Estimados caballeros, la semana pasada, durante un baile de La Arrolladora Banda El Limón en el que grabamos unas escenas de la serie que estoy haciendo, Los héroes del norte, sucedió algo peculiar, que me hizo percatarme de que las apariencias engañan y que es muy fácil construirnos la imagen de nosotros mismos que queremos que el mundo vea, pero es igualmente fácil hacer el ridículo cuando imaginamos que la gente nos ve de cierta forma, sin querer darnos cuenta de nuestra realidad. Todo esto pasó por mi mente en una situación bastante cómica que a continuación les contaré.
Sucede que el personaje de Patricia Reyes Spíndola se sube al escenario a bailar con un stripper, que la cachondea fenomenalmente, y ella está sabroseándoselo a gusto, ahí, frente a miles de espectadores, cuando su amante, interpretado por Ignacio Guadalupe, se trepa al escenario y, lleno de celos, comienza a golpear al bailarín. Para entonces, el stripper ya estaba casi desnudo, sólo le quedaban las botas, los calzones y un sombrero vaquero, que en un golpe certero del celoso amante voló por los aires, mostrándonos la realidad sobre el físico de este fortachón individuo: ¡una pelona, rodeada de unos pocos mechones horribles! En sus gestos y en todo su cuerpo, a la distancia, pude observar la humillación y la vergüenza que el bailarín sintió al quedar expuesto, no en su desnudez, sino en su oculta calvicie. Pobre hombre. Sentí compasión por él. La imagen que con tantas horas de gimnasio y un sombrero meticulosamente elegido había construido de sí mismo, se vio derrumbada en un instante, por un actor rival, que no tenía ni idea de lo que había debajo de ese sombrero. El pobre fortachón pasó de ser un objeto del deseo de miles de chicas que lo miraban moverse ágilmente sobre el escenario, a un ser cómico y ridículo al perder su sombrero. Pero tendría que aceptar que eso le pasó por no rasurarse los pocos pelos que le quedan en la cabeza y aceptar que esa melena ya no existe. Tan bien que se podría ver con la cabeza rapada, sin la absurda pretensión de mostrar unos pocos pelos saliendo de un sombrero, dentro del cual no hay nada más.
«Unas canas masculinas nos hacen sentir que han vivido mucho y que nos pueden dar seguridad, enseñarnos cosas de la vida». |
Esta anécdota me llevó a observar las cabezas de los hombres a mi alrededor, sobre todo los conductores de televisión, y concluí que casi todos se pintan el pelo o traen peluquín. Señores: las canas y las calvas son sexys en ustedes, los bisoñés y los tintes rojizos, negro ala de cuervo y chocolate oscuro (por no hablar de los «rayitos») nunca se ven naturales. Siempre son horribles. Sin excepciones.
Cuando comenté esta inquietud con una amiga, me recordó que también las mujeres se pintan el pelo. Y sí, es verdad, la mayoría de las mujeres mayores de treinta años se tiñe el pelo para ocultar sus canas (yo misma lo haré próximamente, porque este mes cumplo 30, por si me quieren felicitar) pero eso no nos resta feminidad, como no lo hace usar corrector de ojeras o enchinador de pestañas. A ustedes sí les resta masculinidad taparse las ojeras o rizarse las pestañitas. Perdonen que sea tan radical, pero los hombres no deben ser bonitos (al menos a mí nunca me han gustado los bonitos), sino interesantes, experimentados, libres.
Unas canas masculinas nos hacen sentir que han vivido mucho y que nos pueden dar seguridad, enseñarnos cosas de la vida. En cambio, un tinte que se pusieron a media noche, a escondidas, nos hace pensar que son vanidosos y cobardes. Una calva también puede ser muy atractiva, muestra seguridad, decisión, arrojo. Bueno, con decirles que una vez vi a Al Pacino en teatro y, al darme cuenta de que tenía el cabello teñido, bajó para mí como mil puntos; ¡ahora imagínense cualquier mortal que va por la vida con la cabeza como casco de muñequito Playmobil!
Perdonen que en esta ocasión mi columna haya sido tan frívola, pero me sentí con la obligación moral de darles este consejo; quizá nadie más se atrevería, por miedo a herir sus sentimientos. No se pinten el pelo, ni intenten esconder sus despoblados con peinados estilo queso Oaxaca o sombreros que pueden caer en cualquier momento, dejándolos desprotegidos frente a este mundo tan cruel y burlón. Adiosito y ¡viva México, pelones!