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No es solo sudar en el gimnasio, también es lo que metes al plato.
Admitámoslo: puede que sea tiernamente distraída o… que no esté interesada
Si te reconoces en varias de estas actitudes, no es el fin del mundo. Pero sí es hora de hacer algo. Pedir ayuda no te hace débil, te hace responsable. Y si estás del otro lado, sal con empatía, pero también con firmeza.
Promete empujarnos a preguntarnos hasta dónde llega la empatía en un mundo donde solo puede quedar uno.
Deja el ego en la entrada del gimnasio y enfócate en lo que funciona: controlar cada repetición, sentir el músculo trabajar y ser constante semana a semana.