Nadie sabe quién es y nadie sabe quién era. En su infancia, su anonimato alimentó su desesperación. Una vez, la desesperación le puso encima los reflectores. No alcanzó la fama como otros jóvenes atormentados y desesperados, pero se dio a conocer lo suficiente como para creer que tras volver a su casa luego de ocho años y medio en la cárcel, lo esperarían las cámaras en la entrada, gente que querría hacerle preguntas. No fue así. Sólo se encontró con su familia y el resto de su vida.
Así que Trunk ha vuelto a donde empezó. No podría ser más desconocido. No podría ser más anónimo. Cuando va a la universidad, toma un autobús. Camina media hora a la parada, sin importar el clima. Camina bajo el sol, el frío, la lluvia y la nieve. El trayecto del autobús dura 45 minutos y cuando llega a la escuela, se encuentra en otro contexto anónimo: es una universidad técnica estatal alejada de cualquier avenida principal. No le importa: se esmera en sus estudios, su historial académico es intachable. Tiene ambiciones. Tiene amigos. No le importa el anonimato ni sentirse solo porque se siente aceptado y se ha aceptado a sí mismo. “Todo ha marchado como debería en el último año y medio, no albergo ni una pizca de frustración social”, asegura.
Sin embargo, Trunk piensa a menudo en aquel que anda en las calles sintiéndose como él se sentía antes. El agraviado, el que tiene un plan, el que tiene un arma —carajo, un arsenal—. La persona contra quien nos sentimos indefensos porque no sabemos quién es. Todo lo que sabemos es lo que él o ella harán.
¿Acaso podemos detener a él o a ella —ellos— para evitar que se conviertan en lo que en Estados Unidos se denomina “francotiradores múltiples”, asesinos en masa? Estamos tan seguros de que no es posible hacerlo que ni siquiera sabemos si alguien lo está intentando. ¿Se les puede comprender? Estamos tan convencidos de que el mal que representan es tan inexplicable que ni siquiera procuramos explicarlo. Los tiroteos masivos se han convertido en rituales nacionales: sacrificios de sangre, propiciaciones para nuestros furiosos dioses nacionales. Nuestra evidente aceptación de ellos los vuelve todavía más terribles. Son un rasgo de la vida estadounidense y conocemos muy bien las secuelas: la conmoción, el horror, la demonización de los culpables, las plegarias en honor a los inocentes, el llamado para hacer algo, las acusaciones y por último, el olvido. Sabemos que lo cambian todo sólo para que todo continúe como estaba.
Nos equivocamos en ese aspecto. No es imposible detener los tiroteos en masa y hay gente que lo está intentando. Tampoco son inexplicables porque cada vez que Trunk se entera de uno, entiende por qué ocurrió y a quien lo ejecutó. Hemos llegado a creer que somos incapaces de detener a los francotiradores porque no sabemos quiénes son hasta que salen a la luz. Sin embargo, una vez, Trunk casi se convierte en uno de ellos. Estuvo muy cerca. Sabe que los francotiradores quieren reconocimiento, no mediante la infamia de una masacre sino mucho antes de tener que perpetrarla. Quieren ser reconocidos en la misma medida que él, años después, desea mantenerse en el anonimato cuando camina a la parada del autobús bajo la lluvia.
Elliot Rodger,Isla Vista, California, 2014; 6 muertos, 13 heridos
El diseño del exterior del edificio es anodino. Es café y de ladrillo, las ventanas están polarizadas y las puertas tienen vidrio reflejante. Podría estar en cualquier parte y servir cualquier propósito: espacio para oficinas, bodega, compañía de luz, burocracia gubernamental o refugio apocalíptico. El interior no es muy distinto. El único indicador de que el edificio no está destinado a labores mercadotécnicas son las dos banderas que le otorgan relevancia. Las banderas ostentan los colores de Estados Unidos y de la Oficina Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés).
En una sala de juntas anónima dentro del edificio anónimo, un hombre se sienta a la cabeza de una mesa. Su nombre es Andre Simons, es delgado, compacto y está alerta, su cabeza rapada brilla, tiene cejas arqueadas y los ojos extremadamente abiertos. Ha visto muchas cosas, escuchado aún más, su conducta sugiere que lo sabe todo: todo, salvo el único hecho, abrumador y modesto, que debería saber.
Simons es la respuesta a la pregunta de quién está intentando detener al próximo francotirador activo, el siguiente acto de violencia dirigida, la próxima matanza múltiple. El Grupo de Respuesta a Incidentes Críticos del FBI comprende el Centro Nacional para el Análisis de Crímenes Violentos (NCAVC, por sus siglas en inglés). Dentro del NCAVC operan las unidades de Análisis Conductual, que se popularizaron en el cine y la televisión por trazar perfiles de asesinos en serie. La Unidad 1 de Análisis Conductual se ocupa del antiterrorismo, las unidades 3 y 4, de crímenes contra niños y adultos, respectivamente. Simons está a cargo de la Unidad 2 de Análisis Conductual (bau2), que evalúa posibles amenazas. Si bien parece una categoría demasiado amplia, es bastante específica. La disciplina de “análisis de amenazas” (TA, por sus siglas en inglés) se está formalizando a tal grado que Simons denomina a los miembros de su equipo “profesionales del ta”. Sus practicantes tienen su propia organización profesional y su revista académica. Pese a que son pocos quienes saben cuál es su función, el ta ha sido la mejor y quizá la única respuesta estadounidense ante la epidemia galopante de francotiradores activos y tiroteos masivos. Andre Simons destaca entre los funcionarios federales que buscan implementarlo a nivel nacional.
Tres o cuatro veces a la semana, Simons se reúne con sus colegas de la bau2 en esta misma sala de juntas para tratar de juzgar si uno de los individuos que han provocado cierta sospecha se encuentra en lo que denominan “el camino hacia la violencia” o si está planeando un ataque.
“Si un hombre o una mujer que está planeando perpetrar un ataque violento llama la atención en su entorno —digo hombre o mujer porque si bien es más probable que sea hombre, también ha habido mujeres agresoras— y consideramos que está contemplando un acto violento o planeando un tiroteo, entonces ejecutaremos una serie de estrategias para mitigar ese riesgo. De modo que nosotros, el FBI, trabajamos de forma cotidiana con la policía local, estatal, de los campus escolares, así como con otras oficinas federales para determinar quién es esa persona y cómo podemos prevenir que consume dicho acto. Si ese individuo está en las calles —y estamos convencidos de que hoy por hoy existe alguien que si no está planeando una operación de este tipo, por lo menos la está considerando—, entonces ¿cómo podemos aprovechar todos los recursos a nuestra disposición, ya sea en el rubro de la salud mental o la aplicación de la ley, para identificar, evaluar y lidiar con ese sujeto?”
Este es el lenguaje característico del TA y no es más vívido que el entorno en el que se habla. No es que consista en apuestas evasivas y riesgos mitigados, sino que es por sí mismo una apuesta evasiva y un riesgo mitigado. Como Andre Simons, el TA supone una fuerza que trasciende sus circunstancias inmediatas. Una apuesta evasiva sigue siendo una apuesta, y la apuesta que el TA plantea es la misma que hemos estado planteándonos como país en el último medio siglo: una apuesta contra la existencia del mal.
En la cultura estadounidense, los francotiradores en masa activos o los asesinos múltiples —como quieran llamarles— han suplantado a los asesinos seriales y quizás incluso a los terroristas: simbolizan el mal definitivo, un mal inconmensurable e invencible. Parte del impacto de un tiroteo masivo radica en la impotencia que sentimos ante lo ocurrido, una incapacidad de responder más allá que con muñecos de peluche y discursos políticos inútiles.
Así que al hablar con quienes se dedican al TA, es difícil no sorprenderse ante su aparente seguridad, dado el ritmo constante con el que ocurren las masacres públicas. Es aún más notable, al comenzar a investigar qué está haciendo el gobierno de Estados Unidos para impedir los tiroteos múltiples, darse cuenta de hasta qué punto les han delegado dicha labor. El TA no es nuestra mejor opción, es la única. La pregunta que todavía no tiene respuesta es por qué si es tan efectivo sigue habiendo tantas muertes.
Aaron Alexis, Navy Yard, Washington, 2013; 12 muertos, 8 heridos
Trunk podría ser cualquiera y provenir de donde sea. Podría ser un chico o un hombre. Al mirarlo, se está frente al hijo de alguien; al mirarlo de nuevo, se ve la fotografía en la primera plana de un periódico. Podría ser ambas cosas. Ha sido ambas cosas. Tiene pelo rubio, lleva lentes con armazón delgado y una cadena también delgada en el cuello; la palidez de su piel es extraordinaria, salvo por sus mejillas ligeramente rosadas y las marcas oscuras de las ojeras. Lo único excepcional de su apariencia es cómo se mantiene. Tiene 30 años, pero aparenta tener 20 y no sólo por el aspecto. Nunca ha manejado un coche. Sus manos no tienen un sólo callo, además tienen un aspecto larvario, como si nunca hubieran entrado en contacto con la luz. Son blancas como la pintura. Sus dedos son largos y estilizados, lo mismo que sus uñas, las cuales son del color de las perlas.
Hace 11 años, cuando lo arrestaron, cargaba un rifle de uso militar en la espalda, una pistola calibre .22 en el cinturón, un machete y dos mil municiones. Vestía de negro, igual que sus dos cómplices, quienes iban igual de armados. Para evitar cargos de conspiración y posesión de armas, se declaró culpable del robo de un auto y lo condenaron a 10 años en prisión, los que considera “tiempos difíciles”. En la cárcel lo apodaron Trunk Full of Guns (cajuela llena de armas).
Asegura que “no era un mal apodo porque creían que estaba loco y eso los mantuvo a raya”. Se conserva así por la cárcel. En su opinión, ésta también lo salvó, pese a sus rigores y adversidades. “Me vi obligado a aprender habilidades sociales. Nunca había tenido la iniciativa de hablar con la gente. En la cárcel no tenía otra alternativa. Si no sabes hablar con los demás, te destrozan.”
También se volvió reflexivo, sobre todo cuando vio en la televisión de la cárcel al último francotirador, recién salido de su masacre. Sí, era Trunk Full of Guns, pero ¿era uno de ellos? ¿Era un psicópata? No estaba de acuerdo. Había estado lo más cerca que un ser humano pueda estar de abandonar su humanidad. Sin embargo, no lo había hecho. No era, pues, malvado. Tampoco creía que los francotiradores más prolíficos tuvieran que serlo. Los conocía, sabía por lo que habían pasado por su propia experiencia. El camino hacia la violencia: no era un término exclusivo del TA. Si bien no sabía qué era, había recorrido ese camino y recordaba los detalles. De modo que cuando recibió un correo donde le preguntaban si tenía propuestas para frenar los tiroteos múltiples, se ofreció como voluntario para hablar. No nada más tenía propuestas, terminó elaborando una especie de TA sobre su pasado para que se pudiera evaluar la amenaza que suponía gente como él.
¿Cómo comenzó? Quería contar que empezó con el dolor. Quería contar que comenzó con el sufrimiento. Quería compartir que empezó en su infancia, cuando su madre no lo dejaba jugar con otros niños. Quería decir que se remontaba a sus 10 años cuando su madre murió. Quería contar que se inició cuando tuvo que repetir primero de secundaria. Pero nadie quiere escuchar esa historia. En todo caso, no era precisa. No empezó con lo que los demás hicieron. Comenzó con algo que hizo él mismo. Empezó con una idea.
“Recostado en la cama, acostumbraba a preguntarme qué estaba haciendo mal. ¿Por qué a nadie le caía bien? ¿Por qué todos estaban en mi contra? Pude haber concluido: ‘Bueno, pues porque soy un perdedor’. No quería hacerlo. Así que empecé a pensar que los demás eran los perdedores. Que no les caía bien porque me tenían miedo, porque tenía poder y ellos no. Porque era especial. Así empezó todo:
Cuando comencé a creerme especial.”
Adam Lanza, Escuela Primaria Sandy Hook, Connecticut, 2012; 27 muertos, 2 heridos
Según start, la base de datos sobre terrorismo global administrada desde Estados Unidos, desde el 11 de septiembre de 2011 ese país ha sufrido 20 ataques terroristas letales, que han provocado la muerte de 46 personas. Se han registrado, cuando mucho, un puñado de asesinatos. De acuerdo con el FBI, de 2001 a 2011 se han producido cerca de 250 tiroteos masivos, que se definen a partir de la muerte de cuatro personas o más. Según el diario USA Today, cuya información en torno a los tiroteos múltiples se considera por lo menos tan confiable como la que posee el FBI, se han consumado 191 tiroteos en masa desde 2006, 34 de los cuales se consideran “públicos”, es decir, sucesos al azar, entre desconocidos. Casi mil personas han muerto y muchas más han resultado heridas. Lo que los estadounidenses han temido desde los ataques del 9/11 —que gente ajena que se hace pasar por estadounidense atacaría el país hasta el cansancio— ha sucedido, sin embargo, con un giro terrible: el país sufre ataques constantes por parte de estadounidenses que dicen sentirse ajenos.
Siempre han ocurrido tiroteos en masa, sobre todo en las escuelas y lugares de trabajo, alguien con un arma tiene la oportunidad de arreglar cuentas reales e imaginarias. Sin embargo, desde Columbine, los tiroteos en masa han evolucionado, se han vuelto menos íntimos, menos locales y en cierta forma, menos comprensibles. La masacre ocurrida en Columbine fue una mezcla de un tiroteo en una escuela y un acto teatral planeado. Columbine tenía que ser espectacular y para los francotiradores múltiples, ha servido de ejemplo, plantilla y reto. Lo estudian, intentan superarlo en cuanto al número de muertos y espectacularidad. A partir de una idea suicida, se gesta la ilusión de grandeza; a partir del deseo de terminar con la propia vida, se gesta el deseo de matar a quien sea posible para alcanzar la inmortalidad. No importa si son completos desconocidos, el objetivo es perecer en un caos de tu propia creación, contigo, y nadie más, al mando, que tu infamia se perpetúe por los videos, los manifiestos y “el legado” que dejas.
Suena a terrorismo. Es terrorismo puesto que su fin es aterrorizar. Sin embargo, no significa que a los francotiradores se les pueda considerar terroristas o se les investigue como si lo fueran. Para empezar, no encajan con la definición: “En general, al francotirador activo lo motiva un agravio personal con un dejo de sentimientos de persecución y humillación, reales y percibidos; por otro lado, los motivos de los terroristas suelen ser ideológicos”, asegura Simons. Además, casi sin excepción, se trata de ciudadanos estadounidenses, una de las razones por las que el terrorismo incita la resolución nacional, mientras que los tiroteos la debilitan. Estamos tan familiarizados con las técnicas empleadas contra la amenaza terrorista: la vigilancia, la búsqueda de datos, el análisis de redes y las operaciones encubiertas a partir de informantes confidenciales, que resulta tentador considerar que podrían ponerse en práctica en el caso de las amenazas, en el sentido que el TA le da a la palabra. Si un individuo lanza amenazas en internet, asume el papel de francotirador en videojuegos en línea de forma obsesiva, tiene un historial de alguna enfermedad mental y está comprando un arsenal de armas o municiones, entonces una sencilla correlación entre estos patrones debería identificarlo antes de que actúe.
No es así. No puede ser. Mucha gente hace todas estas cosas con frecuencia y no decide matar a nadie. Según las estadísticas, los tiroteos son tan poco frecuentes que ningún algoritmo predictivo puede anticiparlos. Internet es un mundo de amenazas tan vasto que Michelle Keeney, la directora del Centro Nacional de Análisis de Amenazas del Servicio Secreto, compara la información que llega a su oficina con “una manguera de bomberos” y asegura con franqueza: “No sabemos qué hacer con ella”. Más aún, las leyes en torno a la confidencialidad médica son tales que Ray Kelly, antiguo comisionado del Departamento de Policía de Nueva York, asegura que los enfermos mentales “son los ciudadanos con más privacidad en Estados Unidos”.
Como resultado, cuando a Andre Simons le preguntan qué hace el FBI en su centro de TA, dice lo que no hace. Algunas de sus respuestas: “No trazamos perfiles, no hacemos pruebas de conducta ni operaciones encubiertas. No escarbamos en internet de manera preventiva para rastrear a criminales… y, por cierto, la Primera Enmienda [a la Constitución] no nos permitiría hacerlo. No somos una policía de inteligencia. No es nuestro cometido adivinar las intenciones de la gente. Reaccionamos”.
En otras palabras, su labor no es de inteligencia. En cambio, los agentes asignados a la bau2 dependen de lo que Simons denomina “el testigo humano”. Es decir, dependen de que alguien le infunda miedo a alguien más. Dependen de que alguien, ya sea mediante su discurso o su comportamiento, inquiete a otra persona. Pese a que Simons reconoce que los testigos humanos son recursos frágiles —“la gente más cercana a un individuo está en mejor posición de detectar ese tipo de conducta inquietante y, al mismo tiempo, es la menos dispuesta a reportarla”—, él y su equipo no tienen más que obtener su información a la vieja usanza:
Esperan a que una persona preocupada reporte a quien(es) le genera(n) esa preocupación.
Charles Andrew Williams, Preparatoria Santana, California, 2001; 2 muertos, 13 heridos
Cuando salió de la cárcel, Trunk volvió a su casa y encontró su anuario de la preparatoria. Lo que descubrió lo desconcertó. Sus compañeros lo habían firmado. Sus amigos le habían escrito que lo verían en el verano. Las chicas le habían dejado sus teléfonos. Ni siquiera lo habían elegido el “mayor perdedor” sino el “más tímido”. ¿Tímido? “Me pregunté cuándo había sucedido esto. Habían intentado acercarse, pero fui incapaz de darme cuenta.” Su mente no se lo había permitido. En su último año en la preparatoria, su mente no había dejado de asegurarle que era un marginado, así que comenzó a distanciarse de sus amigos y a escribir acerca de sus enemigos. “Claro que llevaba un diario. ¿No se supone que la gente como yo lo hace? Es parte del espectáculo. Se trataba de mí contra el resto del mundo.”
Para cerrar el círculo, lo único que necesitaba era la compañía de otro paria. Lo encontró en un amigo de su hermano menor. “En él encontré aceptación mutua, pero ésta tenía un precio, los dos compartíamos un problema.” Por otro lado, ambos pensaban igual, y eso era lo importante. Comenzaron a tocar el tema: su carácter especial. Eran especiales y todo el mundo era ordinario. Jugaron muchos videojuegos que “giraban en torno a personas especiales que destacan porque salvan al mundo”.
Muchos han intentado culpar a los videojuegos por lo ocurrido. “Los videojuegos encajan en el entorno. Como escribir un diario. Ningún diario ha ocasionado un tiroteo. Es parte del contexto. Es un síntoma. Lo mismo ocurre con los videojuegos.”
Sin embargo, las armas eran otro tema.
Steven Kazmierczak, Universidad del Norte de Illinois, 2008; 5 muertos, 21 heridos
El TA surgió del fracaso. A principios de 1981, tras el asesinato de John Lennon, el Servicio Secreto le pidió a un psicólogo forense llamado Robert Fein que escribiera un artículo sobre asesinos con enfermedades mentales. Lo presentó en una conferencia en marzo y semanas después John Hinckley le disparó a Ronald Reagan. En 1982, Fein y su jefe viajaron a Washington a petición del Servicio Secreto. “Nos asignaron una oficina y nos entregaron una pila de casos. Pasamos ese verano leyéndolos e intentando determinar si cabía la posibilidad de descubrir quién quería matar al presidente”, relata Fein.
Fein empezó a trabajar como asesor de la División de Inteligencia del Servicio Secreto. En 1989, Bryan Vossekuil, un agente del servicio de seguridad del presidente Reagan lo acompañó y empezaron a trabajar juntos. Cuenta Fein que “a finales de los 80 llegaron cuatro casos al Servicio que no encajaban con el perfil del asesino. Eran atípicos. Se seleccionaron porque los individuos estuvieron cerca de orquestar un ataque contra el presidente. Para el Servicio, se trataba de una experiencia aleccionadora porque su postura es intentar prevenir la violencia, es su labor”.
El Servicio Secreto le pidió a Fein y a Vossekuil que evaluaran los casos. Su respuesta fue un “estudio operativo”, en palabras de Fein, de cada ataque contra un funcionario o figura pública desde que Ruth Ann Steinhagen le disparó al beisbolista Eddie Waitkus en su cuarto de hotel en 1949. Hablaron con 20 atacantes, muchos de ellos cooperaron porque “habían arruinado sus vidas y querían prevenir que otros hicieran lo mismo”. En 1998 publicaron el artículo: “Cómo prevenir el asesinato: proyecto especial de estudios de caso del Servicio Secreto”, el documento fundacional del ta. Cuenta Fein que “acuñamos el término ‘violencia dirigida’. Nos preguntamos si existían similitudes entre distintos casos de violencia dirigida”.
Existían. De hecho, encontraron tantas similitudes que tras la masacre de Columbine un año después, el Departamento de Educación les pidió a Fein y Vossekuil que pusieran en práctica su trabajo en los tiroteos en las escuelas. Asesinos, acosadores, trabajadores postales molestos y estudiantes atormentados: lo que Fein, Vossekuil y sus colegas plantearon en una serie de estudios fue que todos seguían un camino identificable hacia la violencia. No tenían que lanzar amenazas para convertirse en sospechosos, únicamente tenían que hacerlo mediante su comportamiento. “A partir del modelo clásico de investigación del Servicio Secreto, se hacían preguntas como ésta: ‘¿Cree que Johnny tiene la capacidad de matar al presidente?’ ¿Y qué iba a responder la abuela? ‘Sí, sin ninguna duda.’ Por supuesto que no. Entonces planteamos preguntas distintas: ‘¿La conducta reciente de Johnny le preocupa? ¿Su conducta le inquieta?’ Y obtuvimos información mucho más precisa gracias a dicha estrategia.”
Mediante este enfoque, también podemos obtener una imagen muy distinta de Johnny, sin importar la atrocidad que esté considerando cometer. Estamos acostumbrados a pensar que los autores de los actos de violencia dirigida son psicópatas fríos, aislados, con muchos motivos y sin conciencia, o bien individuos atormentados a los que un día “se les zafa un tornillo”. Según los principios del TA, no son ni uno ni otro. De hecho, de acuerdo con estos principios, a nadie “se le zafa un tornillo”, todos seguimos patrones explicables, incluso quienes intentan realizar lo inexplicable. Marisa Randazzo, antigua psicóloga del Servicio Secreto que colaboró con Fein y Vossekuil en varias publicaciones, ahora es socia de Sigma y Asociados: Gestión de Amenazas, y afirma que “los autores de estos ataques actúan motivados por la desesperación. Normalmente estos individuos ya llevan un tiempo alarmando a quienes los conocen. Cuando entrevistamos a francotiradores responsables de tiroteos en escuelas, me sorprendió la ambivalencia que manifestaron. Por un lado, sentían que era su deber; por otro, no querían hacerlo. En parte buscaban que alguien los animara y en parte, que alguien los detuviera. Se cree que están dispuestos a consumarlo sin importar las consecuencias, pero ese no es el caso para nada”.
Andrew Golden, secundaria Westside, Arkansas, 1998; 5 muertos, 10 heridos
No sólo eran las armas. Más bien, la forma en que habían moldeado su ideología, sus opiniones. Siempre estuvieron presentes. Había 14 en un armario cerrado con llave. Eran armas de uso militar. Había un rifle M1, un Swedish Mauser, sks rusos y muchas municiones. Tenía todo a unos cuantos metros de distancia. No se trataba de una distancia física, sino también espiritual. En su memoria. Uno de sus recuerdos más antiguos era de su padre sentado en el sillón limpiando sus armas. Siempre supo que estaban a la mano. En su mente, era más que eso. Su padre era miembro de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), creía en el derecho otorgado por Dios de portar armas. ¿Qué significaba la expresión “otorgado por Dios” para un niño como él? Significaba que Dios quería que tuviera un arma. Que en el fondo era un guerrero. Que había nacido para algo distinto. “Si le das un arma a alguien con una autoestima tan baja, se sentirá como un héroe de película…”
De niño nunca las disparó. Nunca les hizo mucho caso. Su padre creyó que no le interesaban. Así fue hasta que se alió con otro marginado. Un día, abrió el clóset y encontró poder. Los chicos en la escuela creían que podían tratarlo como querían. Creían que eran alguien y él, nadie. En cambio, en casa tenía un derecho distinto: a portar armas. Fue otro elemento que lo convenció de que acumulaba una fuerza secreta, que lo hizo sentirse especial…
“Y ya hemos hablado de eso.”
Es la parte de su historia que quiere que la gente conozca: “Si no hubiera habido armas en esta ecuación, las cosas no habrían ocurrido como lo hicieron”. ¿Acaso no habría conseguido las armas de forma ilegal de no haberlas obtenido del clóset de su papá? ¿Una persona como él no habría conseguido armas a como diera lugar? “No hay manera de que hubiera comprado un arma de fuego ilegal. No hubiera sabido cómo. Me hubiera dado demasiado miedo. En prisión, había dos tipos de reclusos: los criminales y las personas que cometían crímenes. Los criminales conseguirían un arma a como dé lugar. Yo era una persona que había cometido un crimen. Jamás hubiera ido a la ciudad a comprar un arma. Si fuera ese tipo de persona, entonces no hubiera cometido el crimen que cometí.”
Charles Roberts, tiroteo en escuela amish, 2006; 5 muertos, 5 heridos
¿Por qué sospechó de este individuo? ¿Acaso tuvieron un conflicto o guarda rencor? ¿Ha habido intentos de resolver dicho conflicto? ¿Qué logros se le atribuyen? ¿Qué lo mantiene motivado?
¿La persona en cuestión ha expresado intenciones de atacar? ¿Ha escrito algo, lo que sea, en donde sea, sobre sus intenciones e ideas? ¿Han alertado a alguien? ¿Lo han tenido que alejar de algo o alguien, por ejemplo, o evitar que asista a la escuela en una fecha en particular?
¿El individuo ha mostrado interés en otros ataques o atacantes? ¿En asesinos? ¿En asesinos en serie? ¿En violencia o terroristas? ¿En armas?
¿El individuo ha urdido un plan? ¿Ha adquirido armas? ¿Ha practicado con ellas? ¿Ha inspeccionado un área de ataque? ¿Ha ensayado el ataque?
¿La persona en cuestión es capaz de perpetrar un ataque? ¿Es organizada? ¿Tiene acceso a un arma? ¿Está intentando tener acceso a un arma?
¿El individuo está deprimido? ¿Desesperado?¿Es desdichado? ¿Suicida?
¿Ha experimentado un revés o un fracaso reciente?
¿El individuo considera que la violencia es una vía aceptable para solucionar los problemas?
¿Lo que este hombre o mujer dice de sí mismo es congruente con sus actos?
¿Alguien más está preocupado por el potencial violento que supone esta persona?
¿Considera que dicha persona está transitando el camino hacia la violencia?
Estas son algunas preguntas que el Servicio Secreto ha desarrollado con el fin de evaluar todo tipo de amenazas. Se basan en estadísticas. La agencia realiza miles al año porque, en palabras de uno de sus oficiales de alto rango: “No podemos darnos el lujo de descartar ninguna amenaza”. Aunque se basan en estadísticas, no ceden ante las previsibilidades algorítmicas de los datos duros. No son sofisticadas, tampoco modernas. Dan por hecho la incertidumbre y al hacerlo, representan una lucha humana contra la posibilidad de la violencia extrema. Y ni siquiera es la parte difícil.
Lo difícil es qué hacer si las preguntas funcionan, qué hacer si identifican a una persona como una amenaza. “En el caso de alguien que nos produzca demasiadas sospechas, como la mayoría de las instancias judiciales, intentaremos apresarlo o presentar cargos en su contra porque nuestro interés es la seguridad”, dice Michelle Keeney. En numerosas ocasiones, no es posible levantar cargos en su contra porque la persona no ha cometido ningún crimen. No se le puede arrestar porque no cumple los criterios para hacerlo, no representa un riesgo inminente para sí mismo u otros. De modo que cae en lo que los agentes judiciales denominan “una laguna”, o sea, saber que una persona representa un riesgo y no saber qué hacer al respecto.
El TA se diseñó para abordar esa laguna. Lo que no puede hacer es predecir; busca prevenir. Reid Meloy, uno de sus líderes, lo ha comparado con la cardiología: no es posible predecir un ataque cardiaco, lo que sí se puede determinar es cuándo se está en riesgo. Es ahí donde “la destreza gerencial” entra en juego. Por necesidad, en buena medida el TA busca intervenir y no procesar, es terapéutico. Marisa Randazzo de Sigma asegura que además de haber prevenido tiroteos múltiples, “alguien que había planeado un tiroteo en masa nos contactó para decirnos que recuperó su vida gracias a nosotros”.
Y no es la única. Según la gente del TA, en 10 años se han prevenido muchos tiroteos múltiples. A finales del año pasado, el procurador general de Estados Unidos, Eric Holder, aseguró que Andre Simons y la bau2 previnieron al menos 148 tiroteos y ataques violentos, una cifra que Simons ha tenido que defender y aclarar desde entonces.
“Recibimos unas tres o cuatro solicitudes por semana, 150 al año, una cifra que parece estar ascendiendo. En todos los casos, intervenimos para respaldar o ampliar las estrategias de las instancias judiciales locales. Siempre será difícil medir nuestro éxito porque éste se define a partir de la ausencia de un suceso. Ninguno de los casos que hemos apoyado han resultado en un suceso o tiroteo masivo.”
De modo que Simons nunca ha prevenido un tiroteo en el estilo que nos tranquilizaría, es decir, nunca ha predicho el ataque de un francotirador para luego hacer una redada flamante. En cambio, ha asistido en intervenciones con hombres y mujeres que habían tomado un camino que pudo haber desembocado en tiroteos en masa, y ha hecho esto por lo menos 500 veces desde que se creó esta unidad en 2010. En este sentido, nunca ha fallado, aunque también ha estado en seis escenas espeluznantes en las que ya se habían cometido tiroteos múltiples