Mis queridos señores, ¿cómo los trata la vida? Espero que muy bien porque han de saber que, aunque se diga por ahí que las mujeres adornamos el planeta, yo difiero: ustedes son la belleza de este mundo.
Pero más allá de tanto piropo, quiero contarles que hace no mucho estuve grabando algunos capítulos de la serie televisiva Los héroes del norte en la apasionante Tijuana. Las escenas que me tocaban eran de noche, porque ya saben que no hay vida nocturna más candente y excitante que la que presume esa ciudad fronteriza. Resulta que mi personaje, la Márgara (ex bailarina húngara histérica), debía aparecer en el interior y en los alrededores del mítico club nocturno Adelitas. Han de saber que, dado que soy una dama, nunca había entrado siquiera a un table dance. Y puedo decir que no salí indiferente de ahí.
Desde que llegamos había una bailarina de carne y hueso en nuestro cuarto. Nuestro camerino estaba en una de las habitaciones privadas donde las bailarinas llevan a sus clientes para un servicio más íntimo («¡fuchi las sábanas!», pensé). Su labor era ayudarnos a Martina Franz y a mí a que hiciéramos lo más verosímil nuestra escena de baile en el tubo.
Como yo estaba embarazada, le advertí al director que no me iba a colgar del mástil (no se me fuera a salir el chamaco). Aunque también le dije que sí podía bailar y moverme lo más cachondo posible (lo pueden verificar en alguno de los episodios de la segunda temporada). Además, en la primera temporada ya me había colgado con destreza magistral del famoso tubo (lo pueden verificar también, si dudan de mis capacidades).
Mi curiosidad era enorme. Quería saber todo sobre aquella bailarina cubana y su clientela, pero mi morbo se fue convirtiendo en una sensación más desagradable conforme avanzaba la noche y nos fuimos enfrentando con los visitantes habituales del tugurio. Sobra decir que las copas comenzaban a causar sus efectos de desinhibición en aquellos caballeros que unas horas antes no podían ni sostenernos la mirada por la timidez.
Ahí nos tienen a Martina y a mí, vestidas de teiboleras en plena acera en medio de la noche tijuanense. La escena era extraña: nosotras afuera del Adelitas y rodeadas de hombres hambrientos de carne femenina. En algún momento se me acercó un borrachito chaparro, que se tambaleaba y me miraba los pechos como hipnotizado. Mi cabeza dio mil vueltas pensando cómo explicarle que yo no era una bailarina real, que estaba disfrazada de mujer de la noche pero me gano la vida de día. Por fortuna no hubo necesidad de hacerlo, porque el amigo de vestuario de la serie me hizo el favor de desviar al borrachín a otro lado de la pista. ¡Estuvo cerca! Las mujeres difícilmente tenemos esta visión de un hombre excitado, borracho y agresivo. Créanme, la situación no es nada agradable.
¿Quién dijo que los hombres y las mujeres somos iguales? No los critico ni los juzgo. Entiendo que pueden ser animales salvajes en la cama y eso nos prende muchísimo. Pero les recomiendo que no dejen que la mujer de sus sueños los vea en el table, porque perderán todo el misterio y la maravilla de dejarnos excitarlos y ver cómo poco a poco su cuerpo va calentando motores para hacernos sentir en el cielo. Besos y nos vemos el próximo mes.
Twitter: @mariaaaura