Así que Reservoir Dogs cumple veinte años en 2012. A veces las películas cambian más rápido a través del tiempo de lo que lo hacemos nosotros. ¿Se han dado cuenta de eso? Érase una vez, cuando los filmes se estrenaban, teníamos una o dos semanas para irlos a ver y luego desaparecían. Así que si te gustaba una película, la veías dos o tres veces en esas dos semanas. Pero ahora el ritmo ha cambiado: tienes un dvd de Reservoir Dogs (y unos 2000 más, tal vez) y la puedes ver cuando quieras, así que se convierte un poco en tu hijo. Sabes que tu hijo crece, pero no te das cuenta de ello todos los días. Y no ves el mismo cambio en ti. No hasta que «el hijo» se va y regresa -de la universidad, de un viaje, de algún trabajo en algún sitio- y él o ella son una persona diferente.
Algo así sucede con las películas y sus aniversarios. No me malentiendan: no estoy sugiriendo que una cinta cambie literalmente a través de los años. Cuadro a cuadro es exactamente la misma obra; y negativamente también, si recuerdas esa versión de la película.
¿Empezaré a hablar en algún momento de Reservoir Dogs? Sí, lo haré, lo prometo. Pero, si han pasado mucho tiempo cerca de un embalse, sintiendo como la cuesta de la tierra se inclina, la desolación y el color gris acero de su agua, sabrán que toma tiempo para que los perros se reúnan. No basta con silbar para que vengan a ti, saltando con entusiasmo, como si pensaran que tienes deliciosos premios en tus bolsillos. No, el perro se entretiene. Se acerca al borde del agua, no a beber, sino con la esperanza de encontrar algún cuerpo en la superficie. De cualquier forma, los perros de reserva no son un público natural o presto. Son malos y desconfiados y esperan que uno sea igual.
Así que he visto Reservoir Dogs otra vez, para su cumpleaños, y he aquí la conclusión a la que llegué, mirando la cinta con ojos más viejos. (Sé que la película es la misma que vi en 1992 y debo admitir que soy la parte de la transacción que ha cambiado.) Debió haber sido un musical.
Ahora, no hago esta sugerencia por toda la música de dj de radio que hay en la película. Ésa es una consecuencia de cómo los cineastas adquirieron el hábito de escuchar su música favorita durante el proceso de edición y se dieron cuenta de que el «track temporal» podría ser la «banda sonora» (si pueden costear los derechos). Es un método que Scorsese ayudó a explorar y una de las fuerzas motrices de Casino (que cumplirá veinte años en 2015).
Tampoco me estoy refiriendo sólo a «la escena» de Dogs, la que seguro es vista más seguido gracias a nuestro gusto moderno por los highlights, la escena en la que Mr. Blonde usa una navaja de afeitar para cortarle la oreja al oficial Nash con acompañamiento musical. Michael Madsen (Mr. Blonde) puede ser uno de esos actores capaces de comunicar una auténtica amenaza a través de la brecha que hay entre la pantalla y nosotros, la promesa de una agresión casual pero necesaria. Muy pocos actores han logrado esto: Robert Ryan, Robert Shaw, Patrick McGoohan, tal vez un puñado más. Pero en un ejercicio de calentamiento antes de la rebanada, Blonde está escuchando «Stuck in the Middle With You» y hace un bailecito para alistarse y para intimidar a Nash, además de a nosotros. Es un momento horrible, detestable y grandioso. Madsen es un tipo grande, que no tiene mucha agilidad, pero adquiere cierta delicadeza. Nos deja entrever su emoción y su placer. Hay algo de regodeo y locura en su preparativo, y eso está en la película al igual que en la sexy aproximación de Madsen a su víctima.
No quiero decir que esto se traduce en una secuencia de baile íntima. Lo que realmente quiero expresar es la manera en que todos estos tipos con nombres de colores se convierten en un grupo de coristas. No escogieron esos nombres por razones de seguridad o anonimato en caso de que uno sea arrestado. Han sido asignados arbitrariamente (incluso Mr. Pink odia su nombre porque el rosa podría ser gay: ¿acaso nunca vio a Kay Thompson en Funny Face?). Daría lo mismo si fueran números o las bolas en un billar, y si estuvieran numerados entenderías mucho más rápido que son figuras en una fila de bailarines: todos bellos, en forma, ágiles y deseando agradar. Puede ser que estas descripciones no le queden bien a White, Brown, Orange, Pink, Blue y Blonde. Es más verosímil que los denominaras como siniestros y hostiles. Pero también hemos visto filas de chicas iguales a ésta. Y estos tipos son ágiles, malintencionados y expertos en fingir como si sus vidas dependieran de ello.
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Sin duda, el responsable del vestuario sabía lo que Tarantino quería: un uniforme -como lo son las medias y las plumas- o desnudez, el primer y último estilo compartidos. Así que estos tipos con nombres de colores usan trajes negros, camisas blancas y corbatas negras. No me sorprendería saber que obtuvieron la ropa de la vieja mca (que alguna vez fue la agencia de talento más grande de la ciudad), porque ésa es la manera en la que a su jefe, Lew Wasserman, le gustaba que vistieran sus agentes. Así que esos subagentes lucían como acomodadores en un funeral, o como agentes del fbi, hasta que abrían sus bocas y empezaban a hablar de dinero; después el cielo ya no era simplemente azul, era verde azulado, aguamarina y celeste, cobalto y violáceo. Además, a los tipos de Reservoir Dogs les gustan los lentes de sol. Cierto, los lentes de sol no son poco comunes ni inútiles en Los Ángeles, donde toma lugar la cinta, pero esas gafas son también una advertencia à la Godard sobre la negativa de permitir el escrutinio o el descubrimiento de la identidad. Estos tipos quieren pensar que sólo se están moviendo al ritmo de ser gánsteres llevando a cabo un gran atraco.
Creo que ésa es gran parte del atractivo de Reservoir Dogs: la facultad de intercambiar estos trajes vacíos. Si quisieras ser ostentoso (y Tarantino tiene momentos así) podrías decir que la fluidez y la consistencia de estos hombres son una metáfora para la manera en la que todos somos iguales y todos somos nada; en un sentido existencial y en el lenguaje noir moderno, esa palabra se sigue infiltrando sigilosamente como un escudo de la falta de existencia y la ausencia de una historia de fondo. Para explicar esto, si me lo permiten, sigan la comparación con The Killing (1956) de Stanley Kubrick, uno de los filmes que Quentin admite fue una influencia para Reservoir Dogs. Esa película dura sólo 85 minutos y es un tenso relato de un robo en un hipódromo. Así que no tiene tiempo que perder. Aun así, Kubrick y sus escritores encuentran espacio para mostrar el tóxico estado en el que se encuentra el matrimonio Peatty (Elisha Cook y Marie Windsor), la manera en la que Jay C Flippen suspira por Sterling Hayden, el dolor en James Edwards cuando Timothy Carey le dice que se largue, sin mencionar la consternación de Hayden y Coleen Gray en el aeropuerto cuando ven su maleta llena de dinero caer, abrirse violentamente y dispersarse con el viento generado por un avión.
En otras palabras, sientes algo por esas personas, los empiezas a conocer y te encariñas con ellos. Entiendo que esos lazos en una película pueden ser arcaicos y generalmente considerados tan desagradables y maniqueos, que pido disculpas por mencionarlos, pero si llegan a mi edad descubrirán que son tan reconfortantes como la seguridad social. La musicalidad de Reservoir Dogs, la permutabilidad de la línea del coro, no se preocupa o siquiera piensa en esos lazos. Ésa es una de las razones por las que no hay ninguna mujer en la película (o mujeres de las cuales hablar o a las cuales hablarles -y la conversación es la droga preferida de Tarantino). No quiero empezar ningún rumor, pero siempre he tenido la corazonada de que en las cintas que no hay mujeres el irremediable atractivo de la imagen proyectada promueve un temor homosexual o deseo (o ambos al mismo tiempo). Por ejemplo, si hacen un remake de 12 Angry Men, sospecho que el veredicto al final se reducirá a un par de votos y los hombres se perderán en una serie de abrazos cariñosos por el resto de la película -hubiera sido un muy buen tema para Rainer Werner Fassbinder. Hay mujeres en Casino, GoodFellas, Raging Bull y The Departed -y Ginger, personaje de Sharon Stone en Casino, es tan fuerte y temeraria que es casi un hombre. Pero todas esas películas de Scorsese tienen una inclinación inevitable (como la pendiente que lleva hasta el embalse) hacia tipos pretendiendo ser gánsteres que podrían muy bien acabar juntos. La actitud de gánster -la manera machista de hablar y el mandar todo a la «chingada»- es parte de un escondite neurótico para el anhelo y el deseo. Pero es un deseo que los «tipos rudos» temen también: sólo recuerden el lema «los tipos rudos no bailan».
Pero en Reservoir Dogs sí bailan en el sentido de que todo el tiempo que hay música están asumiendo relaciones espaciales interesantes y moviéndose en un patrón coreografiado. Si lo dudan, sólo vuelvan a ver la película y lo notarán desde la línea de trajes negros caminando en la calle hasta la composición bastante artística en el almacén (o lo que sea) donde la acción termina. Que es más, las escenas de confrontación estilo mexicano que Tarantino adora (dos, tres o más tipos que tienen la pistola dirigida hacia alguien) es una posición de baile, una situación que dice: «Mira qué duros somos y observa mientras te vuelo las pelotas y tú me haces lo mismo». Yendo y viniendo al mismo tiempo. Si no piensas que esta fachada de tipo duro es un poco gay, no estamos viviendo en el mismo mundo.
No me malentiendan: veinte años después, Reservoir Dogs está llena de promesa: que el habla se pueda convertir en canción (como en una cinta de Jacques Demy) y que todos bailen la mayor parte del tiempo. No me importa si Harvey Keitel o Steve Buscemi o Chris Penn no puedan bailar (aunque Penn lo hizo en Footloose). Quiero que intenten bailar y cantar por la sencilla razón de que es hacia eso que apunta la falta de vida de los personajes. Reservoir Dogs es tan artificial y está tan distante de la vida real como The Band Wagon y The Umbrellas of Cherbourg. Si te cuestionas sobre esto, sólo piensa en la grave situación de Mr. Orange (Tim Roth) a lo largo de la película: con un tiro en el estómago y tirado en un charco de sangre cada vez más grande, tan abstracto y absurdo que te gustaría ver a un miembro del equipo de filmación entrar a cuadro y verter un poco más de la sustancia roja. Aceptémoslo, todos nos hemos vuelto más sanguinarios desde que nos dimos cuenta de que la sangre en las películas es sólo sustancia roja.
No se queden con la idea de que Tarantino nunca ha soñado con este prospecto: cuando Vincent Vega y Mia Wallace entran a la pista de baile en Pulp Fiction, la emoción no surge sólo de poder ser testigos del regreso del viejo John Travolta, sino también del sentimiento de alivio de que todo lo que sigue pueda ser así, porque la cinta presenta en realidad una rutina tras otra. Es un astuto encubrimiento que en ambas películas todos hablen «gánsterol» o con una serie de malas palabras que un chico puede absorber trabajando en una tienda de renta de videos, mirando dos o tres pantallas todo el día -Detour, Double Indemnity y Pickup on South Street- mientras le está rentando a alguien The Sound of Music, West Side Story y Carousel. (Como ven, de alguna manera la ideología del musical se está esparciendo a través del sistema nervioso del chico, como si fuera Alzheimer.)
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No sé si White y los demás colores son como los gánsteres y criminales de la vida real porque nunca he conocido a uno. Dudo que ustedes lo hayan hecho, y no creo que Tarantino sepa distinguirlos de Ted de Corsia, Neville Brand o Harry Dean Stanton. El film noir dependía de esa fantasía masculina -que nos podemos imaginar a nosotros mismos como gánsteres- y alcanzó un espléndido respeto en The Godfather, tal vez el primer filme de arte pulp, que fue inmensamente influyente, sin importar que GoodFellas y The Sopranos partían del principio correctivo de que Mario Puzo y Coppola trataban a todos los gánsteres como si fueran actores. Por supuesto, si recuerdan la amistad entre Bugsy Siegel y George Raft, podrían darse cuenta de cómo un personaje a menudo quería ser el otro, pero ése es un tema para Ingmar Bergman, cuya reticencia por hacer cintas de gánsteres sólo puede explicarse porque Suecia es una sociedad modelo (es lo que he escuchado).
Así que Reservoir Dogs es una primera película brillante -no, no brillante, fenomenal- con una reserva: puedes adivinar que el director no va a mejorar o a envejecer. Excepto que estábamos equivocados. Pulp Fiction es mucho mejor porque, por una vez en su vida, eufórico por el éxito de su debut (que fue bastante moderado en la taquilla de Estados Unidos, pero importante en Gran Bretaña), Tarantino hizo un gran avance en su propia inocencia y artificialidad. Concibió una trama que tomó la forma de un ocho, una serpiente que se come su propia cola. Más que eso, tuvo un instinto que se apoderó de su propia facilidad estrecha para hablar, tan elaborada, tan juguetona, que rayaba en la comedia -¿recuerdan las comedias habladas? Sí, hay violencia y pavor en Pulp Fiction para dar y repartir, pero se nos ofrecen con un espíritu de humor macabro. Es otra de esas películas que se asemejan más a Minelli entre más las ves. La cosa completa es un sueño, en el que muchos soñadores están compitiendo.
Podrán haber adivinado por mi mensaje entre líneas que no estoy del todo contento con esto. Efectivamente, encuentro la escena de la oreja del oficial Nash angustiante al punto de llegar al frenesí, no sólo por el pensamiento de una oreja siendo cortada (he visto Lust for Life), pero porque el acto se presenta con una promesa diferida que es el detonante de la tortura, aunado con la garantía que Mr. Blonde le ofrece a Nash de que lo va a torturar porque sí, y no porque Nash tenga información alguna. Por otra parte, la condición esencial de voyeur de ir a ver una película -de ver sin participación o responsabilidad- es tan conducente a la tortura como lo es a la fantasía. Es una escena odiosa por lo que nos hace o por lo que nos deja descubrir en nosotros mismos. Así que no me encuentro relajado frente a Reservoir Dogs, pero pocas veces los críticos de cine se meten en tu cabeza o dicen algo útil cuando están contentos con una cinta. El crítico Peter Bradshaw admitió en una edición reciente de la revista Sight 3Sound que The Artist lo había llevado muy cerca de una palabra que había prometido nunca usar: «perfecta». Bueno, creo que puedo tranquilizarlo: The Artist está muy lejos de ser una película perfecta: por ejemplo, se trata de un hombre que duerme con un perro y nunca siquiera trata de explicar ese extraño hábito o se da cuenta de que es por ello que George Valentin no puede hablar.
Lo que me lleva de vuelta a los perros. No es que lo promueva, pero frecuentar los embalses tiene perspectivas interesantes. No sólo el entendimiento de que la fuerza de vida del agua puede asemejarse a The Styx y sentirse tan desierta como algo salido de Stalker de Tarkovsky. Pero son los perros; no puedo sacarme a los perros de la cabeza. He escuchado que la película se llamó Reservoir Dogs porque Tarantino revolvió y confundió el título de la película de Louis Malle, Au Revoir Les Enfants. No importa si esa historia es verídica; debería serlo. Es un gran título con el cual especular. Pero podría hacer que los verdaderos perros sean más malhumorados. No tienen pedigrí. Son perros podencos, rabiosos, con heridas abiertas y quijadas colgantes. Sueñan con ser lobos. Llevan puestos trajes negros, camisas blancas y corbatas negras; avanzan en grupo, como si hubiesen estudiado el comportamiento de las abejas, y se están acercando. Les pueden desear un «Feliz cumpleaños» si quieren, pero no crean que por ello se apaciguaran. Yo tendría la música lista y pretendería ser Fred Astaire con una rutina nueva y espectacular. Podrían intentarlo con «All by Myself» o con «Let?s Face the Music and Dance». Cada perro tiene su baile.