“Tu marido es mío y te lo tengo que quitar…” Con estas palabras cargadas de furia y deseo, Fortunata, protagonista de la novela Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós, se lanza en una cruzada pasional para disputar el amor de un hombre casado: Juan Santa Cruz. Aunque el relato fue escrito en el siglo XIX, su contenido sigue resonando con fuerza hoy. La historia de Fortunata ha dado nombre a un fenómeno emocional profundo y complejo: el síndrome de Fortunata, un patrón relacional donde el deseo gira en torno a personas comprometidas.
¿Qué es el síndrome de Fortunata?
Este síndrome describe la tendencia —presente tanto en mujeres como en hombres— a involucrarse emocional o sexualmente con personas casadas o con pareja. No se trata únicamente de un “triángulo amoroso”; lo que se repite, según la psicóloga Victoria Almiroty, es una lógica psíquica: amar desde el margen, desde la falta.
“El amante es deseo puro, sin logística ni rutina. Pero lo que se idealiza no es la persona, sino el lugar que ocupa”, explica. Es una búsqueda de validación, de reconocimiento simbólico, más que de amor real. Para muchos, estar en las sombras es familiar. Y lo familiar, aunque duela, ofrece una extraña sensación de seguridad emocional.
Las raíces del patrón: una infancia sin amor pleno
Uno de los factores más estudiados detrás del síndrome de Fortunata es la historia emocional infantil. Sigmund Freud lo resumía con la frase “repetir en lugar de recordar”: cuando el amor en la infancia fue intermitente o inaccesible, es común reproducir ese modelo en la vida adulta.
Esta persona repite el patrón de una infancia en la que no se sintió amada. Puede ser por una figura materna absorbente o un padre ausente, o incluso por una madre o padre que impidió el acceso al otro progenitor, dejando un vacío que más adelante se intentará llenar con vínculos imposibles.
Autoestima deteriorada: amor desde la indignidad
Otro punto clave es la autoimagen. Si inconscientemente sientes que tienes que competir o esperar para ser elegido, no estás habitando tu deseo, estás atrapado en el deseo del otro. En estos vínculos, la validación se convierte en moneda de cambio: no se busca tanto amor, como confirmación de que aún se es deseado.
Hay cierto nivel de indignidad en aceptar que te mantengan en la sombra, sin presentarte a sus amigos ni incluirte en su vida cotidiana. Es el reflejo de una autoestima que no cree merecer un amor completo y abierto.
La falsa sensación de control
Quienes se embarcan en estas relaciones suelen convencerse de que tienen el poder. Creen que el vínculo es más auténtico que el matrimonio oficial, que son los verdaderos destinatarios del amor. Sin embargo, esta es una ilusión. “El amante cree que manda, pero en realidad vive atrapado en una promesa que rara vez se concreta”, dice Almiroty.
Competencia y necesidad de ganar
La infancia no solo deja vacíos, sino también dinámicas competitivas. Algunas personas no buscan amor, sino ganar. No están enamoradas del otro, sino de lo que representa: un premio, una validación. Se busca ganárselo a otra persona, como en la infancia se buscaba el amor exclusivo de mamá o papá.
Victimización y placer oculto
Aunque desde afuera parezca sufrimiento, la posición de víctima puede traer consigo un goce inconsciente. La queja genera endorfinas. En ese sufrimiento, hay una adicción emocional, un tipo de placer en revivir la escena del abandono o del rechazo, una y otra vez.
Esto suele desesperar a los amigos y familiares cercanos, que insisten en que la persona se aleje de la relación. Pero hasta que no se toque fondo, el patrón no suele romperse.
El deseo de lo prohibido
Nada enciende más el deseo que lo que no se puede tener. Desde la teoría psicoanalítica, Jacques Lacan lo formuló así: “El deseo es el deseo del otro”. Y si ese otro está ocupado, más deseable se vuelve. La adrenalina del riesgo, la secrecía, el misterio: todo suma a la carga emocional que alimenta el síndrome.
¿Se puede salir del síndrome de Fortunata?
La respuesta es sí, pero no es sencillo. Lo primero es dejar de juzgar. No se trata de decir ‘esto está mal’, sino de entender qué se está buscando ahí. Hacer consciente la repetición, ponerle palabras, es el primer paso para tomar distancia del patrón.
El cambio suele llegar cuando se “toca fondo”, es decir, cuando el dolor deja de ser soportable y se abre el espacio para pedir ayuda. Herramientas como el psicoanálisis o la Terapia de Ensueño Dirigido pueden ser útiles para identificar los patrones internos y empezar a construir una historia diferente.
El síndrome de Fortunata no es una condena, sino una oportunidad para mirar adentro. Cada elección amorosa dice algo de nuestra historia, pero también puede transformarse. No se trata de dejar de desear, sino de aprender a hacerlo desde la plenitud, y no desde la carencia.