Ozzy Osbourne, el Príncipe de las Tinieblas, murió a los 76 años; así fue la vida de la leyenda del metal

Descansa en paz, Ozzy. La oscuridad te queda bien.

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Ozzy Osbourne, el eterno Príncipe de las Tinieblas y alma ruidosa del heavy metal, murió a los 76 años. La noticia fue confirmada por su familia y, con ella, se cierra un capítulo insólito, ruidoso y brutalmente humano de la historia del rock. Pocos artistas desafiaron tanto los límites del cuerpo, el alma y la decencia pública como lo hizo este hijo de Birmingham, forjado entre fábricas, mataderos y pandillas de matones escolares. Y sin embargo, entre sangre, riffs y murciélagos decapitados, Ozzy se convirtió en leyenda.

Durante décadas, parecía inmortal. Un sobreviviente improbable de adicciones, accidentes, arrestos y escándalos domésticos, Osbourne se aferró a la vida como se aferraba al micrófono: con las uñas negras y los ojos alucinados. Pero sus últimos años fueron más terrenales: lesiones en el cuello, Parkinson, una caída en 2019 y hasta un ataque de Covid terminaron por arrinconar a la bestia que una vez dominó el escenario con voz cavernosa y una energía desbordada.

De la cárcel al Olimpo del metal

Nacido como John Michael Osbourne, Ozzy emergió desde lo más bajo. Hijo de obreros, criado con cinco hermanos en una casa de dos habitaciones, abandonó la escuela a los 15 años, trabajó en una fábrica de autos, afinó trompetas y degolló animales en un matadero. También pasó por prisión: lo arrestaron por robar ropa y su padre se negó a pagar la multa. Fue así como Ozzy conoció, desde muy joven, la oscuridad de las celdas... y quizás ahí comenzó a forjarse el metal.

En 1969, junto a Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward, formó Black Sabbath, una banda cuyo nombre fue un error burocrático pero terminó definiendo una estética completa: riffs pesados, letras apocalípticas y una voz que parecía gritar desde el mismísimo inframundo. Su primer disco fue un parteaguas; Paranoid y Master of Reality consolidaron el culto. “Iron Man”, “War Pigs”, “Sabbath Bloody Sabbath”, fueron y siguen siendo himnos de la banda. La música nunca volvió a ser la misma.

El demonio doméstico

Pero mientras el escenario ardía, su vida personal era un campo minado. Tras un matrimonio fallido con Thelma Riley —que él mismo llamó “el peor error de su vida”—, conoció a Sharon, su mánager y futura esposa. Juntos protagonizaron un romance tan volcánico como icónico, salpicado por episodios de violencia, como aquel en 1989 cuando Ozzy intentó estrangularla bajo los efectos de las drogas. Lo arrestaron por intento de asesinato, fue enviado a rehabilitación y Sharon, contra todo pronóstico, lo perdonó. Así eran: caos puro. Inquebrantables.

Con The Osbournes, el reality de MTV que mostró su vida familiar en todo su esplendor disfuncional, Ozzy se convirtió en fenómeno pop. Drogado la mayoría del tiempo, decía no recordar casi nada del programa. Pero millones de espectadores lo adoptaron como un antihéroe doméstico: torpe, entrañable, y completamente fuera de este mundo.

“Si me caigo, pensarán que estoy borracho”

Ozzy nunca se detuvo. Ni el Parkinson, ni las fracturas, ni las sombras del pasado lograron apagar su deseo de cantar. Se reunió con Black Sabbath en 2013 para grabar 13, y en 2022 lanzó Patient Number 9, un disco cargado de colaboraciones estelares que lo volvió a poner en el centro del universo rockero. Ganó el Grammy a Mejor Álbum de Rock en 2023, y ese mismo año se presentó —contra toda lógica— en la clausura de los Juegos de la Commonwealth.

“No podía ni pararme”, dijo después. Pero pensó: “Si me caigo, van a pensar que es parte del show”. Así era Ozzy: incluso en la decadencia, encontraba cómo convertir la debilidad en espectáculo. Se burlaba de su propio mito, mientras lo alimentaba.

El mito inmortal

Ozzy Osbourne fue muchas cosas: criminal juvenil, ícono satánico, padre de familia disfuncional, meme, sobreviviente, caricatura viviente... pero, ante todo, fue un símbolo. El símbolo de una época que creía en la música como catarsis, como invocación, como ritual primitivo. El metal nació con él. Y aunque el murciélago que mordió en Iowa estaba muerto, Ozzy logró que pareciera que el rock podía morder de regreso.

Hoy, se apaga una voz, pero no el eco. El Príncipe de las Tinieblas no era inmortal, pero lo parecía. Y en cierto modo, lo será.

Descansa en paz, Ozzy.
La oscuridad te queda bien.

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