Los asesinatos del Tylenol: el crimen que cambió la forma en que tomamos medicina

Una historia real más inquietante que cualquier thriller, y que ahora revive en Netflix con un documental que te pondrá los pelos de punta.

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NETFLIX

Imagina esto: un día cualquiera te sientes mal, vas al botiquín, tomas un Tylenol —como lo has hecho mil veces—, y a los minutos… te desplomas sin razón. Así comenzó el terror en Chicago en 1982, cuando siete personas murieron repentinamente después de consumir cápsulas de Tylenol que habían sido adulteradas con cianuro. Sí, ci-a-nu-ro. Como en una novela negra, pero con víctimas reales.

Este crimen no solo sembró pánico masivo, sino que también cambió para siempre la industria farmacéutica y la confianza del público en lo que consume. Ahora, Netflix desempolva esta historia en su nuevo documental Los asesinatos del Tylenol, y te aseguramos que vas a pensar dos veces antes de tomarte una pastilla.

Una cadena de muertes que empezó con una niña de 12 años

El 29 de septiembre de 1982 comenzó la pesadilla. Mary Kellerman, una niña de 12 años, se sentía mal por la mañana. Sus padres le dieron Tylenol, y en cuestión de minutos, murió. Ese mismo día, Adam Janus, un hombre de 29 años, también cayó tras tomar dos cápsulas. Lo más perturbador: su hermano y su cuñada también murieron después de consumir Tylenol del mismo frasco.

¿Coincidencias? Para nada. En pocos días, se registraron más muertes en el área de Chicago, todas con un patrón común: habían tomado Tylenol.

El caos en la ciudad: "¡No tomen Tylenol!”

La alarma fue tal que los coches de policía recorrían las calles con altavoces gritando a la población: “¡No tomen Tylenol!”. El miedo se apoderó de la ciudad. Las farmacias retiraban las botellas de los estantes, la gente tiraba sus medicamentos a la basura, y los padres empezaron a prohibir a sus hijos salir a pedir dulces en Halloween. El pánico estaba servido.

¿La clave? Una enfermera de nombre Helen Jensen. Ella fue quien conectó los puntos y detectó que las víctimas habían tomado Tylenol antes de morir. Gracias a su intuición (y valentía), se encendieron las alertas y se evitó una catástrofe mayor.

James Lewis, el “no culpable” que quería un millón de dólares

El caso dio un giro aún más bizarro cuando un hombre llamado James Lewis envió una carta a la farmacéutica Johnson & Johnson diciendo que él había contaminado los frascos, pero que dejaría de hacerlo si le pagaban un millón de dólares.

¿Plot twist? Al final se demostró que Lewis no tenía forma de haber cometido el crimen, al menos no ese. Fue condenado a prisión… pero solo por extorsión.

Sin justicia, pero con consecuencias

Lo más inquietante: nunca se descubrió quién fue el verdadero culpable. El asesino (o asesinos) del Tylenol sigue suelto, o quizá ya no está entre nosotros. Lo cierto es que el caso provocó un cambio radical: desde entonces, todos los medicamentos en EE. UU. (y en muchos países del mundo) deben venir con empaques a prueba de manipulaciones, gracias a lo que pasó en Chicago.

¿Por qué ver el documental?

Porque este no es solo un true crime más: es una historia que te hace cuestionar la seguridad de lo cotidiano, que muestra cómo un simple frasco en tu botiquín puede convertirse en un arma mortal… y cómo el miedo colectivo puede cambiar el mundo en cuestión de días.

El documental de Netflix te sumerge en archivos, testimonios, teorías y giros tan inesperados que, si no fueran reales, nadie los creería. Perfecto para una noche de sofá, pero tal vez no tan ideal si tienes fiebre y piensas automedicarte.

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¿Qué es el cianuro de potasio?

El cianuro de potasio es una de esas sustancias que parecen sacadas de una novela de crimen, pero cuyo poder letal es absolutamente real. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), esta sustancia se presenta como un polvo blanco de apariencia inocente, con una textura granulada parecida al azúcar. Su olor es característico —almendras amargas— aunque no todos los humanos pueden detectarlo debido a una variación genética.

Lo inquietante es que este compuesto puede camuflarse perfectamente dentro de cápsulas de medicamentos, como ocurrió en los infames asesinatos del Tylenol en 1982, donde cápsulas contaminadas con cianuro resultaron en varias muertes súbitas.

Desde un punto de vista médico, el cianuro de potasio es un veneno extremadamente potente que actúa rápido y de forma sistemática. Una vez dentro del organismo —ya sea por ingestión, inhalación o incluso contacto con piel o mucosas— libera gas cianuro de hidrógeno, un asfixiante químico que interfiere con la respiración celular. ¿Qué significa eso? Que el oxígeno que inhalamos no puede ser utilizado por nuestras células, lo que desencadena un colapso multisistémico.

Los órganos más vulnerables a esta asfixia interna son los más oxígeno-dependientes: el cerebro, el corazón y los pulmones. Por eso, los síntomas pueden ir desde confusión y pérdida del conocimiento hasta paro cardíaco, todo en cuestión de minutos si la dosis es alta.

En los casos documentados, como el de Adam Janus y sus familiares —víctimas del cianuro en cápsulas de analgésico—, bastaron dos cápsulas envenenadas para provocar la muerte inmediata. No obstante, en casos de exposición leve o subletal, la intervención médica rápida puede marcar la diferencia. El uso de carbón activado, por ejemplo, puede ayudar a reducir la absorción intestinal del veneno si se administra con prontitud.

Cabe destacar que el cianuro de potasio se utiliza legalmente en la industria para procesos como la minería y la fumigación, pero es una sustancia que jamás debe manipularse sin el equipo y los protocolos adecuados. No tiene lugar en el cuerpo humano.

En resumen: el cianuro de potasio es un veneno silencioso y eficaz, cuya letalidad ha sido explotada en crímenes reales y en la ficción por igual. Lo que lo hace particularmente escalofriante es su capacidad para matar rápida y silenciosamente, interrumpiendo uno de los procesos más básicos y esenciales de la vida: el uso del oxígeno.

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