A todos nos ha pasado: mucho predicar, sin tomar buenas decisiones propias. Aquí la razón científica.
Qué sencillo se nos hace aconsejar a nuestro amigo… y qué difícil tomar la decisión cuando nos toca a nosotros. Mucho predicar, pero poco aplicar podría ser un fenómeno por el que todos hemos pasado en algún punto, pero ¿por qué ocurre?
Según un reciente estudio de Social Psychology and Personality Science esto se debe al denominado “fatiga de decisión”. Este fenómeno no es otro que el que nos acaece cuando no paramos de tomar decisiones, siendo éstas cada vez más equívocas conforme pasa el día.

(Estos consejos, en parte hipócritas, se potencian en lugares como el bar)
Es decir, que afrontar desde bien temprano los temas importantes es la mejor opción. Por eso, el cansancio es el peor enemigo de las decisiones que tomamos, aunque paradójicamente no de los consejos que ofrecemos. Podríamos concluir que nos gusta tomar decisiones ajenas, viéndolas mucho más claras y menos perturbadoras en nuestra mente.
¿Y a quién debemos de pedirle consejo? Sorprendentemente a quienes no son muy partícipes de ayudar al prójimo o al menos samaritano. ¿Por qué? Éste que es más atento puede estar sufriendo este síndrome ya que está expuesto a ser preguntado por consejos.
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(Lo sentimos, a la hora de pedir consejo la realidad duele)
La empatía parece un factor decisivo, siendo algo negativa a la hora de dar consejos, ya que quien carece de esta virtud es más imperturbable y racional, genial para que nos dé el consejo que necesitamos.
Así que lo tenemos claro: la fatiga de decisión es nuestro peor psicólogo, por lo que acudir a ese amigo más frío de lo normal podrá poner en orden tus ideas cuando dudes qué hacer.
Crédito de foto: Universal Pictures/ Giphy.