Hay frases que usamos como si fueran mantras. Las soltamos al vuelo, como una especie de consuelo instantáneo. Suenan bien, tienen ese tono épico que calma, que tranquiliza. Pero muchas veces, las decimos sin saber de dónde vienen ni qué quieren decir realmente.
Una de esas frases es: “Dum vita est, spes est”.
La habrás escuchado. Tal vez incluso la hayas dicho en un mal momento, cuando todo parecía irse a pique. “Mientras haya vida, hay esperanza”. Suena esperanzador, claro. Pero también suena vago, etéreo, como si fuera algo que se dice para no hundirse, sin pensar mucho. Y sin embargo, hay profundidad ahí. Mucha más de la que solemos detenernos a ver.
No es solo latín bonito: es filosofía de vida
Estas palabras no salieron de un póster de autoayuda. Las escribió Séneca, el gran filósofo estoico, en una de sus Cartas a Lucilio. No eran frases para decorar, eran verdades destiladas de la experiencia, del pensamiento profundo, y sí, del dolor.
Cuando Séneca escribe “Dum vita est, spes est”, no está sugiriendo una esperanza ingenua, esa que espera que el universo “conspire” a tu favor. Está hablando de otra cosa: de responsabilidad. De acción. De lo que se puede hacer ahora mismo, mientras estés respirando.
Porque eso es lo que le quiso decir a Lucilio, su discípulo: si sigues vivo, entonces sigues teniendo una opción. Puede ser pequeña, puede ser incómoda, puede doler. Pero es tuya. Eso es algo que muchos hombres necesitamos recordar.
La esperanza no es una emoción, es una actitud
Séneca no hablaba de esperanza como ese “ojalá” que flota en el aire. Hablaba de la esperanza como una postura frente al caos. Como ese momento en que todo te sobrepasa, y en lugar de dejarte caer, clavas los talones en el suelo, respiras, y eliges actuar. Porque mientras estás vivo, puedes hacer algo. Tal vez no puedas cambiar todo. Pero puedes elegir tu siguiente paso.
Esa es la esencia del estoicismo. No es frialdad ni resignación. Es fuerza interior. Es saber distinguir lo que puedes controlar (tus decisiones, tu carácter, tu palabra) de lo que no (el mercado, el pasado, la actitud de otros). Y decidir enfocarte solo en lo primero.
Los estoicos no eran teóricos: eran guerreros de lo cotidiano
Cuando Marco Aurelio escribía sus Meditaciones, no estaba en una biblioteca con un vino en la mano. Estaba en campaña militar, lejos de su familia, enfrentando enfermedades, traiciones y muerte. Cuando Epicteto hablaba de libertad, lo hacía como esclavo. Y cuando Zenón fundó el estoicismo, fue después de perderlo todo en un naufragio. La vida le arrancó sus pertenencias, su estatus, su dirección, pero no le quitó su voluntad.
Todos ellos tuvieron razones de sobra para rendirse. Para dejarse caer. Pero eligieron otra cosa: la esperanza como acción. Como una forma de resistencia. Como un “aquí sigo” incluso cuando todo arde.
¿Y tú? ¿Qué haces mientras estás vivo?
Vivimos en tiempos en los que todo parece rápido, desechable, volátil. Relaciones que se enfrían en dos mensajes. Trabajos que desaparecen en una reestructuración. Ciudades donde vivir solo es un lujo.
Y aún así, si estás leyendo esto, estás vivo. Tienes una mente que piensa, un cuerpo que actúa, y decisiones por tomar. Tal vez no puedes cambiar el panorama completo. Pero puedes levantarte, moverte, buscar otra vía. Tal vez estás en crisis. Pero aún puedes preguntarte: ¿Qué sí está en mis manos?
Esa es la forma adulta de la esperanza. No la que pide deseos, sino la que toma decisiones difíciles. La que no niega la realidad, pero tampoco se deja aplastar por ella.
La frase que todo hombre debería tatuarse en la mente
“Dum vita est, spes est” no es solo un consuelo. Es un recordatorio brutal y hermoso: mientras estés vivo, puedes luchar. Mientras estés vivo, puedes cambiar. Mientras estés vivo, puedes empezar de nuevo. No esperes al día perfecto. No idealices el momento sin dolor. No te sientes a esperar que alguien te salve.
Los estoicos sabían que el mundo no debe nada, pero tú te debes a ti mismo estar a la altura de la vida que te tocó. Y esa, hermano, es la única esperanza real: la que camina, actúa, resiste. Una que dice: Aquí estoy. Mientras viva, no me rindo.