Auckland City: ¿En qué trabajan los jugadores del equipo amateur que participa en el Mundial de Clubes?

El Auckland City no fue al Mundial de Clubes a ganarlo. Fue a contar una historia. Una que habla de esfuerzo, equilibrio, sacrificios personales y la crudeza del deporte amateur.

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El marcador fue brutal: 10-0. El Bayern Múnich no tuvo piedad ante un Auckland City que llegó al Mundial de Clubes 2025 con ilusión, entrega y... vacaciones sin goce de sueldo. En un mundo donde los contratos millonarios dominan el fútbol de élite, los neozelandeses pusieron sobre la mesa una historia de sacrificio y amor puro por el juego.

Ellos no son estrellas de portada ni figuras de videojuegos. Son hombres comunes con trabajos de oficina, almacén o ventas que por la noche se transforman en futbolistas. Lo suyo no es el lujo de las estrellas de este deporte, es la dura vida del 99% de los jugadores no profesionales en el planeta.

Futbolistas de medio tiempo y tiempo completo en la vida real

Connor Tracey, portero titular del Auckland City, no vive del fútbol. De hecho, pasa sus días trabajando en la bodega de una empresa farmacéutica veterinaria. Entrena por las noches, cuando el resto de su país se relaja después de su jornada laboral.

Mario Ilich, capitán del equipo, trabaja para Coca-Cola como representante de ventas. Su rutina diaria es espartana: se despierta a las 5, entrena, trabaja hasta las 17:00 y luego se lanza a las canchas hasta las 21:00. Apenas le quedan unas horas para dormir y seguir el mismo ciclo. Su pareja, con quien solo puede compartir tiempo los viernes por la noche, lo apoya incondicionalmente. Y ese es quizás su mayor lujo.

El co-capitán, Adam Mitchell, se gana la vida como agente inmobiliario. Alguna vez tuvo sueños de profesional en Europa del Este, pero la falta de minutos y estabilidad lo hicieron volver a casa. Hoy es parte de ese grupo de guerreros que combina trajes de oficina con tacos de fútbol.

¿Por qué Nueva Zelanda no tiene una liga profesional?

La respuesta está en las prioridades nacionales. Con poco más de cinco millones de habitantes y teniendo al rugby como deporte nacional, Nueva Zelanda simplemente no cuenta con la infraestructura ni la demanda para una liga profesional de fútbol.

Mientras el Wellington Phoenix y Auckland FC participan en la A-League australiana, el Auckland City juega en la modesta National League, un torneo semiprofesional.

Profesionalizar el fútbol en ese contexto requeriría una inversión millonaria y una base de aficionados que hoy simplemente no existe. Por eso, mientras otros clubes son propiedad de conglomerados internacionales, Auckland City sobrevive con pasión, humildad y muchos sacrificios.

150 dólares por jugar contra el 0.05% del fútbol mundial

Según datos de FIFA, hay cerca de 129 mil futbolistas profesionales en el mundo. Pero el total de jugadores que compiten oficialmente supera los 250 millones. El Auckland City representa a esa inmensa mayoría que juega por amor y no por fama. Contra ellos se alzan figuras que pertenecen al 0.05% privilegiado del fútbol global.

¿La recompensa para los jugadores neozelandeses? Unos 90 dólares estadounidenses al mes, apenas suficientes para el gimnasio y el transporte. Algunos, como el delantero Angus Kilkolly (gerente de ventas en una compañía de herramientas), incluso tuvieron que pedir vacaciones sin goce de sueldo. Otros, con responsabilidades más estrictas, ni siquiera pudieron viajar.

Y como si fuera poco, el entrenador interino, Paul Posa, tampoco asistió al torneo. Por “razones personales”, no pudo hacer el viaje. En su lugar, el cuerpo técnico se dividió las responsabilidades. Cosas que no ocurren en el PSG... pero sí en el mundo real.

Una historia pecuiar que vale más que un título

El Auckland City no fue al Mundial de Clubes a ganarlo. Fue a contar una historia. Una que habla de esfuerzo, equilibrio, sacrificios personales y la crudeza del deporte amateur. En una era donde los futbolistas parecen inalcanzables, ellos nos recuerdan que el fútbol todavía puede ser una pasión terrenal. Y aunque los titulares digan “goleada”, lo cierto es que los neozelandeses ya ganaron algo más importante: el respeto del mundo.

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