Una noche de 1816, bajo el cielo tormentoso de Ginebra, un grupo de jóvenes escritores se retó a escribir una historia de terror. Entre ellos estaban Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, John Polidori y una mujer de apenas dieciocho años llamada Mary Wollstonecraft Shelley. Aquel “Verano sin sol”, producto de la erupción del volcán Tambora, cubrió Europa de nubes y frío, creando el escenario perfecto para el nacimiento de una de las obras más influyentes de la literatura moderna: Frankenstein o el moderno Prometeo (1818).
Pero Frankenstein no solo dio vida a una criatura hecha de partes humanas; también encendió un debate que dos siglos después sigue vivo: ¿es una novela gótica o la primera gran obra de ciencia ficción?
Ecos de un castillo gótico
Si uno se deja llevar por la atmósfera del libro, es imposible negar su esencia gótica. Mary Shelley toma muchos de los elementos que definieron la Gothic novel del siglo XVIII: castillos sombríos, laboratorios ocultos, paisajes helados, tormentas eléctricas, cementerios y personajes dominados por pasiones extremas.
El propio Víctor Frankenstein encarna la figura del científico atormentado, un heredero espiritual de los alquimistas y hechiceros de la literatura gótica, movido por la obsesión y la culpa. Su búsqueda de poder y conocimiento se convierte en una condena, como si los fantasmas del romanticismo lo acecharan entre los tubos de ensayo y los relámpagos.
Expertos en literatura como Anne K. Mellor señalan que Shelley utilizó el lenguaje del gótico para hablar del miedo más profundo de su tiempo: el miedo a la transgresión. Lo gótico, en Frankenstein, no está solo en el ambiente, sino en el alma humana. Es la oscuridad interior del creador que juega a ser Dios.
La chispa de la ciencia: el primer paso hacia la ciencia ficción
Y sin embargo, Frankenstein también es, según muchos críticos, la primera novela de ciencia ficción de la historia. A diferencia de los relatos sobrenaturales anteriores, donde los monstruos nacían de la magia o el castigo divino, la criatura de Shelley surge de la experimentación científica. No hay conjuros ni maldiciones, sino electricidad, anatomía y ambición racional.
Mary Shelley se inspiró en las teorías de Luigi Galvani, quien afirmaba que la electricidad podía “reanimar” tejidos muertos. También conocía los experimentos de Erasmus Darwin sobre la generación espontánea. En lugar de un hechicero, Shelley colocó en el centro de su historia a un estudiante de medicina que desafía los límites de la ciencia.
Por eso, figuras como Brian Aldiss, escritor e historiador de la ciencia ficción, sostienen que Frankenstein es el punto de origen del género. Es la primera vez que un escritor usa la ciencia como motor del horror, anticipando lo que más tarde harían autores como H.G. Wells, Isaac Asimov, Philip K. Dick y muchos más.
La dualidad de lo gótico y lo científico
Lo fascinante de Frankenstein es que no se puede leer solo desde un género. Su poder nace precisamente de esa fusión. Shelley combinó la estética oscura del gótico con el pensamiento científico moderno, y de esa unión surgió algo nuevo: un mito literario que sigue vivo.
El terror gótico nos hace mirar hacia atrás, a los castillos, a los fantasmas, a las maldiciones. La ciencia ficción nos hace mirar hacia adelante, al futuro, a los laboratorios, a los límites del conocimiento. Frankenstein une ambas miradas en un solo gesto: mirar al abismo y vernos a nosotros mismos.
El monstruo no es solo una criatura de pesadilla, sino un espejo de la humanidad: nuestro deseo de crear, de dominar, de jugar a ser dioses... y de pagar el precio por ello.
La vigencia de un mito
Más de doscientos años después, Frankenstein sigue siendo una advertencia sobre los peligros del progreso sin ética. En tiempos donde la inteligencia artificial, la clonación y la biotecnología reescriben los límites de lo humano, la historia de Shelley resulta más actual que nunca.
Su criatura ya no vive entre relámpagos y cementerios, sino entre laboratorios, algoritmos y pantallas. El miedo que ella imaginó sigue ahí: el miedo a perder el control sobre nuestras propias creaciones.
Por eso, cuando los críticos discuten si Frankenstein es una novela gótica o de ciencia ficción, la respuesta es sencilla y poderosa: es ambas cosas. Es el puente entre dos mundos, el grito que une la superstición del pasado con la curiosidad del futuro.
Entre la sombra y la chispa
Mary Shelley comenzó los primeros esbozos de Frankenstein en una noche de tormenta, y su historia sigue encendiendo luces en la oscuridad. Es una advertencia disfrazada de terror, un poema de ciencia y culpa.
La próxima vez que veas a la criatura de Frankenstein en alguna película o portada, recuerda que detrás de esos tornillos y cicatrices se esconde algo más que un monstruo: la historia del primer experimento literario donde el miedo se volvió humano… y la ciencia, un espejo del alma.