¿Eres spornosexual? Descúbrelo en esta crónica personal e íntima

¿Los hombres han desarrollado una relación más saludable con sus cuerpos y con el ejercicio o lo que era un fenómeno de nicho se ha convertido en algo mainstream? En 2025, ¿somos todos al menos un poco sporno?

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FREEPIKS

En 2024, Max Olesker se transformó de un tipo común en un superhéroe musculoso. Lo hizo para investigar para Esquire el fenómeno “spornosexual”: la palabra de moda cuando se hablaba de masculinidad en los medios; describía a esos jóvenes que, hipnotizados por las imágenes de belleza masculina proporcionadas por el deporte y la pornografía, estaban empeñados en reinventar sus cuerpos en el gimnasio. Diez años después, Olesker regresa al gimnasio y al tema. ¿Qué pasó con el spornosexual? ¿Los hombres han desarrollado una relación más saludable con sus cuerpos y con el ejercicio o lo que era un fenómeno de nicho se ha convertido en algo mainstream? En 2025, ¿somos todos al menos un poco sporno?

Abotargado y descuidado, me pongo de pie frente una cámara en un gimnasio en el centro de Londres. Clic. El conteo de doce semanas para una transformación corporal ha comenzado. “Bueno”, dice Tim Walker, mi entrenador, “pues tenemos trabajo por hacer”. Hace una década, en nombre de la curiosidad reportera y una vanidad sin control, me puse a hacer ejercicio. Investigaba un nuevo fenómeno en la cultura masculina: los hombres jóvenes estaban esculpiendo sus cuerpos de la misma manera en que la generación anterior esculpía sus melenas. En 1994, el crítico cultural Mark Simpson acuñó el término “metrosexual” para describir a un tipo de hombre que no sentía vergüenza de querer verse bien… y de querer ser observado. Ese pionero, a diferencia de generaciones anteriores, admitía que tenía una “rutina” de cuidado personal, que disfrutaba ir de compras y que se contemplaba frente al espejo sin reparos. Dos décadas después, Simpson bautizó a su sucesor más extremo —con su obsesiva dedicación a cultivar un físico a medio camino entre el de un atleta y el de una estrella porno— como “spornosexual”.

Corría el año 2014: el Wolverine esbelto y marcado de Hugh Jackman estaba pavimentando el camino para que los héroes del Universo Marvel se vieran cada vez más musculosos. David Beckham, el santo patrón de los metrosexuales, estaba dejando paso a Cristiano Ronaldo, cuyo físico perfectamente calibrado y libre de grasa era la definición de “sporno”. Era una época cada vez más visual: Instagram -antes de las Stories, con el video aún como novedad en la plataforma- estaba en aumento y mientras Facebook —que apenas tenía 10 años— se fragmentaba hasta volverse incomprensible. Los hombres jóvenes se adaptaban a una vida cada vez más digital y estaban empeñados en lograr verse mejor. El resultado fue que, para un grupo pequeño pero en crecimiento acelerado, las proporciones de sus cuerpos se volvieron tan cuidadosa-mente construidas como las prendas (cada vez más ajustadas) que llevaban puestas.

Investigué este fenómeno tanto desde la perspectiva fascinada de un escritor como desde la completamente interesada de un hombre de 27 años, consciente de los cambios culturales a su alrededor, viviendo en un rincón de la capital británica donde predominaba lo “premium” y bajo en carbohidratos. Así que, además de documentar el surgimiento del spornosexual, me convertí brevemente en uno de ellos, bajo la guía/tortura de Tim Walker, un entrenador personal optimista de Essex que dirigía un programa de estilo militar llamado Evolution of Man. Su rutina “Warrior Workout” era brutalmente efectiva. Eran 12 semanas de sesiones de entrenamiento casi diarias, acompañadas por una dieta implacablemente estricta. Me lancé al proceso con un entusiasmo que pronto se convirtió en intensidad obsesiva, quizá un reflejo de mi forma de ser a los veintitantos. Para cuando terminaron, había alcanzado un porcentaje de grasa corporal de un solo dígito y un agotamiento mental y emocional casi total. Apenas concluyeron las 12 semanas, mi “físico sporno” quedó, por supuesto, sepultado de inmediato bajo una avalancha de carbohidratos, que inició tras la sesión de fotos organizada para dejar testimonio de mis logros.

Pronto regresé a la normalidad. Sin embargo, mi interés por el fenómeno spornosexual quedó vivo. Seguía atento a los cambios en la identidad masculina, me preguntaba qué seguiría. En los diez años que siguieron a la publicación de esa historia en Esquire, he experimentado rupturas amorosas y nuevas relaciones, decepciones laborales y crecimiento profesional, fiestas y pandemias (incluyendo una fiesta durante la pandemia que terminó en un aislamiento total en un hospital tailandés durante 10 días: 0 de 10, jamás lo recomendaría), y he asistido a numerosas bodas, incluyendo la mía.

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Jonathan Wilson/Photographs by Jonathan James Wilson

Una nueva obsesión, la longevidad… en forma

Mi vida transcurría así cuando, de pronto, me llega un correo publicitario de Tim Walker, con una frase que me deja pasmado: “Tener un six-pack no es realmente tan bueno como crees.” ¿Será este el mismo hombre?, ¿el Tim Walker proveedor extraordinario de abdominales marca-dos? “Sí, se ve bien, pero es más importante lo que eso implica. Tener un físico atlético también te ayuda a vivir más tiempo y a sentirte mejor en tu día a día”.

Estaba claro que eso hablaba de cambios. Por un lado, la antes muy masculina Evolution of Man se ha convertido en Evolve: un espacio igualitario para que entren todos los géneros. Pero el cambio más grande estaba en la filosofía de Walker. “En este momento estoy completamente obsesionado con la longevidad,” prosigue su correo. Walker, según se ve, ya no se limita a pensar en los logros que uno puede conseguir en 12 semanas; ahora se enfoca en los que un hombre puede conseguir a lo largo de 100 años. Su famoso “Warrior Workout” está evolucionando hacia un programa llamado “Warrior For Life”, diseñado no solo para ponerte musculoso aquí y ahora, sino para ofrecerte un “chequeo integral” de salud, forma física y longevidad. Lo más asombroso es que Walker, el gran especialista en transformaciones de “antes y después” sin rodeos, parece haberse vuelto… ¿blando? El objetivo ya no es alcanzar una meta, sino disfrutar y crecer durante el trayecto. ¿Qué demonios?

Todo esto me hace pensar en cómo está el panorama. El gimnasio de Walker fue un referente, la vanguardia de la cultura sporno: si está cambiando, ¿refleja eso una transformación mayor en el mundo de la masculinidad? En este momento caigo en la cuenta de la fecha: sorprendentemente, han pasado 10 años desde mi primer encuentro con Walker para nuestra odisea spornosexual. Lo que significa que han pasado 30 años desde que Mark Simpson anunciara la llegada, con cierto aire perfumado, del metrosexual. Si alguna vez hubo un momento para volver a meterse en la madriguera y ver cómo han evoluciona-do las cosas, sin duda es ahora. Así que me dispongo a averiguar dos cosas: ¿qué fue del spornosexual? Y, lo más importante, ¿quién es su sucesor? ¿Qué nuevo avatar lo ha reemplazado?

Es un tema que vuelvo a abordar con una mezcla de curiosidad intelectual y un interés personal un tanto desnu-do (o, al menos, semidesnudo). Aunque, esta vez, no me interesan tanto los extremos. A los 37 años, aunque todavía no soy viejo, ciertamente ya no soy “joven”. Más bien, sien-to que estoy en el umbral tras el cual se halla la verdadera adultez (pero luego pienso, ¿acaso todo el mundo se siente así para siempre?). Si soy completamente sincero, me atrajo el programa de Walker porque quería aprovechar las posibilidades de mi juventud, esta vez de una forma más suave, ya que noto la necesidad de frenar la sombra cada vez más cercana de la vejez.

Se me está encaneciendo el pelo, mi postura es pésima, y estoy cómodamente en mi peor estado físico de la vida —algo que podría describirse como un “post-luna-de-miel visiblemente evidente”. Para resumir, quiero lo que ofrece Walker: la oportunidad de arrasar con mi grasa abdominal en poco tiempo, mientras me doy la posibilidad de llegar algún día a ser un abuelo alegre. Pero en esta ocasión —recordando la obsesión, el insomnio y el agotamiento de 2014— quiero mejorar mi cuerpo sin perder la cabeza. Así que le escribo un correo a Walker. Aquí vamos de nuevo. Sentadillas demoledoras para los cuádriceps que me dejan las piernas temblando durante días; pesos muertos que hacen que mi cara se ponga morada y se me marquen las venas del cuello; press de banca con el que siento que el pecho está a punto de estallarme. Los pilares fundamentales del entrenamiento de Walker —ejercicios compuestos, ejecutados con una técnica estricta— no han cambiado. Solo que ahora hay mucho más en el programa.

Me someten a una batería de pruebas centradas en indicadores de longevidad, como la fuerza de agarre y la flexibilidad. También debo subirme descalzo a una “máquina inbody” de última generación, que analiza sin piedad mi composición fisiológica. Luego me colocan un aparato de respiración que parece prestado de Bane y me obligan a esprintar hasta el agotamiento (lo cual, en mi caso, no tarda demasiado) en un intento para registrar mi VO2 máximo —la cantidad máxima de oxígeno que puede utilizarse durante un ejercicio intenso—, que es el mejor indicador de la condición cardiovascular y tiene un gran impacto en la esperanza de vida (“Las personas con un VO2 máximo alto tienen un 300% menos de probabilidades de morir prematuramente”, explica Walker).Volver a entrenar con Walker es extrañamente maravilloso.

Como un sastre, un entrenador sabe todo sobre ti: defectos posturales, debilidades, claro, pero también cómo afrontas la presión, quién eres en realidad. Después de una serie, me dice: “Aunque sabes lo que deberías estar haciendo, empiezas fuerte, haces atajos y luego tratas de volver al camino. Es un 60% bueno y un 40% malo; hay algo en tu mente”. Y esa es una observación perspicaz sobre mi forma de funcionar internamente, más profunda y veraz que cualquier cosa que me haya dicho un terapeuta. Mis resultados de las pruebas han llegado. Sorprendentemente, mi edad biológica es, al parecer, 28 años. Hay dos posibilidades: a) mis sesiones con Walker de hace 10 años me brindaron un impulso de forma física y memoria muscular que ha servido de escudo contra mi deterioro progresivo, o b) los resultados están, pues, equivocados. Probablemente haya algo de verdad en ambas cosas.

En un comentario menos halagador, la aplicación In-Body me informa que mi “tipo de cuerpo” ha pasado de “Promedio” a “Sobrepeso” (me temo que esto sí debe de ser exacto). Además, me lanza una cantidad casi infinita de datos que me resultan incomprensibles (aunque es re-confortante saber que, si alguna vez quiero verificar mis niveles de agua intracelular o el contenido mineral de mis huesos, ahora sé a dónde acudir). Vivimos, sin duda, en un nuevo y valiente mundo impulsado por los datos. También hay un cambio radical en la guía nutricional de Walker. La vez anterior, me dijo que comiera seis comidas estrictamente controladas al día, y así lo hice. En la práctica, como no tenía ni el tiempo ni la habilidad para incorporar variedad a mi dieta, cocinaba grandes cantidades de los mismos platos horribles y los iba alternando cada día (si cierro los ojos, aún puedo saborear la carne picada con salsa boloñesa de champiñones y Dolmio bajo en grasa, que constituyó quizás la mitad de mis comidas).

¿Esta vez? Estoy con una proporción 70/30 (o 50/50, o 30/70) de calorías diarias (entre 1,500 y 2,000, dependiendo) y la proporción adecuada de carbohidratos/grasas/proteínas (20/30/50), o algo así. Una comida enorme, 12 comidas diminutas, todo mezclado en un batido extraño… lo que sea. Se siente… casi… ¿relajado? Después de todo, la moderación es algo que nos llega a todos, incluso al spornosexual. Porque ninguna fiesta dura para siempre, a menos que seas Wayne Lineker, el mítico creador de un imperio de bares y restaurantes en distintos destinos europeos asociados con la fiesta sin fin (y si lo eres, lo siento mucho).

Hay que aceptar que el “sporno” nunca fue una identidad clínica específica, sino más bien la encarnación de cierto momento cultural en lo que respecta a la masculinidad, que no ha dejado de evolucionar. En la actualidad, los hombres impulsados por la creatina de 2014 ya no ocupan el centro de la pista de baile; están repartidos por todas partes. Algunos de los antiguos integrantes de chats grupales obsesionados con la búsqueda de sexo casual en destinos de playa masivos, tras haberse asentado, se han convertido alegremente en “Deanos”: un término que se utiliza en el Reino Unido para describir al típico habitante de los suburbios que juega FIFA, viste prendas de Superdry, trabaja en ventas y paga un Audi A3 a plazos; un estereotipo que, de alguna forma, resulta a la vez peyorativo y aspiracional.

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Jonathan Wilson/Photographs by Jonathan James Wilson

Del cuerpo al rostro… a un estilo de vida

La búsqueda de una estética reluciente por parte de muchos de estos jóvenes se ha extendido del cuerpo al rostro. Es un empeño que se plasma de forma muy evidente en la piel sin poros, los dientes relucientes y las líneas de cabello sospechosamente regulares de las estrellas de la telerrealidad, quienes ahora han evolucionado hasta convertirse en su propio subgénero de persona, alcanzando tal masa poblacional que podrían llenar sin problemas toda una ciudad (concretamente: Dubai).

Aquellos con una inclinación más reflexiva han renunciado a los excesos bañados en cócteles de Jägermeister de sus veintitantos y se han embarcado en la búsqueda de la individualidad, la cual, casi 100 % de las veces, implica apuntarse a clases de jiu-jitsu brasileño y lanzar un podcast. “Baños de hielo, terapia de luz roja, hormona de crecimiento humano y una maestría en coaching de vida”, añade Walker. “El camino estándar”. Aunque muchos spornos son ahora padres, eso no significa que hayan adoptado un “cuerpo de papá”. “Resulta interesante que el hecho de ser padre ya no sea la excusa universalmente aceptada para descuidar tu cuerpo —y a ti mismo— como solía serlo”, comenta Simpson. “El amor propio ya no es algo que necesariamente desaparece con la llegada de los hijos”. En efecto, la ética sporno se ha ampliado ahora. Extendiéndose a las generaciones anteriores, hoy en día hay una expectativa cada vez mayor de que los hombres, y también sus abuelos, no solo se pongan en forma, sino que se mantengan así el mayor tiempo posible. Aproximadamente el 60% de los hombres británicos de cincuenta y sesenta años hacen ejercicio, y esa cifra sigue en aumento.

En sintonía con la nueva filosofía de Walker, “Entrenar para la vida” es el lema y la razón de ser de Third Space, un gigante del fitness de alta gama en Londres. Con 11 se-des, lista de espera para unirse y una reciente inyección de capital privado de 88,5 millones de libras esterlinas, se ha convertido en una historia de éxito imparable. Sus gimnasios parecen sacados de un mundo pulido, casi futurista, donde la iluminación y la atmósfera están meticulosamente cuidadas, y todo —y todos— desprenden un aire de lujo. (¡Aunque sigue siendo un gimnasio!) Allí, una clientela muy variada entrena de verdad “para la vida”. Cada vez que visito Third Space, además de ver a gente de veintitantos, treinta y tantos y cuarenta y tantos, encuentro a muchos hombres de mayor edad en una forma física impresionante. A menudo se cruzan en los vestuarios, que parecen un spa, y charlan sobre sus lesiones (“¿Vas a correr más tarde?” “Nah, tengo tendinitis”. “¡Yo también!”). Yo llegué a Third Space como un intento desesperado de corregir mis numerosas deficiencias posturales —largamente ignoradas y cada vez más arraigadas con el paso del tiempo—, puestas de manifiesto al entrenar con Walker. En su gimnasio de Soho, trabajo con dos entrenadores, Loui Fazakerley y David Etheridge; ellos analizan mi forma de caminar y mis mecánicas de movimiento, y abordan las distintas microcompensaciones que he ido desarrollando a lo largo de los años: pequeños mecanismos de adaptación que, poco a poco, han derivado en desequilibrios bastante serios.

A diferencia de la gratificante sensación de levantar pesas —“Estoy con Pumping Iron día y noche”, como decía Arnie de forma memorable—, los movimientos que me indican resultan frustrantes. Las “ganancias” son mínimas, se miden en micromilímetros. Pero, al día siguiente, invariablemente, me despierto sintiéndome más ágil —incluso más alto, diría yo—. Y si bien no puedo evitar temer que esa mejoría no llegue a consolidarse, al menos tengo claro que, si algo voy a agradecer, será la movilidad en el día a día, y no un par de pectorales que detengan el tráfico. Aunque, si Walker y Third Space se salen con la suya, acabaré por tener ambas cosas. El deseo de lucir mejor durante más tiempo se ha convertido en una gran prioridad para toda la industria del fitness. El informe de McKinsey de 2024 identificó el “envejecimiento saludable” como una de las “tendencias que definen el mercado global de bienestar, valorado en 1,8 billones de dólares”. En el nivel más alto, ni siquiera la longevidad basta: los actuales capitanes de la industria, los “tech bros”, que llevan tiempo dominando el capitalismo, ahora están todos centrados en vivir para siempre. Se dice que Jeff Bezos ha invertido en Altos Labs, una startup que trabaja en la “programación de rejuvenecimiento celular,” con el fin de permanecer eternamente en su mejor momento, mientras que el oligarca tecnológico Bryan Johnson busca alcanzar la inmortalidad mediante un régimen inconcebible que incluye recibir transfusiones de la sangre de su propio hijo, alimentarse con una mezcla incomprensible de polvos y suplementos, y medir meticulosamente la frecuencia de sus erecciones nocturnas. Solo cabe desearles suerte (aunque, si yo comprara la inmortalidad y descubriera que implica pasar la eternidad con Bezos y Johnson, sospecho que querría que me devolvieran mis Ethereum).

Por supuesto, por muy expertos que se vuelvan los mayores en el arte del narcisismo, no pueden compararse con la Generación Z y las más jóvenes. ¿Cómo podrían hacerlo? Al fin y al cabo, sus predecesores apenas adoptaron la vanidad, mientras que estos han nacido en ella, moldeados por ella. “En mi gimnasio hay un montón de chicos de finales de la adolescencia y veintitantos flexionando y posando, a menudo de forma muy profesional, gracias a las selfies en el espejo del vestuario”, comenta Simpson. “Es imposible entrar o salir con tanta gente acicalándose”. No resulta sorprendente. Los hombres jóvenes han crecido en una cultura constantemente visual —potenciada por la batalla por captar miradas y por las fortunas que se generan en TikTok, Instagram Reels y YouTube Shorts. Es un entorno en el que cada persona ejerce, de facto, como jefe de marketing de su propia marca personal, y todos quieren destacar. El escritor Clive Martin describió de manera vívida lo que él llamó “el douchebag británico moderno” (un contrapunto al spornosexual de Simpson) en Vice, en 2014.

Cuando le pregunto su opinión sobre la cultura actual del entrenamiento, menciona el auge de una estética aún más agresiva. “Cosas como la TRT [terapia de reemplazo de testosterona], la Tren [un esteroide que originalmente se usaba para engordar ganado], el levantamiento pesado y una apariencia muy hinchada, casi de superstock, son muy populares ahora”, comenta. Inevitablemente, a medida que el panorama de las redes sociales se ha vuelto más estridente y extremo, también lo han hecho los físicos de los influencers de fitness que desean conquistar el algoritmo.

En esteroides, insatisfechos y ansiosos

Según la Agencia Antidopaje del Reino Unido, hay más de un millón de personas que usan esteroides en el país, y un 20% de ellas son hombres. En The Guardian, Stephen Buranyi escribe sobre el intercambio de jeringas y cómo se han registrado aumentos en el número de usuarios de esteroides en todo el Reino Unido, con un gran incremento en el uso por parte de hombres que parecen cada vez más jóvenes y más ingenuos. “La edad de estos consumidores está claramente bajando”, señala Martin. La dismorfia corporal va en aumento. Un estudio de 2021 realizado por la organización Campaign Against Liv-ing Miserably descubrió que 48% de los hombres de entre 16 y 40 años ha lidiado con problemas de imagen corporal. (Esta investigación fue llevada a cabo en conjunto con In-stagram, lo que podría considerarse un caso de “la llamada viene desde dentro de la casa…”). Según el informe de 2022 del Comité de Salud y Atención Social de la Cámara de los Comunes, titulado El impacto de la imagen corporal en la salud mental y física, el 28% de los hombres mayores de 18 años en el Reino Unido se sentía ansioso por su apariencia física. El 11% afirmó que incluso llegó a tener pensamientos suicidas.

Julie Cameron, directora adjunta de la Fundación de Salud Mental, ve a los hombres jóvenes atrapados en una situación imposible: “Tienes que ser delicado, ser amable, ser cariñoso, pero también súper masculino, con la mandíbula perfectamente esculpida”. Al mismo tiempo, Cameron considera que los hombres están desatendidos emocionalmente: “Quiero ver si los chicos de verdad sienten que tienen espacio para hablar sobre lo que esto significa para ellos. Creo que, como sociedad, es importante que sigamos teniendo estas conversaciones. ¿Acaso todo este ámbito se ha vuelto todavía más confuso?”.

Después de realizar mi propia investigación, mi conclusión es que sí. En la última década, los hombres se han visto sometidos a una mareante sucesión de exhortaciones y a un abanico cada vez más amplio de marcos de referencia y sistemas de valores que adoptar. Y cada vez más, esto va más allá del cuerpo para adentrarse también en la mente, trascendiendo proteínas y flexiones. Es un ecosistema en constante evolución de podcasts, tácticas de poder y protocolos de productividad. Lo observo de primera mano en Evolve. Ahí, con Walker, está su discípulo, un entrenador personal portugués con un entusiasmo casi infantil, de nombre Mario Areias. Seguramente era un adolescente cuando entrené con Walker por primera vez. Hoy, es un joven de 26 años que va abriéndose camino en Londres, cargado de un nuevo sentido de posibilidad, con ganas de conquistar el mundo y absorber todas las grandes ideas que se crucen en su camino. Cuando no me anima con sus frases ligeramente idiosincrásicas (“No llegues tan rápido”, me aconseja, con sabiduría, cuando no me tomo el tiempo suficiente en mi sentadilla), comparte con entusiasmo las nuevas incorporaciones a su estilo de vida que ha adoptado esa semana: los varios libros sobre el sueño que escucha a una velocidad de 1.5x; sus coqueteos con el ayuno intermitente; su abstinencia absoluta, muy enfocada en objetivos; sus métodos extremos de ahorro; los influencers a los que sigue para mejorar su #mentalidad; las plaquetas de plasma que se inyecta en el cuero cabelludo para prevenir de forma anticipada la calvicie masculina; o la manera en que va al baño (usa un “squatty potty” que compró tras conocer sus beneficios en Instagram, según dice). Tanto él como sus amigos se esfuerzan sinceramente por comprenderlo todo, practicarlo todo y tenerlo todo. Si bien los efectos de nuestro entorno mediático —un interminable bombardeo digital de ideas o, al menos, de estrategias de marketing disfrazadas de ideas— recaen con más fuerza en hombres jóvenes impresionables como Areias, a medida que la vida moderna se vuelve cada vez más digital y dominada por algoritmos, nos acercamos a un punto de saturación, y este tipo de impulsos ahora nos afectan a todos. Porque la metrosexualidad, y todo lo que vino después, no trata de abrir la caja de Pandora; se trata de que la identidad masculina por fin se vea sometida a las mismas presiones externas que las mujeres han enfrentado desde el principio de la historia. Nunca fue cuestión de “crema hidratante, ni de que los hombres se volvieran ‘femeninos’ o ‘gays’”. “Se trata de que los hombres lo sean todo”, explicó Simpson en su momento. Ahora, parece que hay mucho más “todo” en lo que convertirse.

Han pasado 12 semanas y he bajado 12.5 kilos. A diferencia de mi obsesiva manía de 2014 de pesar la proteína hasta el último miligramo, esta vez mi única fijación ha sido una obsesión mucho más saludable: encontrar la bolsa perfecta para llevar mi equipo de gimnasio a todas partes. Walker lo ha conseguido: ha esculpido mi cuerpo sin destrozar mis nervios. “El enfoque general ha cambiado. No hemos sido tan intensos”, comenta. “La vez pasada, todo giraba en torno a tu aspecto físico. Pero ahora también quiero que se trate de cómo te sientes, de tu rendimiento, ¿sabes?”.

El día de las fotos del “después”, me siento brevemente como un superhéroe. Dicho esto, Walker me recuerda que mi forma final —tonificado, bronceado, ligeramente deshidratado— no es realmente representativa. “Es como Photoshop”, comenta Walker. “No es la vida real”. Hablando de “no es la vida real”, o al menos según mis resultados, mi edad biológica ha bajado de 28 a 26 (nota para Bryan Johnson: que te corroa la envidia). Mi VO2 máximo ha aumentado, aunque de forma modesta: de 45 a 47. Es un recordatorio de que, por muchos cambios rápidos que intentes, no puedes compensar décadas de descuidos con una dieta exprés de 12 semanas, dice Walker (el bastardo tiene 54 de VO2 máximo). “Solo el entrenamiento a largo plazo ofrece los mejores resultados”. Y es en grandes mejoras en lo que Walker está pensando ahora.

Me revela que Warrior For Life es en realidad una versión beta de un plan más grande y ambicioso en el que está trabajando; un plan que lanzará para un número estrictamente limitado de clientes. Quienes consigan un cupo tendrán mucha suerte. Con su distintiva combinación de buenas intenciones, experiencia y entusiasmo, puedo asegurarte que Tim Walker es el mejor entrenador personal del mundo. Entonces, ¿qué ha sucedido después del spornosexual? En una palabra: la ansiedad. O, mejor dicho, el sporno no ha cedido el trono a un único sucesor. En su lugar, su forma de pensar se ha diseminado, como una porción de proteína esparciéndose en el viento, y los impulsos que motivaron a aquel personaje marginal ahora son omnipresentes. Todavía hay una multitud de jóvenes con músculos excesivos, pero la manía estética ya no se limita a un único grupo de chicos con camisetas ajustadas. Está por todas partes. La cultura sporno ahora nos rodea por completo, hasta el punto de volverse ineludible. “Hoy en día resulta absurdo señalarlo”, dice Simpson. “Es simplemente el agua en la que todos nadamos”. Si seguimos la analogía de Simpson, hoy todos estamos, sin pretenderlo, sujetos a múltiples corrientes poderosas, a un remolino de impulsos que nos arrastra de forma traicionera en varias direcciones. Esta, por supuesto, es la era de Malestrom —¡lo siento!— y todos navegamos en sus aguas infestadas de Gymsharks.

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