En el universo de la alta relojería, existe una frase que se usa con frecuencia y que, al mismo, tiempo causa confusión. “Ensamblado a mano”. En catálogos, vitrinas y anuncios de lujo, la frase evoca la imagen romántica de un maestro relojero, con lupa y pinzas diminutas, dando vida a una pieza de ingeniería perfecta. Pero ¿cuánto de esa imagen sigue siendo real en pleno siglo XXI? ¿Existen aún relojes verdaderamente hechos a mano?
¿Qué significa realmente “hecho a mano” en relojería?
En su definición más estricta, un reloj hecho a mano (handmade watch) es aquel cuya mayor parte de los componentes ha sido fabricada, decorada y ensamblada por medio de herramientas manuales o procesos operados directamente por el artesano. En la práctica, esto implica que al menos el 70% de las operaciones deben realizarse sin asistencia de maquinaria automatizada.
Ejemplos de lo anterior hay muchos, pero podemos destacar el caso del Greubel Forsey Hand Made 1, una pieza legendaria que representa la cúspide del trabajo manual en la relojería moderna. Este reloj, que requirió 6,000 horas de trabajo (el equivalente a tres años de labor humana), fue construido en un 95% con herramientas operadas a mano, incluyendo incluso el espiral, uno de los componentes más complejos de la relojería.
En una era dominada por la automatización, esta hazaña es casi una reconstrucción arqueológica, casi una vuelta al tiempo en que cada tornillo, rueda y puente eran fabricados uno a uno por artesanos.
Cuando los relojes eran verdaderamente artesanales
Antes de la Revolución Industrial, todas las piezas de relojería eran, por necesidad, hechas a mano. Los maestros relojeros dominaban oficios que combinaban metalurgia, grabado, mecánica y decoración. Cada reloj era una obra única, con ligeras variaciones incluso entre piezas del mismo modelo.
La llegada de la producción en serie cambió todo: permitió una precisión uniforme, abarató los costos y convirtió el reloj en un producto accesible. Sin embargo, también relegó al segundo plano el trabajo artesanal. Hoy, fabricar relojes totalmente artesanales implica recuperar técnicas casi extinguidas, desde el corte manual de engranajes hasta el pulido espejo de las piezas interiores.
¿Y qué pasa con marcas como Rolex u Omega?
Aquí conviene ser claros: un Rolex no es un reloj hecho a mano. Su manufactura es impecable, sus estándares de calidad están entre los más altos del mundo, y sus calibres están diseñados para durar generaciones. Pero la escala de producción masiva (más de un millón de relojes al año) obliga a automatizar buena parte del proceso.
Sí, hay tareas manuales —como el ensamblaje final, el pulido de la caja o el control de calidad—, pero representan una porción mínima del total. Lo mismo ocurre con Omega, TAG Heuer o Breitling: su valor está en la precisión industrial, no en la artesanía pura.
Las excepciones del arte relojero
En el extremo opuesto, marcas como Audemars Piguet, Vacheron Constantin y Patek Philippe mantienen una producción limitada —por debajo de los 60,000 relojes al año—, lo que les permite conservar una mayor intervención manual en procesos clave como el decorado, el ajuste fino del movimiento, el grabado o el ensamblaje de complicaciones.
Aun así, incluso estas casas históricas dependen de maquinaria moderna en la fabricación de componentes. Por eso, los verdaderos relojes “hechos a mano” son hoy una rareza reservada a talleres independientes como Philippe Dufour, F.P. Journe o el propio Greubel Forsey.
Estos artesanos producen decenas —no miles— de relojes al año. Cada pieza implica meses o años de trabajo, un nivel de detalle microscópico y un control absoluto sobre cada tornillo, cada superficie pulida y cada sonido del escape.
El valor real de lo artesanal
Entonces, ¿tiene sentido hablar de relojes “ensamblados a mano” en tiempos de robots y CNC (Control Numérico por Computadora)? La respuesta es sí, pero con ciertas reservas. El trabajo manual no garantiza un reloj mejor o más preciso, pero sí asegura un vínculo humano con la tradición, la paciencia y el arte mecánico.
En el presente, los relojes realmente hechos a mano representan la resistencia de un oficio frente a la automatización total y, por eso mismo, se han convertido en objetos de culto.