Wimbledon: cómo nació el estricto código de vestimenta blanco para los jugadores

Nada escapa a la mirada del All England Club: vestir de blanco no es una sugerencia, es una ley no escrita del tenis tradicional.

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Wimbledon no es solo un torneo, es un ritual. Es la catedral del tenis y también su santuario más conservador. Celebrado desde 1877, este torneo —el más antiguo de los cuatro Grand Slams— ha sobrevivido guerras, pandemias y transformaciones tecnológicas, pero hay algo que nunca ha cambiado: el culto a la tradición. Y si hay una que lo distingue por encima del resto, es su inflexible código de vestimenta.

Mientras que en otros torneos los jugadores se expresan con atuendos coloridos y diseños arriesgados, en el césped sagrado del All England Lawn Tennis and Croquet Club, la historia manda: todo debe ser blanco. Pero no es un blanco cualquiera ni una recomendación general. Se trata de un conjunto de reglas específicas, meticulosas y ejecutadas con precisión británica.

Blanco sí, pero no cualquier blanco

Según el reglamento oficial de Wimbledon, los tenistas deben vestir “de blanco casi por completo” desde que pisan las instalaciones. Esto aplica tanto a la ropa de partido como a la de entrenamiento. Las licencias son mínimas: se permiten bordes de color en el escote, las mangas, los shorts o las faldas, siempre que no excedan un centímetro de grosor. Y no, el blanco “crema” o “hueso” tampoco califica. Debe ser blanco puro.

Los accesorios tampoco escapan a esta regla. Muñequeras, viseras, gorras, calcetines, cintas para la cabeza y hasta el raquetero deben cumplir con esta exigencia. Incluso las zapatillas deben ser completamente blancas, incluida la suela y los cordones. Solo se permite el logo de la marca en color, y en tamaño mínimo.

Este rigor ha llevado a situaciones insólitas: Roger Federer, uno de los emblemas del torneo, fue advertido en 2013 por usar zapatillas con suelas anaranjadas. Y en años anteriores, jugadores han tenido que cambiarse de camiseta o falda en pleno vestuario porque algún detalle escapaba a las normas.

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El cambio que sí llegó: menstruación y comodidad

En 2023, Wimbledon hizo una modificación significativa en su reglamento, que se convirtió en un símbolo de sensibilidad y adaptación a los tiempos modernos. Desde ese año, las jugadoras tienen permitido utilizar ropa interior de color medio u oscuro durante su período menstrual, una medida que responde a años de pedidos por parte de atletas y activistas que consideraban esta exigencia como una fuente de ansiedad y malestar.

Si bien el cambio puede parecer menor en lo técnico, en lo simbólico fue clave: fue una de las pocas veces que Wimbledon cedió ante una demanda externa relacionada con la vestimenta.

Elegancia y etiqueta no solo en la cancha

Una de las particularidades más llamativas del All England Club es que el código de vestimenta no se limita a los partidos oficiales. Los jugadores deben vestir de blanco incluso cuando caminan por el club, lo que convierte los pasillos, jardines y zonas de práctica en un desfile de pureza textil. Solo se relaja la norma en algunas canchas de entrenamiento alejadas del predio principal.

Este sentido de etiqueta no es casual. En Wimbledon, el deporte es solo una parte de la experiencia. Todo está diseñado para rendir homenaje a una forma de entender el tenis que parece sacada de otra época: desde el césped cortado a 8 milímetros exactos hasta los ball boys entrenados militarmente y el tradicional té que se sirve en la terraza del club.

¿Por qué tanto rigor?

La obsesión con el blanco tiene una raíz histórica. En el siglo XIX, cuando el tenis era un deporte reservado para la aristocracia británica, se creía que el color blanco ayudaba a disimular el sudor, algo que se consideraba inapropiado mostrar en público. Desde entonces, la regla se mantuvo como símbolo de pureza, limpieza y clase.

Más allá de lo deportivo, Wimbledon es una declaración de principios. En tiempos en los que la estética y la identidad visual son parte de la marca de cada jugador, este torneo impone su propio código con autoridad casi monárquica.

Para muchos, es un anacronismo. Para otros, un símbolo de grandeza. Pero para todos, Wimbledon sigue siendo la meca del tenis, donde ganar con estilo —y en blanco— es un privilegio reservado para los elegidos.

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