando sabes que no es cierto solo aplaza el problema y aumenta la frustración de ambos lados. La honestidad, incluso cuando incomoda, suele ser menos dañina que el sexo sin ganas.

¿Cuándo buscar ayuda?

Si la diferencia de deseo se vuelve una fuente constante de conflicto, culpa o ansiedad, buscar ayuda profesional no es una exageración. Un terapeuta sexual o de pareja no está ahí para señalar culpables, sino para ayudar a entender qué está pasando y cómo volver a encontrarse sin presión.
Al final, hay una lección que cuesta aceptar porque va contra muchos mandatos masculinos: la masculinidad no se mide por la frecuencia con la que tienes sexo. Se mide por la capacidad de escucharte, respetar tu cuerpo, decir lo que sientes y cuidar un vínculo sin desaparecer ni traicionarte.

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