¿Por qué a veces te da pereza hacer ejercicio? Harvard responde

No nacimos para ejercitarnos. Pero tampoco nacimos para vivir encerrados en sillas. Volver al cuerpo es recordar de dónde venimos. Y quizás, también, hacia dónde queremos ir.

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El culto al cuerpo, la vida activa, el mantra de los 10.000 pasos: todo nos recuerda que deberíamos estar entrenando. Sin embargo, la mayoría no lo hace. La pereza nos gana, incluso cuando sabemos que el movimiento es esencial para vivir mejor. ¿Por qué? ¿Es solo falta de voluntad o hay algo más profundo, más biológico?

Herederos de la comodidad: la evolución no nos preparó para el gimnasio

Según Daniel E. Lieberman, biólogo evolutivo de Harvard y autor del libro Exercised, no somos perezosos por capricho. Somos humanos. Y los humanos, durante la mayor parte de su existencia, no hacían burpees ni levantaban pesas por placer o estética. Se movían porque la vida lo exigía: cazar, recolectar, sobrevivir. Si no había necesidad, se ahorraba energía. Esa fue una estrategia adaptativa clave.

Hoy, esa biología choca de frente con el estilo de vida moderno: trabajo sedentario, comida al alcance de un clic y pantallas omnipresentes. El esfuerzo físico voluntario, con fines estéticos o de salud, es un invento reciente. Por eso, cuando el cerebro susurra excusas al sonar la alarma del entrenamiento, no es debilidad: es evolución.

Del sofá al sendero: entender para cambiar

Entender esto cambia el enfoque. No estás fallando cuando pospones el entrenamiento. Estás respondiendo como un Homo sapiens promedio. La clave, según Lieberman, es dejar de culparse y empezar a diseñar estrategias que se alineen con esa naturaleza. Tres ideas clave:

Sin culpa, sin castigo: No moverte no es una señal de debilidad moral. Es una respuesta humana. Cambiar empieza por tratarse con compasión.

Hazlo social, hazlo real: Vincula la actividad física con placer, comunidad o necesidad. Entrenar con amigos, bailar, jugar al fútbol o moverte por necesidad (caminar al trabajo, subir escaleras) reprograma la relación con el esfuerzo.

Pequeño es poderoso: No necesitas correr maratones. Olvida los mitos del “todo o nada”. La Organización Mundial de la Salud recomienda apenas 150 minutos de actividad moderada por semana. Eso son 30 minutos, cinco veces por semana. Caminar a ritmo rápido, andar en bici, entrenar con el peso del cuerpo… todo cuenta.

La batalla contra la inercia moderna

Un estudio reciente liderado por Lieberman reveló que los estadounidenses de hoy se mueven, en promedio, media hora menos al día que los del siglo XIX. Esa caída se traduce en menor gasto calórico, más enfermedades crónicas y una calidad de vida decreciente. La paradoja es brutal: nunca fue tan fácil vivir, y nunca estuvo tan amenazada nuestra salud por la inactividad.

En ese contexto, el ejercicio no es solo una opción estética. Es una herramienta vital contra enfermedades como la diabetes tipo 2, el Alzheimer o los problemas cardiovasculares. Moverse es medicina preventiva. Es longevidad. Es bienestar.

Cómo construir una rutina que dure

Si el objetivo es crear un hábito duradero, no empieces por la intensidad. Empieza por la constancia. Aquí una fórmula simple:

Hazlo fácil: Coloca la ropa de entrenamiento la noche anterior. Elimina fricciones.

Hazlo breve: Empieza con 10 o 15 minutos. La clave es arrancar.

Hazlo gratificante: Escucha música, sal al aire libre, termina con algo que te guste (una ducha fría, un desayuno sabroso, un momento de calma).

Hazlo tuyo: Si odias el gimnasio, no vayas. Encuentra lo que te haga sentir bien. El mejor entrenamiento es el que se hace.

Cierre: volver al cuerpo es volver a lo esencial

En una cultura que idealiza la productividad mental y la hiperconexión, recuperar el movimiento es un acto radical. No para tener abdominales, sino para reconectar con la maquinaria biológica que somos. Para vivir con más energía, más foco, menos estrés. Para resistir la entropía del tiempo con dignidad.

No nacimos para ejercitarnos. Pero tampoco nacimos para vivir encerrados en sillas. Volver al cuerpo es recordar de dónde venimos. Y quizás, también, hacia dónde queremos ir.

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