Durante dos días, tuve el privilegio de vivir en el universo de Wes Anderson, hecho realidad por Montblanc para presentar su nueva colección de marroquinería y herramientas de escritura. No se trató de una simple ocurrencia escenográfica; por segundo año consecutivo, Marco Tomasetta, director creativo de la marca, trabajó en el diseño de maletas y libretas, de bolsas y backpacks, en diálogo constante con la estética del cineasta.
De ese intercambio viene una paleta de color que va de los verdes cítricos a los ocres y del naranja casi estridente a los azules agrisados, pero de ahí viene también la ligereza que se aprecia en las formas y los materiales de la colección: el denim impreso, la gamuza de becerro, las pieles texturizadas. Se podría decir, incluso, que se trata de piezas que no pocas veces transmiten una disposición relajada que hace no mucho era imposible asociar con Montblanc.
La primer gran sorpresa la recibimos al entrar al showroom de la marca en Milán, transformado en una secuencia de vagones que reproducían con gran precisión los que aparecen de manera recurrente en las películas de Anderson. Eran unas escenografías perfectas para mostrar las piezas emblemáticas de la colección pero eran también una demostración de la precisión en la manufactura que ha alcanzado Montblanc.
El conjunto entero era una invitación a viajar, y eso fue lo que hicimos al día siguiente, de manera literal. Llegamos al atardecer a la imponente Estación Central de Milán, ese edificio de los años 30, levantado para hacer evidente el poderío de Mussolini, una construcción que todavía hoy utilizan más de 320 mil pasajeros cada día. Ahí nos esperaba en un andén nuestra siguiente gran sorpresa: tres vagones de tren que hacían realidad el universo de Wes Anderson a escala real, a escala humana: el papel tapiz, la tapicería y el diseño de los sillones, todo recordaba a sus películas y uno formaba parte de eso.
Y de pronto, el silbato, y las puertas que se cierran, y el tren que comienza a avanzar con lentitud para salir con rumbo a… la estación Montblanc, una bodega industrial de inicios del siglo XX donde nos esperaban buena parte de los actores de sus películas y una cena que tenía como escenografía, otro vagón de tren. Y de pronto el silbato, y el pasillo se transforma en pasarela: 17 modelos caminaron mostrando todas las variaciones posibles en formas que integran una colección pensada en quien viaja, pero no en cualquier turista, en un viajero creativo. Ahí estaban un portafolio que parece bolsa, una bolsa de mano que parece sobre, un backpack al que se le dotó de un compartimento vertical frontal, y toda una línea ultraligera producida en una gabardina tratada para repeler el agua.
Y de pronto el silbato, y el fin de la noche, y el regreso en auto a Milán. El universo de Wes Anderson llegaba a su fin, pero no la invitación a viajar y a escribir que Marco Tomasetta había traducido en una colección.