¿Qué es el D-Rex de ‘Jurassic World: Rebirth’?

Distortus rex no es solo un dinosaurio. Es el Frankenstein jurásico, el reflejo final de la ambición humana sin límites.

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Cuando Jurassic Park irrumpió en las pantallas en 1993, Steven Spielberg no solo presentó dinosaurios hiperrealistas con la ayuda de efectos visuales revolucionarios: también devolvió al imaginario colectivo la fascinación (y el terror) por estas criaturas prehistóricas. Lo que Michael Crichton imaginó en su novela se convirtió en una advertencia sobre los peligros de jugar a ser Dios con la genética. Y el cine nunca volvió a ser el mismo.

Décadas después, la saga evolucionó hacia Jurassic World, una reinterpretación con más músculo CGI, más taquillazo y, en muchos sentidos, menos control. A medida que el espectáculo crecía, también lo hacía el apetito por criaturas más salvajes, más grandes, más letales. Y ahí es donde aparece la nueva pesadilla: el D-Rex.

D-Rex: el hijo bastardo del Tiranosaurio

En Jurassic World: Rebirth, el D-Rex —cuyo nombre completo es Distortus rex— encarna todo lo que salió mal en los laboratorios de InGen. No es simplemente un dinosaurio más grande y con más dientes. Es una aberración biotecnológica, una criatura nacida de la codicia científica y el delirio de grandeza.

Con cuatro brazos, una cabeza desproporcionadamente hinchada, y un cuerpo parcialmente cuadrúpedo, el D-Rex es una fusión fallida. Su altura alcanza los 7 metros y su largo, 14 metros. No se trata de una mejora evolutiva, sino de una distorsión de la idea original del T-Rex, como si alguien hubiese arruinado un archivo de ADN y aún así hubiera presionado “imprimir”.

La criatura fue creada al rellenar el código genético faltante del T-Rex con fragmentos de ADN de otros animales. ¿Cuáles? Nadie lo sabe con certeza. Y esa ambigüedad es lo que lo vuelve más inquietante. ¿Un saurópodo? ¿Algún depredador marino? ¿Un primate? ¿Todos juntos?

“Una criatura que nunca debió existir”

Gareth Edwards, el director de Rebirth, lo define como “un T. rex elevado a 15, y había salido mal por eso”. Cita como influencias estéticas al Rancor de Star Wars y al Xenomorfo de Alien. Y ciertamente, el D-Rex no se parece a nada que hayamos visto antes en la franquicia. Es menos dinosaurio y más criatura de pesadilla. Es un error con garras.

Su jaula, marcada con el código “V 26.7”, sugiere que hubo al menos 26 versiones anteriores de la criatura. Y según el guionista David Koepp, “está claro que deberían haber parado unas 20 versiones antes”. El resultado final parece más una acumulación de fracasos que un logro científico.

La evolución de los horrores genéticos

Desde el Velociraptor inteligente de Jurassic Park, hasta el Indominus Rex y el Indoraptor de la nueva trilogía, la saga ha jugado con la idea de que no basta con traer a los dinosaurios de vuelta: hay que mejorarlos. El D-Rex es la culminación de esa lógica desquiciada. Ya no se trata de recrear el pasado, sino de construir algo completamente nuevo... y monstruoso.

Jurassic World 3 ya había dejado en claro que los científicos de la saga carecían de frenos morales. Lo que antes era un parque temático con fallas de seguridad, ahora es un campo de pruebas genéticas sin supervisión ni ética. Y el D-Rex, encerrado en instalaciones desconocidas, es probablemente el último aviso antes del colapso total.

¿Qué esperar de Rebirth?

Jurassic World: Rebirth promete revivir (y deformar) el mito jurásico con una criatura que no solo quiere destruir, sino que es, en sí misma, un símbolo del colapso de la razón científica.

Habrá que esperar a ver cómo y cuándo se libera el D-Rex. Pero una cosa es segura: cuando escuchemos su rugido, no pensaremos en el rey de los dinosaurios. Pensaremos en algo mucho peor. En algo que nunca debió existir.

Distortus rex no es solo un dinosaurio. Es el Frankenstein jurásico, el reflejo final de la ambición humana sin límites. Como diría el Dr. Ian Malcolm: “El hecho de que puedas hacerlo no significa que debas hacerlo”. Pero claro, es demasiado tarde para eso.

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