Las marchas feministas son reflejo del movimiento social más organizado, dinámico y con presencia en todo el país. Pero esto no es gratuito.
Por Genaro Lozano
Desde hace años, las marchas feministas en México se nutren de miles de asistentes. Cada vez son más grandes las convocatorias, especialmente la del Día Internacional de la Mujer. Paseo de la Reforma y las avenidas principales del país se llenan de morado y verde, colores que simbolizan el combate a la violencia contra las mujeres y la demanda del acceso al derecho a decidir. Da gusto ver esto. Que el feminismo sea hoy en día el movimiento social más organizado, dinámico y con presencia en todo el país no es gratuito y sí el lamentable resultado de la violencia machista que vivimos y genera –al menos– 10 feminicidios al día en México. La terrible historia de Debanhi Susana Escobar Bazaldúa sacudió a Nuevo León y al país en abril pasado, sumando un cambio incipiente: la presencia de hombres en las protestas de Monterrey y Guadalajara.
Debo ser muy claro: la violencia contra las mujeres es –principalmente– provocada por nosotros, los hombres. El hartazgo de las mujeres y sus consignas de “no nos cuida el Estado; me cuidan mis amigas” son más que entendibles. Los hombres y nuestros machismos tóxicos generamos estas violencias que replican algunas mujeres contra otras mujeres y se generan contra la comunidad de la diversidad sexuales. El activista Arturo Díaz Betancourt solía decir que la misoginia y la homofobia son perros hermanos, tenía razón. En gran parte por esto las marchas feministas de los últimos años han sido separatistas, incluso si algunos se presentan en ellas son expulsados, a veces con violencia, por algunas de las chicas.
El movimiento feminista vive y es cambiante
Hace menos de una década, la ONU promovía la campaña He For She, llamado a la educación de los hombres en feminismo para así acompañar sus causas. Algunas feministas impulsaban la noción de “hombres feministas”. Enseño sobre movimientos sociales y en clase le daba lecturas a mis alumnas y alumnos sobre el feminismo y la importancia de los aliados. Incluso en GIRE, tal vez la organización feminista más importante de México, el consejo asesor es paritario y se ha puesto el énfasis en que los hombres debemos colaborar a destruir el patriarcado.
Todo cambió de manera dramática en los últimos años por el fortalecido feminismo separatista, incluso del transexcluyente. Muchas jóvenes activistas hoy han preferido hacer de las marchas espacios seguros para las mujeres, espacios de protesta sin hombres y otras más consideran que ni las mujeres trans, ni los hombres trans deban participar en estas colectivas feministas. Ese feminismo separatista y transexcluyente pasó pronto de los márgenes del movimiento feminista a dominar su presencia en las calles. Cada vez más presenciamos las imágenes de encapuchadas sacando de marcha a hombres, a mujeres trans o también a reporteros que cubren las marchas y en muchas ocasiones lo han hecho con violencia.
El caso de Debanhi volvió a llevar a hombres a las marchas feministas
En la pasada marcha del 8 de marzo lo volvimos a ver. Desde 2019 no se registraba una marcha tan numerosa. Las mujeres volvieron a salir y lo hicieron con más fuerza, pero una vez más la marcha fue separatista. Más reciente, la dolorosa historia de Debanhi, joven de 18 años desaparecida en Nuevo León y cuyo cuerpo encontraron en una cisterna 13 días después de su desaparición, impulsó otra potente ola de marchas contra la violencia de género que –de manera especial– protagonizó en las principales ciudades del país: Monterrey, Ciudad de México y Guadalajara.
Con mucha sorpresa vi que los hombres regresaron a las marchas contra la violencia de género en Monterrey y Guadalajara. Una joven activista de Guadalajara declaró a los medios de comunicación que “la violencia machista sí nos toca a todas y a todos. Principalmente a las mujeres, pero también a los hombres, por eso hay que combatirla juntes”. Coincido absolutamente con la frase. Los hombres tenemos que encargarnos de nuestras violencias y machismo tóxico, escuchar activamente a las mujeres y acompañar al movimiento. Solo así dejaremos de ser un país feminicida, de fosas, de personas desaparecidas, un país en el que Rosario Ibarra de Piedra, la madre que buscó a su hijo desaparecido durante décadas y fundó el Comité Eureka, luchando hasta el último día de su vida, igual que la madre y el padre de Debanhi no descansaron hasta encontrar sin vida a su hija. Sigue leyendo: