Por más de 40 años, una obra monumental de Diego Rivera permaneció donde pocos la imaginarían: bajo el agua. Oculto en un rincón poco explorado de Chapultepec, el mural El agua, origen de la vida es una de esas joyas que mezclan arte, historia e ingeniería y que todo hombre curioso por el pasado (y por los secretos mejor guardados de la ciudad) debería visitar al menos una vez en su vida.
Ubicado dentro del Cárcamo de Dolores —una estructura hidráulica en la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec—, el mural fue concebido desde un inicio para estar sumergido, como un tributo visual al elemento más vital para la existencia: el agua.
El mural que fluye con la historia
En 1951, México celebraba la inauguración del Sistema Lerma, una de las infraestructuras hidráulicas más importantes de la época, que surtía de agua a la capital desde decenas de kilómetros de distancia. Para conmemorar el hito, se decidió construir una obra donde convergieran arte, ciencia y tecnología: el Cárcamo de Dolores.
Ahí, Rivera pintó uno de sus murales menos conocidos, pero no por eso menos potentes. Inspirado en las teorías sobre el origen de la vida de Aleksandr Oparin, el artista retrató en las paredes del cárcamo un universo primigenio donde nacen las plantas, los primeros vertebrados, anfibios y hasta un antecesor del Homo sapiens. En el centro de todo: el agua como fuerza creadora.
Lo más impactante es que Rivera no sólo aceptó que su mural estuviera bajo el agua, lo diseñó para que así fuera. Usó una emulsión de poliestireno importada especialmente de Estados Unidos (la BKS-92) para que la pintura resistiera la humedad. Durante más de cuatro décadas, los visitantes sólo podían imaginar lo que se escondía dentro de esa estructura.
Tláloc, guardian del mural
Afuera del Cárcamo, Rivera también dejó su huella. Sobre un espejo de agua descansa la imponente escultura de Tláloc, dios mexica de la lluvia y la fertilidad. El diseño es tan detallado que incluye dos cabezas: una mirando al cielo y otra al cárcamo. ¿Por qué? Porque Rivera pensó en todo, incluso en que su obra fuera visible desde los aviones que en los 50 volaban más bajo sobre la capital.
Una vista que, aún hoy, sigue siendo alucinante.
La restauración del secreto
Con el paso del tiempo, el agua comenzó a desgastar el mural. En 1992 se tomó la decisión de desviar el paso del líquido para evitar que se perdiera por completo. Desde entonces, el mural puede apreciarse a simple vista, aunque el agua ya no fluya sobre él como lo pensó Rivera.
Para no perder del todo la esencia del mural sumergido, en 2010 se integró una instalación sonora creada por el artista Ariel Guzik, llamada Cámara Lambdoma. Esta intervención convierte sonidos ambientales en una experiencia inmersiva, a través de un órgano de cobre y latón que “reproduce” el flujo perdido del agua.
Cómo visitar esta joya escondida
La Fuente de Tláloc es una parada obligada si paseas por la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec. Pero lo que muchos no saben es que puedes ingresar al Cárcamo y ver el mural de Rivera.
El acceso está disponible de martes a domingo, de 10:00 a 17:00 horas, y la entrada general cuesta $38 pesos. Estudiantes, maestros e infancias pagan $18, y los mayores de 60 años entran gratis. Un plus: con el mismo boleto puedes visitar también el Museo de Historia Natural y Cultura Ambiental.
Por qué deberías ir
Porque pocas obras combinan tan bien el arte, la ingeniería, la historia de México y el simbolismo ancestral como este mural. Porque Diego Rivera fue un genio no solo en los muros del Palacio Nacional, sino también en este espacio poco conocido del bosque más grande de la ciudad. Y porque en tiempos de escasez hídrica, vale la pena mirar hacia atrás y recordar lo que alguna vez nos quiso decir: el agua es vida, y debemos cuidarla.
Chapultepec guarda muchos secretos. Pero pocos tan épicos como este.