Lydia, rebelde y amorosa

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Por Genaro Lozano

Las autobiografías son un género del que cada vez se abusa más y de las que cada vez se produce menos calidad, por eso son más que absolutamente recomendables las Cartas de amor y rebeldía, que a manera de memoria recopiló desde el exilio en España la excepcional Lydia Cacho. Sus cartas revindican este género, son realmente disfrutables, tal vez el mejor libro de la periodista en tanto que es el más atrevido, el más íntimo y, quizás, el más doloroso. Confieso que soy muy entusiasta del género autobiográfico en sus múltiples formas. He leído muchas autobiografías de políticos, especialmente de estadounidenses porque pareciera que es más fácil publicar unas memorias en ese país que legislar para controlar la compraventa de armas. En su momento disfruté los dos recuentos que publicó Hillary Clinton, pero me dio mucha flojera el de Bill. La autobiografía de Barack Obama es muy buena, mientras que la de Joe Biden tiene sus momentos, especialmente cuando habla de su hijo, pero es bastante plana. Realmente he leído todas las historias personales de los políticos que han competido por la Casa Blanca en el Siglo XXI, así como las promesas y autoelogios de quienes han buscado la Presidencia de México desde el 2000. Recientemente leí las muy decepcionantes notas autobiográficas de Pablo Iglesias, el exlíder de Podemos, quien prácticamente se sentó a ser entrevistado y de esa conversación, carente de autocrítica, salió un muy mal libro. En cambio, he disfrutado mucho las memorias de mujeres como Madeleine Albright o Rosario Green, porque reflexionan sobre haber sido las primeras en dirigir la diplomacia de sus países y sobre el momento histórico que les tocó vivir. Los recuentos personales de políticos casi nunca son sinceros y caen siempre en los autoelogios, en acomodar el ego e inflarlo. Otra cosa son las memorias de activistas. Algunas son poéticas, como la Saeed Jones o la de Kai Cheng Thom, aunque otras son autovictimizantes y monumentos al ego propio. Me gusta leer sobre la vida de los demás. Disfruto mucho cuando alguien a quien admiro, o que me provoca alguna curiosidad, tiene la necesidad de contarnos de dónde viene, sus referentes, quien, como escribe la italiana Elena Ferrante, “tiene la urgencia de escribir”. Precisamente esto es lo que demuestra Lydia Cacho en su más reciente libro, su llamado a documentarlo todo, a contar detalles, a vivir de una manera intensa y a contracorriente. Lydia tuvo que dejar su edén en el Caribe mexicano debido a las amenazas, al acoso, a la intimidación que sufrió por lo demonios políticos que ella lleva exhibiendo, denunciando y estudiando durante décadas. Tuvo que exiliarse en España a punto de cumplir los 60 años, y presionada por sus editores que querían un escrito autobiográfico, Lydia se sentó a revivir, a reconstruir su vida, a través de una enorme colección de apuntes personales, cartas intercambiadas con amistades, con su madre, con su padre, con algunos de sus amantes y puso orden en todo eso. El resultado es el libro que acaba de publicarse también en España y que muestra por qué Lydia es una columna indispensable de las que sostienen a un país tan roto como México. Por su valentía para levantar la voz y exhibir las redes de políticos y empresarios que abusan de menores de edad, la corrupción y colusión con las autoridades. El ojo y la perspectiva feminista que fue aplicada lo mismo en sus trabajos en las Naciones Unidas que en sus reportajes a lo largo del mundo, desde Japón donde encuentra también las redes de trata de menores, hasta Suiza a donde acude a la Comisión de Derechos Humanos a denunciar los abusos del Estado mexicano contra ella y otros periodistas y defensores de Derechos Humanos.

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Foto: Carlos Tischler/AFP

Envidio muchísimo a quienes meticulosamente han guardado el registro de sus vidas desde pequeñas. A quienes conservaron sus diarios de la infancia, las primeras cartas de amor, los apuntes de sus primeros viajes, las impresiones de convertirse en adolescentes o en personas adultas. Lydia es de esas personas, pero además tiene la enorme virtud de que su familia, amiga y algunos amantes le mandaran todos esos documentos y fotografías al exilio para que ella armara sus recuerdos. En ese rescate emocional, en esas cartas que empiezan desde los 12 años, Lydia abre su vida completamente, llora por el amante que no la acompañó en la enfermedad, añora al buen amante, músico y más joven que ella, lamenta la traición de una mujer a la que ella defendió, se entristece por la muerte de su madre, pero sobre todo, Lydia disfruta la vida, el mar, a sus amistades, sus perras, su libertad y nos muestra esa obsesión por escribir, por narrar, la rebeldía de ser mujer en un país profundamente machista y de alzar la voz por otras mujeres e infancias. Y al hacer todo eso enamora a su lectora, inquieta al lector y hace que empaticemos con ese formidable ser humano.

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Genaro Lozano Politólogo e internacionalista. Profesor, activista, ciclista urbano y vegano. Lector y viajero. Ama cocinar y el buen vino.

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