John Howe se refugia en una prisión medieval para seguir dibujando la Tierra Media

El lugar alberga unas 270 obras que se exhibirán durante un año y, más allá de funcionar como museo, permite algo poco común: ver al artista trabajar, conversar con él y asomarse —literalmente— a su proceso creativo.

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Hay algo profundamente tolkieniano en la idea de trabajar dentro de una prisión medieval. Piedra, silencio, siglos acumulados en los muros. Ese es ahora el escenario cotidiano de John Howe, uno de los ilustradores más influyentes del universo de J. R. R. Tolkien, quien a sus 68 años decidió abrir su estudio —y compartirlo con el público— en una antigua cárcel convertida en museo, al noroeste de Suiza.
Howe no es solo “el ilustrador de Tolkien”. Es el artista que ayudó a fijar en la imaginación colectiva los rostros, las sombras y la épica visual de El señor de los anillos y El Hobbit en el cine de Peter Jackson. Gandalf emergiendo de azules crepusculares, Saruman envuelto en luces frías, Legolas suspendido entre destellos verdes y dorados: muchas de esas imágenes nacieron primero en el lápiz de Howe antes de llegar a la pantalla grande.
Cuando no está colaborando en producciones de cine, videojuegos o series de televisión, Howe se instala en su nuevo hogar creativo: la llamada Torre de la Fantasía, en Neuchâtel, la ciudad suiza donde vive. El lugar alberga unas 270 obras que se exhibirán durante un año y, más allá de funcionar como museo, permite algo poco común: ver al artista trabajar, conversar con él y asomarse —literalmente— a su proceso creativo. Como él mismo lo explica, la idea es ofrecer al visitante “un pequeño vistazo” a su mente.

Dibujar como forma de vida

Para Howe, dibujar no es una actividad que se enciende y apaga. “Dibujo todo el tiempo”, afirma con naturalidad. Lo que empezó como una necesidad infantil se convirtió primero en vocación, luego en profesión y finalmente en una forma de definirse a sí mismo. Criado en una finca cerca de Vancouver, el dibujo lo acompañó desde muy temprano. A los 12 años descubrió a Tolkien en una biblioteca —aunque, por pura casualidad, comenzó por el segundo tomo de El señor de los anillos porque el primero no estaba disponible—. Años después, una relectura del autor británico desató lo que él describe como una “cascada de imágenes”.
No es casual. Para Howe, Tolkien pertenece a esa estirpe rara de escritores que no solo narran historias, sino que provocan visiones. Mundos enteros esperando ser dibujados.

El impacto de la Edad Media

Formado en arte decorativo en Estrasburgo, Howe vivió otro momento clave al enfrentarse por primera vez a una catedral gótica real. Pasaba días enteros dentro de ella, absorbiendo la historia, la escala y la carga simbólica de sus muros. “Fue como un choque eléctrico”, recuerda. Ese encuentro marcó su obsesión por la Edad Media, una época que considera fundamental para construir imágenes con peso, textura y verosimilitud.
En sus dibujos conviven la precisión histórica y la fantasía épica. Arquitecturas imposibles pero creíbles, criaturas infernales, héroes cansados y paisajes que parecen surgir de la niebla. Howe traza primero con rayados densos, casi obsesivos, y luego añade el color como quien revela algo que ya estaba ahí. “Las imágenes existen en el mundo”, dice. “Tienes que ir a encontrarlas”.

De la mente individual al imaginario colectivo

Algunos de los monstruos más icónicos de las películas de El señor de los anillos —los Nazgûl o el Balrog, por ejemplo— se basaron directamente en sus ilustraciones. Lejos de sentir que perdió la propiedad de esas criaturas, Howe celebra que ahora pertenezcan a todos. Han dejado de ser solo suyas para integrarse en un imaginario compartido.
Y el viaje no termina. Actualmente trabaja en The Lord of the Rings: The Hunt for Gollum, el nuevo proyecto cinematográfico dirigido por Andy Serkis. A más de medio siglo de su primer encuentro con Tolkien, Howe sigue regresando a la Tierra Media, no por repetición, sino porque ahí —entre mitología, sombras y piedra antigua— encontró algo parecido a una razón de ser.
Tal vez por eso una prisión medieval no es una contradicción, sino el lugar perfecto: un espacio cargado de historia donde, paradójicamente, la imaginación sigue siendo completamente libre.

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