Por años, Margot Kidder fue la imagen perfecta de la periodista intrépida y valiente que enamoraba al Hombre de Acero. Su rostro está grabado en la memoria de millones como la primera Lois Lane del cine, en la icónica saga de Superman junto a Christopher Reeve. Pero mientras su personaje irradiaba fuerza y confianza, la vida real de Kidder se desmoronaba silenciosamente.
De la cima al abismo
La fama llegó en 1978, cuando el mundo la conoció como Lois Lane. Hollywood la abrazó, pero el éxito solo amplificó una batalla interna que venía librando desde la adolescencia. Desde joven, Kidder convivió con episodios de inestabilidad emocional. A los 14 años intentó quitarse la vida y jamás recibió atención psiquiátrica. Su infancia nómada por pueblos del noroeste de Canadá dejó marcas profundas, y con el paso del tiempo, se hizo evidente que algo no estaba bien.
En 1988 fue diagnosticada con trastorno bipolar. Rechazó el tratamiento con litio, convencida de que podía sola. En una entrevista años después, lo resumió con brutal honestidad: “Es muy difícil convencer a una persona maníaca de que algo está mal con ella”. Para Kidder, los brotes maníacos eran un torbellino de creatividad y energía que disfrazaban el caos mental.
Cinco días perdidos y el quiebre definitivo
En 1996, todo estalló. Mientras trabajaba en sus memorias, un fallo en su computadora desató un episodio psicótico. Viajó a Los Ángeles convencida de que la CIA y su exesposo querían matarla. Abandonó sus cosas, caminó decenas de kilómetros, durmió en patios ajenos y terminó con el cabello cortado, sucia y desorientada. Fue hallada en el jardín de una casa, en estado de angustia extrema. Las imágenes dieron la vuelta al mundo. La mujer que una vez voló con Superman, ahora comía de la basura.
En lugar de esconder su crisis, Margot la enfrentó públicamente. Explicó el funcionamiento de su cerebro, la velocidad de sus pensamientos, el frenesí que la gobernaba durante los brotes. Y aunque nunca aceptó la psiquiatría tradicional, se convirtió en una voz visible en defensa de quienes padecen enfermedades mentales.
Alternativas, accidentes y el principio del fin
A partir del 2000, Kidder se volcó a la medicina ortomolecular, confiando en terapias basadas en vitaminas y minerales. Narró documentales, participó en convenciones y trató de mantenerse activa, aunque el deterioro era evidente. Un accidente automovilístico en los noventa la dejó parcialmente paralizada, sumiéndola en una larga recuperación, adicciones y ruina económica.
En Livingston, Montana —donde pasó sus últimos años—, vivió entre el aislamiento y el caos. Su casa fue tomada por adictos, la policía acudió más de 40 veces entre 2016 y 2018, y sus medicinas desaparecían frecuentemente. “Era muy mala para juzgar a la gente”, recordó una amiga. El 13 de mayo de 2018, Margot Kidder fue hallada muerta. Una sobredosis intencional de alcohol y drogas acabó con su historia.
Un legado más allá de la pantalla
Hoy, su vida es recordada con una mezcla de admiración y tristeza. Su hija Maggie la definió como una mujer de extremos, de luces y sombras, que vivió atrapada entre la exigencia de ser una estrella y la necesidad desesperada de encontrar paz interior.
Margot Kidder fue más que una actriz. Fue un símbolo de una generación y también una víctima de un sistema que no supo cuidar a sus figuras. Su historia nos recuerda que, detrás del brillo de los reflectores, hay personas reales luchando sus propias batallas.