Nunca imaginé que una mochila liviana, un par de tenis de trail y una ruta de montaña me llevarían a una de las experiencias más intensas —y reveladoras— de mi vida. El fastpacking, una mezcla entre trail running y backpacking, no solo me sacó de mi zona de confort como corredor, sino que también me reconectó con algo que llevaba tiempo extrañando: la aventura en su forma más pura.
¿Qué demonios es el fastpacking?
Si nunca habías escuchado del término, no estás solo. Yo tampoco sabía qué era hasta hace unos meses. Pero básicamente es esto: imagina correr por la montaña durante el día, con todo lo necesario para pasar la noche a cuestas. Sin lujos, sin comodidades, pero con una dosis altísima de libertad. Es como irte de mochilero, pero a toda velocidad.
La regla no escrita es que incluyas al menos una noche de campamento. Dormir bajo las estrellas, lejos de la ciudad, sin señal de celular ni luces artificiales, tiene algo casi espiritual. Esa fue, para mí, la parte más poderosa de todo el viaje: mirar el cielo limpio, escuchar los sonidos del bosque, y darme cuenta de lo pequeño (y afortunado) que soy por estar ahí.
Cómo planeé mi primer fastpacking trip
Primero: no improvises. Yo usé AllTrails para elegir una ruta con puntos de acampada autorizados y distancias razonables. Me decidí por una travesía de dos días, con 30 kilómetros en total y buena elevación para ponerme a prueba. El secreto está en conocer tu nivel y no sobreestimarte. El fastpacking exige físicamente, y más si cargas todo lo necesario.
Llevé una mochila de 28 litros —suficiente para lo básico— y me aseguré de probarla en entrenamientos previos. No quieres descubrir a mitad de la montaña que tu espalda duele, o que tu sleeping bag no abriga lo suficiente. También me ayudó mucho planear las capas que iba a usar dependiendo del clima, revisar el pronóstico y empacar como si todo pudiera salir mal (porque, a veces, sale).
Entrenamiento: más importante de lo que crees
No es solo cuestión de resistencia. Tu cuerpo tiene que estar preparado para subir, bajar, trotar con peso, y caminar por horas. Entrené durante varias semanas con una mochila cargada, simulando el esfuerzo real. Hice mucho trabajo de fuerza (desplantes, sentadillas, caminatas con peso) y me enfoqué en fortalecer hombros y espalda para soportar la carga.
También le metí duro a las subidas: usé stairmaster, corrí en cerros, caminé con inclinación en banda. La clave está en que tu cuerpo entienda lo que se viene y no colapse al segundo día.
Equipo: lo justo y necesario
Si hay algo que aprendí es que el fastpacking te obliga a ser minimalista. Esto es lo que no puede faltarte:
Mochila: entre 25 y 30 litros, cómoda para correr y con soporte ajustable.
Termo con filtro: crucial para rellenar en ríos o fuentes naturales sin riesgo.
Sleeping bag ultraligero: que abrigue bien, pero pese poco.
Refugio: llevé una carpa ultraligera, pero si el clima lo permite, una lona puede bastar.
Capas de ropa: base layer, capa térmica y rompevientos o impermeable.
Comida ligera y calórica: barras, frutos secos, deshidratados.
¿Por qué deberías intentarlo tú?
Porque no hay nada más brutal —en el buen sentido— que salir de la rutina y lanzarte a lo desconocido con solo lo que puedes cargar. El fastpacking me mostró de qué estoy hecho, me regaló vistas que valen más que mil likes, y me hizo valorar lo simple: agua limpia, un lugar seco donde dormir, una buena caminata al amanecer.
¿Quieres reconectar contigo mismo? ¿Estás buscando un reto físico y mental de verdad? Haz fastpacking. Prepárate bien, empieza con rutas cortas, aprende de cada salida, y te aseguro que vas a regresar no solo con fotos, sino con una versión mejorada de ti mismo.
Y quién sabe… quizás, como me pasó a mí, termines enganchado para siempre.