Estimados caballeros, tengo una preocupación que quiero exponerles. Hace varios años que voy al mismo gimnasio. Ahí me siento muy cómoda porque todos son amables, nadie me molesta y no hay tanta gente fanfarrona (sé que ya no se usa ese término, pero yo soy antigüita). A mí no me gusta hacer pesas ni nunca ha sido mi sueño ser fisicoculturista, pero voy a aerobics, yoga, pilates y ese tipo de actividades. Mi esposo se inscribió al mismo gimnasio porque lo convencí de las maravillas del lugar y porque él, además de ser director de teatro, a veces actúa: va a salir de “Bacman” (una especie de Batman mexicanizado) en su próxima obra de teatro, y se puso como meta fortalecer sus músculos.
Un día me llamó por teléfono y me dijo: “No me fue bien en el gimnasio y ya no voy a volver.” “¿Cómo?”, le contesté. “¿Qué te hicieron para que hayas salido tan furioso?” La razón fue que el entrenador del área de pesas —que yo nunca visito— le dijo a mi marido: “Oiga, si yo fuera usted estaría muy preocupado por ponerme súper fuerte porque María, como es actriz, trabaja con muchos hombres musculosos. Y aunque ella diga que no le gustan los tipos con brazos enormes, es mentira: ¡A todas les gustan los hombres musculosos!”
Mientras oía el relato me iba poniendo roja como tomate del coraje. A ver, señor instructor de gimnasio: entérese de que si bien trabajo en algunas ocasiones con hombres fuertes, o guapos, no me apasiona el primer bíceps inflamado que se me pone enfrente. Lo mismo que no me voy enamorando de todas las mujeres hermosas con las que trabajo y a quienes, muchas veces, tengo la suerte de ver sin o con poca ropa. Señor instructor: no soy una hoja en el viento que se deja llevar por la corriente ni que se cuece al primer hervor. Cuando una tiene su corazón bien puesto, no hay pompa ni bíceps (creo que no sé ni cuál es el bíceps) que la distraiga de su profundo amor. Y no, fíjese que hay muchas mujeres a las que NO nos gustan los hombres musculosos porque, en mi experiencia, o son gays o son tan vanidosos que se olvidan de mirarnos, se tardan más en arreglarse que nosotras o se cuidan de no comer ni un postre, y le espulgan la mayonesa a los sándwiches. No, no me gustan los hombres extra musculosos. Es la verdad.
Aprovechando el regaño, me quedo con ganas de decirle al instructor de gimnasio, que meta la nariz en sus propios asuntos y nos deje a los mortales de cuerpos imperfectos, pero felices, vivir en paz. Que ya encontraremos la manera de poder dormir tranquilos si se nos sale una lonjita, pues hay cosas más interesantes que estar todo el día preocupados por cuántas calorías tiene el atún o cuánto gluten hay en un grano de arroz.
Fotografía: Gerardo «Gudinni» Cortina. Moda: Top y mini shorts American Apparel.