Durante años nos vendieron una idea seductora: si haces suficiente ejercicio, dormirás como un bebé y tendrás energía de sobra. La ecuación parecía simple y hasta moralizante: muévete más, cansa el cuerpo, descansa mejor. Pero la ciencia, como suele pasar, acaba de meter un matiz incómodo en la conversación. Un gran estudio realizado en Australia sugiere que, si hablamos de energía diaria y bienestar real, dormir bien pesa más que hacer ejercicio. No porque el movimiento no importe, sino porque sin descanso, todo lo demás se tambalea.
La investigación, liderada por la Universidad Flinders y publicada en Communications Medicine, analizó a más de 72 mil adultos utilizando algo más fiable que la memoria o la culpa: sensores bajo el colchón para medir el sueño y relojes inteligentes para registrar la actividad física. Es decir, datos duros. Y lo que encontraron rompe con varias creencias populares.
Primero, una bofetada de realidad: solo el 12.9 % de las personas lograba cumplir las dos grandes recomendaciones de salud que escuchamos hasta el cansancio —dormir entre siete y nueve horas y caminar al menos 8,000 pasos al día—. Lo anterior refleja la realidad de la vida cotidiana: trabajo, estrés, traslados, familia, insomnio. El bienestar ideal no siempre cabe en la agenda real.
Lo que sí quedó claro es la dirección de la energía. Dormir mejor impacta directamente en cuánta energía tienes al día siguiente y en tus ganas de moverte. Quienes dormían entre seis y siete horas tendían a caminar más que los que dormían poco… pero también más que quienes dormían en exceso. El punto no es solo cuántas horas pasas en la cama, sino qué tan bien duermes mientras estás ahí.
La importancia de la calidad del sueño (y una realidad incómoda)
El estudio puso especial atención en la eficiencia del sueño: menos despertares nocturnos, menos tiempo dando vueltas, más continuidad. Las personas con un sueño más sólido acumulaban más pasos al día siguiente, se movían más y, sobre todo, parecían tener más combustible interno. No por disciplina, sino por energía real. El descanso nocturno, dicen los datos, alimenta la motivación física del día siguiente.
Ahora viene la parte incómoda para los fans del “entrena y todo se arregla”. Cuando los investigadores miraron el efecto inverso —más pasos hoy para dormir mejor esta noche—, el resultado fue modesto. Sí, caminar más se asoció con pequeñas mejoras en el sueño, pero no produjo cambios profundos ni consistentes en su duración o calidad. En otras palabras: hacer ejercicio ayuda, pero no es una garantía de dormir bien.
Esto explica algo que muchos ya intuían pero pocos decían en voz alta: hay personas muy activas que duermen mal. Corredores, atletas recreativos, gente disciplinada con el movimiento que aun así lidia con insomnio, despertares frecuentes o somnolencia diurna. El cuerpo puede estar cansado, pero el sistema nervioso sigue acelerado. El ejercicio no siempre apaga la mente.
A partir de estos hallazgos, los investigadores proponen un cambio de enfoque bastante sensato: si tienes que priorizar, empieza por el sueño. No porque el ejercicio no sea importante —lo es, y mucho—, sino porque dormir bien aumenta la probabilidad de que te mantengas activo, mientras que entrenar duro no asegura un descanso reparador.
La clave, dicen, está en abandonar la lógica de “todo o nada”. No todos pueden cumplir cada día con el combo perfecto de sueño ideal + ejercicio ideal. Y castigarse por no hacerlo suele ser contraproducente. En vez de eso, conviene pensar el bienestar como un sistema interconectado, no como una lista de pendientes.
Recuerda: los básicos del descanso
Desde el lado práctico, los expertos insisten en cuidar los básicos del descanso: una habitación fresca, oscura y silenciosa; menos pantallas antes de dormir; reducir cafeína y estimulantes por la tarde; cenas ligeras. Pequeños gestos que, acumulados, pueden mejorar notablemente la calidad del sueño. No son trucos milagro, pero sí condiciones mínimas para que el cuerpo haga su trabajo.
El mensaje de fondo es tan simple como contraintuitivo: la energía no se crea entrenando más, se conserva durmiendo mejor. El movimiento potencia lo que ya tienes; el sueño decide cuánto tienes disponible. Por eso, si te sientes agotado incluso haciendo ejercicio, quizá no necesites más fuerza de voluntad, sino más horas —y mejores— de descanso.