Hay mañanas en las que uno se asoma por la ventana, ve el cielo gris plomo, escucha el repiqueteo constante de la lluvia y el cuerpo —honestamente— lo único que quiere es volver a las cobijas. Me pasó cientos de veces. Pero fue una tarde, hace ya unos años, cuando cambié mi forma de ver las cosas: salí a correr bajo la lluvia porque no tenía otra opción, y terminé descubriendo uno de los placeres más puros y salvajes que puede experimentar un corredor.
Desde entonces, correr con lluvia ya no es un castigo. Es un ritual. Eso sí, requiere su ciencia. Porque no todo es épico ni poético cuando vas chorreando sudor y agua. Por eso, si estás pensando en lanzarte a la calle aunque el clima no coopere, te comparto lo que he aprendido empíricamente, con los pies mojados y el viento en la cara.
1. Gorra: tu parabrisas personal
La primera vez que salí a correr con lluvia, olvidé algo tan básico como una gorra. Error de principiante. Terminé entrecerrando los ojos casi todo el recorrido, como si estuviera esquivando granadas invisibles. Desde entonces, mi gorra con visera se volvió una extensión de mi cabeza. No sólo evita que el agua me nuble la vista, sino que me mantiene enfocado, como si la lluvia solo existiera en el fondo, sin molestar.
2. Ropa técnica o nada
Recuerdo una vez que salí con una sudadera de algodón porque “tenía pinta de deportista”. Error. A los diez minutos ya era un trapo húmedo pegado al cuerpo, como si llevara encima una toalla empapada. Desde ahí entendí que la ropa técnica, liviana, de secado rápido y ajustada al cuerpo, no es un lujo: es una necesidad. Y ojo con los impermeables gruesos, esos que parecen para escalar el Everest. Terminan haciendo sauna interno y eso es otra tortura. Mejor algo transpirable, incluso si te mojas un poco.
3. Los pies secos valen oro
Si alguna vez tuviste una ampolla entre los dedos del pie por culpa de unas calcetas mojadas, sabrás de lo que hablo. Las calcetas de algodón son tu enemigo. Las cambié por unas sintéticas, de esas pensadas para corredores, y la diferencia fue abismal. Mis pies, que antes parecían salir de una batalla acuática, ahora sobreviven intactos incluso después de una buena empapada.
4. Ser visible es una cuestión de supervivencia
En días lluviosos no solo los peatones desaparecen: también tu visibilidad para los autos se reduce a casi cero. Lo aprendí la vez que un coche me rozó sin siquiera frenar. Desde entonces, siempre corro con una camiseta fluorescente o algún reflectivo. No me importa parecer un semáforo humano si eso me garantiza regresar a casa sano y salvo.
5. Celular seco, entrenamiento feliz
Salir sin música o sin medir mis kilómetros es casi imposible para mí. Pero más imposible aún es revivir un celular mojado. Por eso, invertí en una pequeña bolsa impermeable. También probé con trucos caseros: bolsa de nailon con cierre hermético y listo. Funciona. Y si estás en la montaña o el bosque, proteger el GPS también es crucial.
6. ¿Truenos y rayos? Mejor Netflix
Una cosa es correr con lluvia, y otra muy distinta es desafiar una tormenta eléctrica como si fueras Thor. He cancelado entrenamientos por tormenta sin culpa. Porque si hay rayos, no hay running. Punto. Mejor hacer algo de fuerza en casa, yoga o simplemente aprovechar el descanso. Las zapatillas, los pies, las rodillas y el cuerpo también lo agradecen.
7. Bajar el ritmo no es rendirse, es correr con inteligencia
Correr contra la lluvia y el viento tiene su truco. He tenido entrenamientos en los que, aunque fui más lento, terminé igual de agotado que en días de sol. El cuerpo compensa ese extra de esfuerzo que le impone el clima. Además, el suelo suele estar resbaloso, y no hay gloria en una torcedura de tobillo. Esos días, correr lento es correr bien.
Un aire que se siente distinto
No sé si será psicológico, fisiológico o ambas, pero siempre termino una corrida bajo la lluvia con mejor ánimo. Algo tiene ese aire húmedo, cargado de olor a tierra y vegetación viva. Me recuerda que el cuerpo está diseñado para moverse en cualquier condición, que el barro también es medicina y que el entrenamiento no siempre tiene que ser limpio, seco y cómodo para ser efectivo.
Así que sí: hay días de lluvia en los que me quedo en casa. Pero hay otros en los que, apenas escucho caer la primera gota, empiezo a calentar. Porque correr bajo la lluvia, más que una rareza, puede ser un placer oculto. Uno que, una vez que lo pruebas, te cambia el chip para siempre.