Durante décadas, el nombre de Aileen Wuornos ha flotado en el imaginario criminal estadounidense con la fuerza de un mito trágico. Su historia ha sido contada y recontada por películas, documentales y titulares que la pintaron como “la prostituta del infierno” o “la primera asesina serial moderna”. Sin embargo, la nueva docuserie de Netflix, Aileen: La reina de las asesinas, propone algo distinto: mirar más allá del monstruo mediático y tratar de entender a la mujer que existió detrás del mito, del crimen y del juicio público.
Lejos de justificar sus actos, el documental ofrece un retrato inquietante, pero necesario. A través de archivos inéditos, entrevistas y grabaciones nunca antes vistas, Netflix reconstruye la vida de Wuornos desde su infancia en Michigan hasta su ejecución por inyección letal en 2002. Lo que emerge no es solo el retrato de una asesina, sino el de una persona quebrada por un sistema que nunca le dio una oportunidad real de sobrevivir.
La infancia de una condena
Nacida en 1956, Aileen Wuornos creció en un entorno que parecía predestinado al desastre. Abandonada por su madre, criada por abuelos abusivos y víctima de agresiones sexuales desde temprana edad, conoció la violencia mucho antes de ejercerla. A los 14 años quedó embarazada producto de una violación y fue obligada a entregar a su hijo en adopción. Poco después huyó de casa, viviendo en la carretera, intercambiando sexo por comida o techo.
Ya en Florida, sobrevivió como trabajadora sexual, acumulando arrestos por robos y falsificación de cheques. En 1991, la policía la relacionó con una serie de asesinatos de hombres a quienes conoció en la carretera. Ella confesó haber matado a seis, alegando que lo hizo en defensa propia. El primero, Richard Mallory, había sido condenado por agresión sexual años atrás. Pero el sistema judicial —y los medios— no quisieron escuchar esa parte de la historia.
El juicio del siglo: entre la justicia y el espectáculo
El proceso judicial de Wuornos fue un circo mediático. Su rostro, endurecido por los años de abuso y vida callejera, fue convertido en un símbolo del mal. Los noticieros la llamaban “la prostituta asesina” y los fiscales la describían como una mujer sin redención posible. Sin embargo, el documental revela cómo su caso fue manipulado para sostener una narrativa de moral cristiana y castigo ejemplar, más que una búsqueda real de justicia.
La propia Aileen se convirtió en un personaje: impredecible, iracunda, desafiante ante las cámaras. Pero bajo esa superficie se percibe algo más humano y perturbador: la voz de una mujer que fue víctima antes de convertirse en victimaria. Netflix no romantiza su historia, pero sí invita a cuestionar la estructura que la llevó hasta el corredor de la muerte.
Más allá del morbo: un retrato social incómodo
Lo más potente de Aileen: La reina de las asesinas no es la reconstrucción de los crímenes, sino la reflexión que plantea sobre el papel del género, la pobreza y la violencia en la creación de un “monstruo”. ¿Qué hace que una sociedad celebre la brutalidad masculina pero demonice la femenina? ¿Qué tan responsable es la prensa cuando convierte el dolor humano en espectáculo?
Aileen Wuornos fue ejecutada en 2002, pero su historia sigue siendo una herida abierta. No solo porque nos obliga a pensar en la línea que separa la justicia de la venganza, sino porque revela la crudeza con que el mundo observa —y juzga— a las mujeres que no encajan en su narrativa de pureza o redención.
Netflix rescata esa complejidad con un enfoque que mezcla investigación, empatía y crítica mediática. Aileen: La reina de las asesinas no busca absolverla, sino comprenderla. Y en ese intento, quizás logre algo que los tribunales y los noticieros nunca hicieron: mirar de frente el rostro humano detrás del crimen.