Desde el corazón de Copenhague y con una cámara pegada al nervio, la trilogía Pusher de Nicolas Winding Refn redefine el thriller criminal europeo con una intensidad que no da respiro. Si te gustan las historias sin filtros, con personajes que se arrastran por el filo de la desesperación, y un estilo visual que parece oler a sangre, sudor y cocaína... esta es tu próxima parada.
Con la llegada de la versión remasterizada a la plataforma MUBI, este julio es el momento perfecto para (re)descubrir una trilogía que no solo consolidó el talento de Refn, sino que también catapultó a Mads Mikkelsen al mapa del cine internacional. Pero Pusher no es solo una historia de ascensos y caídas criminales: es una exploración brutal de la humanidad cuando se ve arrinconada por el sistema, la codicia y la necesidad de sobrevivir.
Una cámara en el infierno: ¿de qué va Pusher?
La trilogía Pusher nos sumerge en el submundo del narcotráfico danés con una crudeza casi documental. Son tres películas conectadas por espacio, temas y personajes, pero cada una con su propio protagonista y tragedia personal. Aquí no hay glamour de mafiosos ni discursos grandilocuentes: solo adrenalina, errores fatales y seres humanos rotos intentando aferrarse a algo.
Cada entrega funciona como una cápsula de tensión psicológica: desde el pequeño dealer desesperado hasta el narcotraficante veterano que ya no controla ni su propio cuerpo. Y lo que hace a estas películas tan potentes no es solo la violencia —que la hay, y de sobra—, sino el modo en que Refn desmenuza la psicología de sus personajes, mostrándolos en sus momentos más vulnerables y patéticos.
Pusher (1996): Un mal día, una deuda impagable
La saga arranca con Frank, un traficante que ve cómo su negocio se viene abajo tras perder una importante carga de droga. En solo 24 horas, debe conseguir el dinero para saldar una deuda que podría costarle la vida. El ritmo es frenético, la tensión asfixiante y la cámara de Refn nos lanza de cabeza a la paranoia urbana. Aquí aparece por primera vez un joven Mads Mikkelsen en el papel de Tonny, el amigo de Frank, en una actuación que ya anunciaba su magnetismo en pantalla.
Pusher II: Con las manos ensangrentadas (2004): Redención imposible
En esta segunda parte, el foco se pone en Tonny, ahora protagonista absoluto. Recién salido de prisión, intenta reconectar con su hijo y encontrar una vida distinta a la del crimen. Pero su pasado, su entorno y la figura opresiva de su padre criminal lo empujan una y otra vez al abismo. Esta es quizá la película más emocionalmente devastadora de las tres, un drama existencial dentro de un entorno de brutalidad constante. Kim Bodnia entrega una actuación memorable, vulnerable y violenta a partes iguales.
Pusher III: Soy el ángel de la muerte (2005): El ocaso del rey
La tercera película cambia el enfoque hacia Milo, un viejo narcotraficante serbio que intenta mantener su imperio mientras todo a su alrededor se desmorona. En una noche de caos, errores logísticos y crisis familiares, Milo enfrenta el colapso de su autoridad. Es el capítulo más sombrío y nihilista, una especie de King Lear en clave criminal. Zlatko Buri da vida a un personaje que, entre líneas de coca y llamadas de teléfono, se desmorona frente a nuestros ojos.
Crudeza, humanidad y estética de culto
Lo que distingue a Pusher de otras trilogías del crimen es su realismo visceral. No hay fuegos artificiales ni héroes: solo una atmósfera espesa, actuaciones llenas de rabia y vulnerabilidad, y un estilo visual sucio, urgente, casi táctil. Refn crea un universo en el que todo importa: el sonido ambiental, las miradas, los silencios cargados, la luz fría de los barrios bajos.
Con esta trilogía, el director danés firmó un debut que aún hoy se siente fresco y peligroso. Años después, su fama se dispararía con Drive y The Neon Demon, pero todo empezó aquí, en los callejones de Copenhague, con dealers, traiciones y decisiones desesperadas.
Un regreso necesario: Pusher remasterizada
La reciente restauración 4K presentada en el Festival de Venecia 2024 y ahora disponible en MUBI, le devuelve a Pusher su fuerza original. La imagen cobra nueva vida sin perder el grano áspero que la hizo tan icónica, y permite a una nueva generación ver de qué estaba hecho el cine criminal nórdico antes de que el “nordic noir” se convirtiera en una etiqueta de moda.
¿Por qué verla ya?
Porque Pusher sigue doliendo. Porque sigue siendo incómoda. Porque no ha perdido ni un ápice de su potencia narrativa ni de su capacidad para retratar el crimen como lo que realmente es: un camino hacia ninguna parte.
Si crees que ya has visto todo en materia de thrillers brutales, dale play a Pusher y prepárate para entrar a un mundo donde la moralidad es un lujo y la desesperación, la única constante.