Perdóname Padre porque he pecado… con mucha clase cuando me hospedé en el Sinner

El colmo del lujo se combina con el arte, la literatura, la música y la seducción en este atrevido hotel de París.

sinner hotel paris

El mismo año en el que se inauguró Sinner (2019) tuve la oportunidad de pasar dos noches en él. Una invitación imposible de resistir, sobre todo cuando necesitas un respiro de la cursilería, “fresez” y aburrimiento del canon de la hospitalidad. Ubicado en el barrio de Les Marais en París y diseñado por Tristan Auer, fue muy fácil dejarme seducir por su oscura, sensual y misteriosa personalidad. Un anfitrión con aires de “chico malo” vistiendo Balmain, espíritu vintage, gustos exclusivos en el arte -por supuesto, con estilo sexy-kinky-chic (si es que existe el término) y con el poder de despertar la femme fatale en mí. Me sentí en una película en la que no buscaba enamorarme en la Ciudad de la Luz, solo colmarme de placer.

Bienvenue, pecador

No miento con la analogía de haber estado en un filme de suspenso; desde que te reciben en la recepción del antes convento parece que has entrado a un mundo en el que no sabes a ciencia cierta lo que te espera. Las piezas exhibidas en su lobby seleccionadas por la directora de arte Amélie du Chalard apelan a su esencia religiosa bajo la cual fue concebido; el busto de una monja haciendo un globo de chicle, látigos y correas usados para la flagelación, así como flechas ensartadas en un bloque. Después del check-in con hostesses francesas que no visten un hábito sino un discreto Little Black Dress, un reservado joven en túnica con una linterna de huracán es quien te lleva por los oscuros pasillos hasta tu habitación. Minutos más tarde aparece otro -bastante atractivo- para explicarte los básicos, pero además qué incluye.

La suite

Hubiera pecado big time si me quedaba en la que presume de una opulencia indiscutible, la Justine Suite (cuesta 1,800 euros la noche), por lo que para aminorar el sentimiento de “culpa”, la Superior Room fue la mejor opción. Su mini bar (un estante empotrado en la pared) está lleno de tentaciones o indulgencias -depende de la perspectiva de cada quien que no solo consiste en bebidas espirituosas con sus distintos mixers, un shaker y obvio, sus respectivas copas o vasos, sino en dulces, chocolates, así como una barra de toilettries de 211 to Waterloo que me deja muy claro cuánto quieren consentir a sus huéspedes masculinos. Si además son amantes del vinilo, Sinner maneja un catálogo digno con discos clásicos y solo para conocedores. Así que mientras yo escuchaba el Post de Björk y Face Your Fear de Curtis Harding, en otros cuartos seguramente el ambiente era muy distinto. Para rematar, el área del inodoro cuenta con un librero en caso de que se te antoje leer a uno de los grandes autores franceses mientras te sientas.

Un estilo soberbio

Lo exquisito que se encuentra para disfrute en la habitación no es casualidad. Tanto la curaduría de discos como la dirección musical corrió a cargo del sound couturier Fred Viktor, quien por fin nos ayudó a decirle ‘adieu’ al suplicio de la música de elevador o de lobby. Por su parte, Anatole Desachy, un book hunter que viaja alrededor del mundo en busca de libros únicos, los más raros o peculiares, se encargó de armar una exclusiva colección para conformar la biblioteca de Sinner. Y si el éxtasis intelectual no es suficiente, siempre se puede recurrir a aquellas actividades banales como relajarte en la alberca -petite en mi opinión, esperando entre la luz de las velas a que un vampiro francés (o vampira) te quiera invitar un trago. También las extravagantes fiestas están a la orden de la noche para descansar la mente y despertar al cuerpo para pasarlo bien.

Ahora, podrías creer que el Sinner raya en el esnobimo, pero es una falacia. Aunque visitarlo no es para cualquiera, mucho menos para los pretenciosos. Si de verdad se quiere disfrutar de su experiencia, debe de contarse con cierto acervo cultural, con la capacidad y el criterio para apreciar esta peculiar oferta que va más allá del bon vivant. Vaya, vale la pena pecar con clase.

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