El otro día iba caminando sola detrás de la Catedral de la ciudad de México, en el Centro Histórico. Me dirigía a una feria del libro, a la entrega del Premio de Poesía Joven Alejandro Aura, un asunto muy emocionante para mí. Iba corriendo porque para variar se me había hecho tarde. Últimamente a todos lados llego tarde y en fachas. Pero ese día iba bien arreglada. Ya ven cómo somos las mujeres: “Más vale tarde y guapa que a tiempo y horrenda”.
El caso es que llevaba puesto un vestidito de encaje color crema, unas mallas negras, botas y sombrero. Nada muy provocativo, no se crean que soy tan ingenua. Corría mientras nadie me veía —porque una dama nunca corre, a menos que nadie la esté viendo— cuando, de la nada, salió un señor de apariencia sospechosa. En realidad parecía alguien que vivía en la calle. Pasó muy cerca de mí y me dijo, bajito, casi al oído: “¿Traes calzones?”. Nunca me había pasado algo así. Soy de esas poquísimas mujeres a las que nunca toquetearon en el metro y, aunque me han dicho todo tipo de piropos en la calle, nunca había escuchado semejante franqueza y claridad en el deseo de un desconocido.
Al señor le excitaba pensar que podría no traer calzones. A raíz de ese encuentro he estado pensando mucho en esa prenda. Recuerdo que en una entrevista a Candela Ferro que leí en esta misma revista, ella decía que prefería usar ropa interior blanca y de algodón. Uno se imagina que una mujer tan guapa usa lencería de encaje rojo o negro, pero no es así. Después la vida me hizo darme cuenta de que en realidad eso de no usar calzones no es tan buena idea: un día al salir del teatro tuve que irme a casa sin tan vital prenda, y les aseguro que no es tan sexy como imaginó el vagabundo. Al final, la ropa incomoda y se te cuelan aires raros.
Y poco después, vi una película que empezaba con un amable caballero efectuándole sexo oral a una dama. Lo único que tuvo que hacer fue hacerle a un lado los calzones. Les aseguro que eso le pareció mucho más estimulante a la señorita que no traer nada y estar expuesta a la buena de Dios.
¿No se dan cuenta de que cierto secretismo, cierto velo, puertas que se necesitan abrir porque están cerradas, son más emocionantes que un camino recto sin obstáculos? Me hubiera gustado detenerme, si no hubiera llevado tanta prisa, a decirle al señor del deseo de los no calzones: “Sí, ahora que lo preguntas sí traigo calzones y son de encaje, diminutos y muuuy cursis”. Seguro que eso lo hubiera motivado más aún que la ausencia de ropa interior en la dama que les escribe. Qué bueno que no lo hice, porque por lo menos algo de pudor queda en mí. Aunque la verdad es que no traía nada similar a lo que describí, porque yo, como Candela Ferro, prefiero la ropa interior de algodón y muy cómoda… a menos que sea para una ocasión especial y con dedicatoria.
Fotografía: Gerardo «Gudini» Cortina. Top y calzón: American Apparel en algodón. Bufanda Zara en poliéster.