El fútbol de Italia. El más agresivo y defensivo (catenaccio). El más brillante y creativo (trequartista). La eterna dualidad que elevó la mística italiana a los altares del fútbol mundial ha sido devorada y, por vez primera en 60 años, Italia no participó en un mundial de fútbol, ¿se puede sobrevivir a esto?
Por José David López
Llevaban apenas siete minutos de juego, pero el árbitro inglés Ken Aston no podía más. Levantó su brazo entre la furia de los futbolistas, miembros del cuerpo técnico y fotógrafos que lo rodeaban por enésima vez, y solicitó la entrada de los carabineros chilenos. Las fuerzas del orden, en masa, pisando el césped del Estadio Nacional de Santiago. Más de 100 personas en el pasto. Más de 66,000 en las gradas. Todos enfocando a Giorgio Ferrini, apodado “La Presa”, que había sumado una víctima más a su extensa lista de damnificados. El pivote defensivo de aquel Italia, convencido de que su salvaje agresión estaba en el tono belicoso-compulsivo de esos primeros instantes de partido, se negaba a abandonar el estadio.

El césped, sin fútbol, era el escenario de un show creado por una maniobra de la prensa para llevar al límite aquel partido. ¿Cómo? Utilizando unas opiniones que, meses antes, habían vertido periodistas italianos sobre su país, Chile: “Los teléfonos no funcionan y los taxis son tan raros como los maridos fieles. Barrios enteros han sido entregados abierta- mente a la prostitución. Chile es un país pequeño, orgulloso y pobre, cuya gente está orgullosa de ser miserable y retrasada”, explicaba aquella carta italiana sutilmente utilizada para enaltecer la intensidad del partido, que se había convertido en una constante burla desde el graderío y una repugnante escenografía en el césped. Ferrini, sin embargo, es desde entonces y para siempre la cara de aquella eternamente conocida como “batalla de Santiago”.
Una cara que, en cualquier otro país o selección, podría perfectamente protagonizar el recuerdo más imborrable de sus participaciones en la élite planetaria, pero cuando te llamas Italia, eres la segunda gran potencia por número de títulos (4) y has disputado casi el 30% de todas las finales mundialistas (6/20), esa cara, como la mayoría de ellas, queda para la posteridad de un instante… entre miles. Historias de victorias y derrotas, de alegrías y decepciones, pero, siempre, historias de competitividad extrema, de competitividad como seguridad automatizada a su bandera y de competitividad por encima de cualquier otra cualidad colectiva o tesoro individual. Eso sí, todas y cada una de estas historias, unidas inevitablemente a tres tipos de protagonistas.

Los tres pilares
1. El seleccionador: prototípicamente aliado con los valores defensivos y eternamente vinculado al Método (nombre que recibió desde su base el catenaccio, que perfeccionaron los técnicos italianos más avispados de los años 30). Cualquier seleccionador azzurro potenciaba sus fundamentos defensivos.
Primero alineando una figura innovadora, el líbero. Y con el paso de los años, siendo capaz de instaurar modelos de juego donde la disciplina táctica fortaleciera todo el frente defensivo, frustrando a sus rivales que, orgullosos por tener una vocación más voluntariosa en ataque, siempre pensaron ser merecedores de mejores premios que su rival.

2. El defensa central: estableció para la posteridad el canon de agresividad, intensidad y poderío táctico como automatismo. No eran ellos quienes hacían los goles que daban títulos, no eran ellos quienes dejaban el regate que marcaba diferencias y no eran ellos quienes levantaban las copas entre flashes interminables… pero sí eran ellos quienes otorgaban el liderazgo, el carácter y la cohesión de grupo, absolutamente fundamentales para el éxito colectivo. Una figura increíblemente creciente en importancia con el paso de los años y la profesionalización de un fútbol que hoy se construye desde la base. Una ideología actual para muchos, pero la eterna raíz para Italia.

3. El trequartista: el talentoso, el creativo, el factor diferencial, la magia, el impulso bohemio y el dominador de espacios con la cabeza fría que no siempre fue el más galán, pero habitualmente sí el más engalanado. El “10”. El enganche, claro. En un sistema que enaltece la seguridad defensiva, el genio tiene que armarse de paciencia primero y de eficacia después, ya que quizá tenga una cuota mínima, absolutamente residual, de contacto con la pelota y, sin embargo, debe ser suficiente para derrumbar rivales. El único sin responsabilidad defensiva, una especie en peligro de extinción y un producto minimalista que no casa con los férreos conceptos futbolísticos del paso del tiempo, pero que siempre marcó la diferencia cuando no existían más cualidades que un escudo contra muros, pero sin efecto rebote.
En todo caos y en todo éxito, esas tres caras siempre aparecieron en escena. Si no aparece una de ellas, Italia no es Italia, Italia deja de ser Italia en toda su extensión. Es imposible separar el análisis de esas tres patas porque, juntas, representan la ideología ancestral que, primero con los abuelos, más tarde con los padres y últimamente, con más sufrimientos, con los hijos, permitieron a Italia mantener un estatus único entre los elegidos. Siempre fue así, con mejores o peores resultados, con mejores o peores sensaciones, con mejores o peores análisis, pero era una Italia reconocible.

Ferrini, Mazzola, Rossi, Baggio
Reconocible cuando fue sede en 1934 y se hizo realidad el sueño erótico-futbolístico de Benito Mussolini, pues entre panfletos fascistas se colaba el talento de Giuseppe Meazza y el emprendimiento de un avanzado Vittorio Pozzo en el banco. Reconocible cuando tuvo que sacar valentía para recomponerse tras el parón por la Segunda Guerra Mundial que destrozó el fútbol del país al estrellarse el avión del Grande Torino (club top del planeta en ese momento y que llegó a alinear a los diez titulares granata en algunos partidos internacionales). Reconocible tras la estampa de Ferrini acompañado por los carabineros chilenos en el 62 o cuando, en el 66, fue recibida con lanzamiento de tomates podridos en el aeropuerto de regreso tras haber sido abochornada de manera histórica por la frágil Corea del Norte. Y, sobre todo, reconocible desde entonces, pues con el ingenioso Ferruccio Valcareggi al mando y líderes setenteros, montó un equipo vistoso por encima de la practicidad táctica gracias al arte renacentista de los nuevos trequartistas (Luigi Riva, Sandro Mazzola o Gianni Rivera). Creciente como ejemplo de imprevisibilidad fue con Rossi y Zoff en 1982 hasta levantar el título, con Sacchi y Baggio en 1994 hasta rozarlo por un mísero penalti y con Lippi, Cannavaro y Del Piero en 2006 para conquistar su cuarto y, hasta ahora, último entorchado.

Reconocible siempre, hasta que Gian Piero Ventura (ya exseleccionador italiano después del fracaso), mantuvo su propio experimento táctico y rearmó su línea defensiva, pero limitó la presencia de algún futbolista talentoso (aún le piden a Insigne). Hoy recuerdan que Italia es tradición, romanticismo e identidad, pero esta vez no existía quien ilustrara la cara talentosa. Y sin 10, sin artista, sin talento… no era la verdadera Italia. Por primera vez en 60 años, el cuádruple campeón del mundo se quedó sin un verano mundialista. Por eso, Rusia 2018, sin Italia, fue como un baile de fin de curso donde todos se reunirán con sus mejores galas… pero olvidaron recoger a la reina.
En el imagen de portada: Paolo Rossi, el goleador italiano más prolífico en los Mundiales, entrenando el día antes del debut en Argentina 1978.
Fotos: Getty Images