La imagen parece simple. Sabrina Carpenter, en un minivestido negro, posa de perfil con una mirada que mezcla desafío y coquetería. Pero hay un elemento que lo cambia todo: una mano masculina, fuera de cuadro, tira de su cabello. Con ese solo gesto, la portada de Man’s Best Friend se convirtió en un detonador cultural. Sus detractores afirman que esto no es solo arte pop: es una provocación que ha tocado una fibra profundamente incómoda en la cultura estadounidense.
La reacción fue inmediata. Medios, usuarios de redes y comentaristas de todo espectro lanzaron opiniones —desde el escándalo hasta la defensa apasionada— y la discusión rebasó rápidamente el terreno de la música. Lo que estaba en juego ya no era solo una imagen, sino un debate mucho más profundo: ¿por qué sigue incomodando tanto el cuerpo femenino cuando toma las riendas de su propia representación?
¿Quién le teme a la sexualidad femenina?
Estados Unidos tiene una relación complicada con el sexo. En teoría, es una sociedad moderna, libre, progresista. En la práctica, carga con un historial puritano que aparece en los momentos menos esperados. Y eso es exactamente lo que explota la portada de Sabrina Carpenter: el choque entre la sexualidad abierta y el conservadurismo que todavía marca los códigos sociales.
Como lo señala TIME en un análisis incisivo, lo que se critica no es solo la foto, sino todo lo que representa: una joven artista dueña de su imagen, que no teme explorar el erotismo como parte de su propuesta estética. Eso, para muchos, es imperdonable. Porque el deseo femenino, cuando no es decorativo ni complaciente, sigue siendo incómodo. Incontrolable. Subversivo.
La portada, entonces, no fue leída como arte ni como sátira. Fue recibida como una amenaza. Y no por lo que muestra, sino por lo que implica: que una mujer puede jugar con los códigos del poder y el placer sin pedir permiso.
De popstar a chivo expiatorio
La historia se repite. Carpenter no es la primera ni será la última. La cultura pop femenina está llena de mujeres que fueron aclamadas como ídolos juveniles… hasta que decidieron crecer, mostrarse sensuales y tomar las riendas de su narrativa. En ese momento, el amor del público se volvió juicio. Madonna, Janet Jackson, Britney Spears, Christina Aguilera. Todas pasaron por ahí.
Cada vez que una artista pop decide mostrar más piel, asumir una postura sexual o retar las normas, se activa la maquinaria moralista. Lo curioso es que ese escándalo suele venir de la misma audiencia que viraliza sus clips más provocativos. Carpenter lo dijo con claridad en Rolling Stone: “Estas son las canciones que ustedes han hecho populares. Claramente, les encanta el sexo. Están obsesionados con él”.
Ese doble discurso —que consume y condena a la vez— es el combustible de la polémica. Y Carpenter, con una ironía afilada, lo ha convertido en parte de su identidad artística. No busca disculpas ni validación. Sabe perfectamente el terreno que pisa.
Una tradición incómoda
Para entender la polémica, hay que verla como parte de una genealogía. Janet Jackson desató la ira de los conservadores en los 80 con un videoclip sensual en plena era Reagan. Madonna publicó Sex en los 90, desafiando las normas justo cuando Bush padre hacía campaña por la “moral familiar”. Britney y Christina rompieron con la imagen de inocencia bajo el mandato de George W. Bush, con reacciones viscerales de los mismos que las habían elevado.
Sabrina Carpenter llega ahora en un momento distinto, pero no tan diferente. En una era supuestamente más abierta, sigue habiendo una resistencia profunda a que las mujeres jóvenes se muestren empoderadas, sexuales y autónomas. La portada de Man’s Best Friend no hace más que recordarlo: hay batallas que aún no se han ganado del todo.
¿Y si el problema no fuera Sabrina?
Al final del día, la verdadera pregunta no es si la portada es demasiado atrevida. Es: ¿por qué seguimos midiendo la moralidad de una artista por su cuerpo? ¿Por qué una mujer que canta sobre el deseo sigue siendo escandalosa en pleno 2025?
Quizás lo que molesta de Sabrina Carpenter no es la imagen en sí, sino la claridad con la que nos muestra nuestras propias contradicciones. Nos obliga a mirar ese espejo incómodo en el que el arte se encuentra con la represión cultural. Y como todo buen pop, su provocación no busca respuestas fáciles, sino preguntas urgentes.
Mientras tanto, el álbum sigue escalando en popularidad. La portada, más allá de la crítica, ya cumplió su propósito: incendiar la conversación. Porque si algo ha entendido Sabrina Carpenter, es que en el mundo del pop, incomodar es una forma de poder. Y ella está lejos de soltarlo.