Mientras todos vierten sus angustias sobre el posible destino de sus trabajos en ChatGPT, especialmente los periodistas que compulsivamente y sin sentido prueban el sistema, olvidando que escribir es el menor de los problemas y que los verdaderos periodistas construyen relaciones, encuentran las noticias o analizan desde un punto de vista útil y original (actividades fuera del alcance de cualquier inteligencia artificial), hay alguien que se está molestando por ver más allá. En particular, los aspectos de la privacidad, que como siempre sucede con las fiebres repentinas por aplicaciones y herramientas estropeadas por la exageración repentina, permanecen puntualmente ignorados. El caso del prodigioso chatbot desarrollado por Open AI basado en sus modelos conversacionales GPT-3 no es una excepción.
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Por: Simone Cosimi El abogado Ernesto Belisario, uno de los principales expertos en privacidad de Europa, se hizo algunas preguntas. Como: ¿qué debemos preguntarnos antes de usar ChatGPT? ¿Y qué garantías nos da? No solo eso: ¿cómo se tratan los datos y la información que posiblemente proporcionan los usuarios en sus sesiones de (por ahora) diversión creativa en compañía del chatbot? Los términos de servicio de la plataforma tienen 3 mil 426 palabras, para lo cual te tardarás unos 20 minutos en leerlos -mientras que la política de privacidad ronda las 2 mil palabras- y al parecer la extensión es inversamente proporcional a la utilidad e información que se proporciona al usuario.
Pocos tal vez sepan que para usar ChatGPT
En teoría deberías tener al menos 18 años (pero ¿quién lo comprueba? Nadie) y que el servicio se presta bajo tu propio riesgo, “sin garantías”. De hecho, si ChatGPT causara algún lío directa o indirectamente -o más bien, si los usuarios se lo inventaran usando sus servicios-, los términos especifican que la suma máxima que Open AI dice estar dispuesta a compensar es de apenas 100 dólares. En general, los términos de servicio especifican que los contenidos producidos con ChatGPT siempre deben declararse: el usuario siempre debe atribuírselos a sí mismo, explicando sin embargo que han sido producidos utilizando un sistema de inteligencia artificial. Por otro lado, como hemos visto en innumerables artículos donde se ha probado el modelo lingüístico como periodista, estudiante de posgrado, cocinero, hacker, ensayista, narrador, planificador de viajes y muchos otros roles, gran parte de la retroalimentación que proporciona depende de la claridad y por la precisión de la entrada que recibe.
“Muchas veces cuando llega la nueva tendencia social o la app del momento; todos corren a descargarla y registrarse, aceptando apresuradamente los términos y condiciones de uso porque tienen que probarla y tienen que decírselo a sus amigos y contactos en la web”, explica Belisario. Muchos nos están mostrando el potencial, pocos, muy pocos han leído los términos de uso. En resumen, como sucede a menudo, las empresas que fabrican tecnología son muy rápidas en la creación de soluciones cautivadoras y de alto rendimiento; pero a menudo parecen estar atrasadas con la transparencia y el cuidado de estas soluciones, que son fáciles y sencillas de consultar. Solo así demostrarían realmente que les importa la libertad y los derechos de las personas, es decir, de sus usuarios. En vísperas de que la inteligencia artificial aterrice en nuestros dispositivos y en nuestras vidas; esta transparencia y esta atención deben ser aún mayores: tienen un impacto tan fuerte que plantear cuestiones éticas y de protección de los derechos no es solo una cuestión burocrática sino prioritaria”.
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