El pasajero que sobrevivió al Titanic (y sacó fotos)

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La historia del Titanic sigue envuelta en misterio (cuando no en teorías de la conspiración). El hundimiento del barco, ocurrido en abril de 1912, todavía sigue dando que hablar. Sin embargo, cada vez hay más descubrimientos científicos que arrojan información sobre el naufragio más famoso de la historia. No hace tanto, por ejemplo, que unos arqueólogos marinos dieron con el buque que alertó al Titanic del iceberg; solo para acabar hundido también apenas unos años después. Pero hay un misterio en torno al barco que James Cameron convirtió en blockbuster que resulta mucho más fácil de resolver: ¿por qué conservamos fotografías de la vida en el interior del Titanic si se hundió en su primera travesía? La respuesta es muy sencilla.


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Por: Antonio Rivera Cuando el Titanic zarpó de Southampton hacia Nueva York, el 10 de abril de 1912, Francis Browne iba a bordo. Entonces un seminarista de 31 años, el jesuita irlandés pretendía aprovechar las varias paradas marcadas en el trayecto del enorme y lujoso transatlántico para regresar a su país. Browne, aficionado a la fotografía desde joven, quiso inmortalizar su breve estancia en el Titanic tomando imágenes del ambiente alegre que se respiraba en la cubierta del barco de la naviera White Star Line. El seminarista capturó sobre todo a pasajeros de primera clase, que disfrutaban de los fastuosos espacios del transatlántico: el comedor, la sala de baile, los camarotes, el gimnasio… Asimismo, Browne fotografió al capitán del barco, Edward J.Smith, a otros miembros de la tripulación y hasta a algunos pasajeros de tercera.

Golpe de suerte

El seminarista viajaba en primera gracias a su tío Robert, el obispo de Cloyne, que le había regalado un billete de regreso a casa. En el único día que pasó en alta mar, Browne hizo buenas migas con una pareja de potentados estadounidenses que se ofreció a pagarle un pasaje para el resto de la travesía. Deseoso de aprovechar una oportunidad única como aquella, el joven telegrafió a su tío, con quien se había criado tras el fallecimiento de sus padres, pidiéndole permiso para aceptar la invitación de los millonarios. Sin embargo, el obispo desaprobaba su marcha, pues era partidario de que regresara a Dublín y continuara con sus estudios de teología. Así se lo hizo saber en su respuesta: “Te necesito aquí. Bájate de ese barco, provinciano”. Obediente, el jesuita se apeó del buque apenas unos kilómetros más allá, en Queenstown (Cork), no sin antes intercambiar direcciones con muchos de los pasajeros a los que había estado tomando fotos, prometiendo enviárselas por correo a su lugar de destino.

Tras esa segunda y última escala, el Titanic se estrelló contra un iceberg a la deriva al sur de Terranova, dejando más de 1.500 pasajeros muertos y lanzando con ellos todas sus pertenencias al fondo del mar. Desde el descubrimiento de su paradero, en 1985, varias expediciones se han sumergido hasta las profundidades oceánicas para tratar de recuperar del transatlántico posesiones personales, fragmentos del casco y otros objetos que puedan ayudar a reconstruir la historia del navío. Browne, salvado por casualidad de una muerte casi segura, había congelado en el tiempo a muchas de aquellas víctimas, pocos días antes de su trágico final. El jesuita falleció en 1960, ya octogenario, y sus imágenes, que circularon considerablemente tras la catástrofe, acabaron olvidadas en un arcón tras su muerte. Otro sacerdote las recuperó años después, ordenando el desván de la rectoría donde trabajaba. Hoy, su patrimonio es gestionado por sus herederos, puede verse en algunos museos y ha sido editado en varios libros.

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