El 31 de octubre de 1975, el mundo escuchó por primera vez una canción que no se parecía a nada conocido. Duraba casi seis minutos, no tenía estribillo, combinaba ópera, rock, balada y heavy metal, y su letra era un misterio. Contra todo pronóstico, Bohemian Rhapsody de Queen se convirtió en un fenómeno mundial, un experimento musical que rompió todas las reglas y redefinió lo que una canción de rock podía ser.
Hoy, medio siglo después de su lanzamiento, Bohemian Rhapsody sigue siendo una obra maestra atemporal. Su impacto cultural trasciende generaciones, géneros y formatos: fue un éxito de vinilo en los 70, un himno de culto en los 90 gracias a Wayne’s World, y un fenómeno digital en el siglo XXI tras el estreno de la película homónima. Pero detrás de su grandeza hay una historia de obsesión, riesgo y genio creativo.
El origen de una idea imposible
Todo comenzó en 1968, cuando un joven estudiante de arte llamado Farrokh Bulsara —aún no conocido como Freddie Mercury— imaginó una melodía titulada The Cowboy’s Song. Era una pieza inacabada, un boceto de acordes y frases sueltas que lo acompañaría durante años. Aquel experimento sería la semilla de lo que, tiempo después, se transformaría en Bohemian Rhapsody.
Ya como líder de Queen, Mercury le comentó a Brian May que tenía una canción “como un rompecabezas cuyas piezas no encajaban del todo”. Pero tras el éxito del álbum Sheer Heart Attack (1974), la banda tuvo por fin la libertad creativa para atreverse con esa locura. Freddie llegó al ensayo con papeles pegados sobre el piano —hojas de mensajes telefónicos del trabajo de su padre— y comenzó a tocar con una energía casi violenta. “Tocaba el piano como la mayoría toca la batería”, recordaría May.
Así empezó la gestación de una obra que desafiaría los límites del rock y de la tecnología musical.
La creación: entre la locura y la genialidad
Grabada en Rockfield Studios (Gales) durante el verano de 1975, Bohemian Rhapsody fue una epopeya técnica. En una era sin herramientas digitales, Queen tuvo que crear magia con métodos analógicos. Usaron 180 pistas que fueron condensadas en dos cintas de 24 canales, mediante un proceso de mezcla y edición manual con cinta adhesiva.
La parte operística —la más icónica— demandó 70 horas de grabación, con jornadas de 10 a 12 horas durante tres semanas. Los registros vocales de Freddie Mercury, Brian May y Roger Taylor se superpusieron cientos de veces hasta crear esa sensación de un coro infinito. Según May, las cintas terminaron tan gastadas que “la música casi se había borrado al verlas contra la luz”.
Cuando el productor Roy Thomas Baker escuchó la versión final, supo que algo histórico acababa de ocurrir: “Me quedé al fondo del cuarto y supe que estaba escuchando una gran página en la historia del rock”.
La batalla contra la industria
Pero no todos compartían ese entusiasmo. La discográfica EMI se negó a lanzar una canción de casi seis minutos como sencillo. Las radios exigían temas de menos de tres minutos y medio. Queen se negó a cortarla: “Si la recortábamos, perdería sentido. Cada parte es necesaria”, sostuvo Roger Taylor.
El destino cambió gracias a un aliado inesperado: el DJ Kenny Everett, amigo de Mercury. Rompiendo las reglas, emitió Bohemian Rhapsody catorce veces en un fin de semana en la emisora Capital Radio. El público enloqueció. En cuestión de días, todas las estaciones de Reino Unido la incorporaron a su programación. El 45 rpm, con I’m in Love with My Car en el lado B, se convirtió en número uno y permaneció nueve semanas consecutivas en la cima del ranking británico.
El videoclip que inventó el videoclip
El video de Bohemian Rhapsody, dirigido por Bruce Gowers, fue grabado en apenas tres horas y costó unas 3.500 libras. Con su icónica imagen de los cuatro rostros iluminados sobre un fondo negro, marcó el nacimiento del videoclip moderno.
Antes de MTV, antes de la era visual del pop, Queen entendió que la música también podía entrar por los ojos. Ese clip no solo ayudó a impulsar el sencillo, sino que cambió para siempre la forma de promocionar canciones en la televisión.
El misterio de su significado
Freddie Mercury nunca reveló el verdadero sentido de la letra. Desde su estreno, los fans y críticos han especulado con interpretaciones filosóficas, religiosas y autobiográficas. Algunos ven en “Mamma, just killed a man” una referencia a El extranjero de Albert Camus; otros, una metáfora de la lucha interna de Mercury con su identidad.
Roger Taylor confesó años después: “Es claramente una canción de autoexposición, con solo unas pocas partes sin sentido en el medio”. Mientras que Brian May fue más enigmático: “Si Freddie me explicó alguna vez de qué trataba, no lo recuerdo. Y si lo supiera, probablemente no lo diría. Creo que los misterios deben quedarse donde pertenecen”.
Quizás esa ambigüedad sea parte de su poder: cada oyente encuentra su propio reflejo en ella.
La inmortalidad de un himno
Tras la muerte de Mercury en 1991, Bohemian Rhapsody regresó a las listas gracias a la reedición del sencillo junto a These Are the Days of Our Lives. Un año después, su inclusión en la película Wayne’s World volvió a convertirla en éxito global.
Desde entonces, ha sido reinterpretada por artistas tan dispares como Elton John y Axl Rose, Panic! at the Disco, The Flaming Lips, Pink, Molotov e incluso Los Muppets. En 2002 fue votada como la “canción favorita de todos los tiempos” en el Reino Unido, superando a Imagine de John Lennon y Hey Jude de The Beatles.
El fenómeno revivió con el estreno del biopic Bohemian Rhapsody (2018), protagonizado por Rami Malek, que recaudó más de 900 millones de dólares y ganó cuatro premios Óscar. En la era del streaming, la canción superó 1,600 millones de reproducciones y sigue generando fascinación entre nuevas generaciones.
El legado de una rapsodia eterna
Freddie Mercury describió Bohemian Rhapsody como “una simple experimentación con el sonido”. Pero fue mucho más que eso. Fue un acto de rebeldía artística, una declaración de independencia creativa en una industria obsesionada con las fórmulas.
A 50 años de su lanzamiento, su impacto sigue intacto. Es una canción imposible de clasificar, una ópera rock que desafía el tiempo y las etiquetas. Cuando Mercury golpeaba el piano en aquella sala de ensayo, probablemente no imaginaba que estaba escribiendo una de las obras más influyentes del siglo XX.
 
    
     
 
 
 
 
 
 
 
 
 
