El hombre que mató a Osama bin Laden estaba sentado en una silla de mimbre en mi jardín trasero y se preguntaba cómo iba a darle de comer a su esposa y a sus hijos, o a pagar el seguro médico de su familia.
Era un día templado de primavera en abril de 2012. Las sombras irregulares de los arces nos protegían del sol. Aquella reunión pequeña incluía a la familia y a algunos de los amigos del Tirador, quien sudaba al hablar sobre su futuro incierto, sus planes de dejar la Marina y el 6° Equipo SEAL.
Se puso de pie varias veces quejándose del calor; al hacerlo dejaba una marca de sudor en el cojín del respaldo de la silla. Caminaba de un lado a otro. En ese entonces, yo no lo conocía tan bien como para saber si un vaso de su whisky de malta favorito, Lagavulin, lo estaba poniendo más o menos tenso.
Con el tiempo nos conoceríamos íntimamente. Cenaríamos y beberíamos mucho whisky. Jugaría con mis hijos y mis perros, y sería todo un caballero -divertido e interesante- con mi esposa.
En mi jardín, el Tirador relató su historia: se alistó en la Marina a los diecinueve años porque una mujer le rompió el corazón. Para escapar, casi por accidente llegó a una oficina de reclutamiento de la Marina. «El reclutador me preguntó qué quería hacer con mi vida. Le dije que francotirador.»
«Me respondió: Pues aquí tenemos francotiradores.»
«Le contesté: En serio, amigo, en la Marina no hay francotiradores. Me llevó a su oficina y me hizo una oferta buenísima, acepté porque se me antojó hacerlo, por capricho.»
«Así que la razón por la que Al Qaeda se ha visto diezmada», bromeó, «es porque una mujer me rompió el puto corazón.»
Llegaría a enterarme del centenar de misiones de combate del Tirador, sus doce despliegues de larga duración con el equipo SEAL, los más de treinta enemigos que liquidó, a menudo en enfrentamientos cara a cara. Durante horas discutiríamos la misión contra Osama bin Laden y cómo, frente al celebérrimo cadáver situado ante ellos dentro de una carpa en un hangar en Jalalabad, él entregó el cargador de su rifle casi completo, salvo por aquellas tres balas letales, a la analista de la CIA cuyo tenaz trabajo de inteligencia e intuición condujo a los militares a esa noche.
Mientras el Tirador hablaba la primera vez que estuve con él, intentaba imaginarlo uniformado y equipado, a menos de un metro de distancia de Bin Laden, cuya vida terminó un instante después con los tres disparos que le asestó en la frente. Pero mi mente presentaba esa imagen como un Photoshop mal logrado: la cabeza de Mao superpuesta al río Yangtze, o un montón de turistas tomándose fotos con reproducciones en cartón de los presidentes a las afueras de la Casa Blanca.
Después de todo, Bin Laden era el hombre al que el director de la CIA, Leon Panetta, llamó «el terrorista más infame de nuestros tiempos», una pesadilla que devoró nuestro imaginario cultural colectivo durante más de una década. Era la encarnación del mal, y el hombre que estaba en mi jardín fue quien acabó con él.
El Grupo 6 de los SEAL (ST6 por sus siglas en inglés), como ninguna otra unidad en la historia del ejército de Estados Unidos, requería una capacidad de trabajo en equipo extraordinaria, además de todo tipo de apoyo en el campo de batalla.
De forma similar, la nasa contó con el trabajo de miles de personas para enviar al hombre a la Luna. Sin embargo, la historia da cuenta de que Neil Armstrong fue el primero en lograrlo, y no el igualmente talentoso Buzz Aldrin.
Numerosas personas con conexiones con los SEAL y con la misión que acabó con Bin Laden, me han confirmado que el Tirador fue el «número dos» por detrás del hombre encargado de liderar el asalto al subir las escaleras de la residencia de tres pisos. También confirmaron que el Tirador fue quien entró por la puerta de la habitación y, en la oscuridad total, se enfrentó con el sorprendentemente alto terrorista, mientras éste colocaba a su esposa más joven, Amal, frente a él. El Tirador tuvo que elevar su arma más de lo esperado.
El líder del asalto (point man) es el único aparte del Tirador que pudo verificar de primera mano los disparos letales, cosa que hizo y después compartió con otro SEAL al que entrevisté. Pero incluso él no se encontraba en la habitación en ese momento, ya que había derribado a dos mujeres en el pasillo, una decisión crucial y heroica pues se sospechaba que todos los habitantes de la casa llevaban chalecos con explosivos.
Una serie de conversaciones confidenciales, descripciones detalladas de reportes sobre la misión y evidencia complementaria, dejan claro que el Tirador es el único que conoce los hechos tal como ocurrieron en esos segundos decisivos. De acuerdo con su relato, confirmado por múltiples fuentes, él fue el último hombre que vio a Osama bin Laden con vida. Esto no contradice las afirmaciones de otros SEAL, que aseguran haberle disparado una vez muerto. De hecho, parece que varios miembros del grupo así lo hicieron.
Lo que resulta más difícil de comprender es que un hombre con cientos de misiones de guerra exitosas, uno de los veteranos de combate más condecorado de nuestros días, que coronó su carrera eliminando a Bin Laden, tenga un futuro tan incierto.
Volvamos a abril. Él y algunos de sus colegas del ST6 habían formado el embrión de una compañía que tiene como objetivo ayudarles en la transición a la vida civil una vez finalizado su servicio. En mi jardín nos enseñó los bocetos de sus tarjetas de presentación. El nombre de la compañía hacía referencia a su unidad de los SEAL con una broma sutil y privada.
A diferencia de Matt Bissonnette, ex miembro del ST6 y autor del libro No Easy Day, el Tirador no se apresurará a escribir su recuento de los hechos ni a convertirse en una figura pública, porque eso implicaría violar el código de «silencio profesional». Alguien le sugirió que vendiera lentes de sol personalizados y otros accesorios que los operativos especiales inventan y usan en el campo de batalla. Cuesta creer, sin embargo, que para el líder de un comando en el que ninguno de sus hombres resultó herido en una misión, vender lentes de sol sea la mejor alternativa. Es una verdad irrebatible que aquellos que han estado expuestos por un periodo de tiempo prolongado a peligros aterradores durante nuestras recientes guerras interminables, se encuentran a la deriva en la vida civil, haciendo esfuerzos desesperados por adaptarse y a veces luchando para subsistir.
En ese entonces, el tío del Tirador contactó a un ejecutivo de la empresa Electronic Arts (EA), con la esperanza de que necesitaran ayuda con los escenarios de sus videojuegos cuando su sobrino se retirara. Sin embargo, el tío no puede mencionar que la peculiaridad más importante de su sobrino es que mató a Bin Laden.
El secretismo es una gruesa manta que envuelve a nuestras Fuerzas Especiales, técnicamente para siempre. Los 23 SEAL que volaron a Pakistán aquella noche fueron advertidos por su comandante, el día que volvieron a Estados Unidos, de que debían actuar y hablar como si aquello nunca hubiera sucedido.
«Ahora mismo tenemos consultores de sobra», respondió el hombre de los videojuegos. «Treinta elementos en activo o recientemente retirados» trabajan en un juego: Medal of Honor Warfighter. Siete miembros del ST6 fueron posteriormente sancionados por asesorar a EA mientras aún estaban en activo y por, supuestamente, revelar información clasificada de la Marina. (Un SEAL retirado que formó parte de la operación contra Bin Laden también estuvo involucrado.)
Con la concentración y la precisión que ha aprendido, el Tirador espera y busca la mejor manera de dejar la Marina y adaptarse. A pesar de su futuro incierto, su pasado es impresionante. Es un hombre que está orgulloso de su historial al servicio del país y que se ha ganado el respeto de sus colegas.
«Ha asumido riesgos monumentales», dice el padre del Tirador, luchando por contener la frustración que ultraja el orgullo que siente por su hijo. «Pero no puede recibir ninguna recompensa.»
No es que no hubiera ninguna: el gobierno de Estados Unidos ofreció $25 millones de dólares por Bin Laden y es casi seguro que nadie los cobrará. Por lo menos no los SEAL que participaron en la operación, ni los expertos en inteligencia que ayudaron a hacerla posible. De acuerdo con funcionarios de Washington, la tecnología, más que las personas, fue el factor clave en este caso.
El Tirador no se preocupa por todo esto. «No soy religioso, pero siempre sentí que tenía un cometido específico en la vida. Después de esa misión supe lo que era.»
Otros también lo sabían, empezando por el comandante en jefe. La captura o muerte de Osama Bin Laden fue una de las promesas principales de la campaña presidencial. Una superproducción cinematográfica, varios libros y un montón de documentales y películas para televisión han fortalecido la imagen de valentía del Tirador y de todos los miembros del Escuadrón Rojo ST6.
Hay un negocio que se ha derivado de la misión, y muchas personas lo están capitalizando. No quien apretó el gatillo. Mientras otros cobran, él se muestra cauto y se cuida de no deshonrar a nadie. Su convicción es férrea.
«Nadie que luche por este país debería pelear por conseguir un trabajo», dijo Barack Obama el pasado Día de los Veteranos, «por tener un techo o los cuidados que se ha ganado al regresar a casa».
Pero el Tirador descubrirá muy pronto que cuando se retire después de 16 años en la Marina, con el cuerpo plagado de cicatrices, artritis, tendonitis, daños oculares y discos vertebrales desgastados, lo que conseguirá de su empleador y de una nación agradecida será: nada. Ni pensión, ni seguro médico, ni protección para él o para su familia.
Desde la misión de Abbottabad, ha entrenado a sus hijos para que se escondan en la tina del baño -el lugar más seguro y protegido de su casa- a la primera señal de peligro. Su esposa sabe usar el arma que esconden en el armario. Sabe que debe sentarse en la cama, con la culata del arma apuntalada contra la pared, y, de ser necesario, en qué ángulo disparar a través de la puerta de la habitación. También guardan un cuchillo en el vestidor, por si fuera necesario.
Además hay una bolsa «de escape» con ropa, comida y otras provisiones para la familia, que les permitirían esconderse durante dos semanas si tuvieran que huir a toda prisa.
«Personalmente», me confesó su esposa hace poco, «me siento más asustada por un potencial ataque de represalia contra nuestra comunidad ahora que hace ocho años», cuando su marido se unió al ST6.
Cuando la Casa Blanca identificó al ST6 como los ejecutores del ataque contra Bin Laden, las cámaras invadieron su barrio de Virgina Beach y tomaron imágenes de las casas de los SEAL.
Después de que el rostro de Bin Laden apareciera en la televisión en los días posteriores a su muerte, el Tirador le advirtió a su hijo mayor que nunca más mencionara el nombre del líder de Al Qaeda «a nadie, es un nombre malo, un nombre maldito.» Entonces su hijo lo empezó a llamar Poopyface. Es una historia que contó con ternura esa tarde de abril en que visitó mi casa.
Ama a sus hijos y solo llora cuando habla de aquellos momentos en los que se despedía de ellos, antes de embarcarse en una nueva misión. «Es mucho más fácil cuando están dormidos», dice, «simplemente les doy un beso, preguntándome si será la última vez que lo haga.» Le encanta presumir videos de su hijo mayor en su clase de kick-boxing. Se refiere a su esposa como «la madre perfecta».
La pareja, sin embargo, está oficialmente separada, un hecho común en el ST6. Los matrimonios de los SEAL son algo peligroso, arriesgado. Esposos y padres han estado mucho tiempo fuera, alejados de sus familias, desde el 11 de septiembre de 2001. Pero el Tirador y su mujer siguen viviendo en la misma casa en términos amistosos, incluso amorosos, sobre todo para ahorrar dinero.
«Estamos considerando cambiarme el nombre», dice la esposa. «También a los niños, sacar el nombre de mi marido fuera de esta casa, liquidar nuestros coches. Es decir, borrarlo de nuestras vidas, pero por cuestiones de seguridad. Todavía nos amamos.»
Cuando la familia preguntó qué clase de protección podría darles el gobierno de Estados Unidos en caso de que el nombre del Tirador se filtrara, les recomendaron un programa de protección de testigos. Solo tienen que esperar a que el Departamento de Defensa desarrolle uno.
«Ellos [el comando SEAL] me dijeron que podían conseguirme un trabajo como chofer de un camión de cerveza en Milwaukee», bajo una identidad falsa. Como los soplones de la mafia, no podría contactar a su familia o amigos. «Lo perderíamos todo.»
«Estos tipos tienen en sus cabezas una riqueza de conocimientos y entrenamientos que vale millones de dólares», dice un miembro del grupo que está en mi casa, un ex SEAL que actúa como mentor del Tirador y otros en la transición desde lo que se llama oficialmente Grupo Especial Naval de Desarrollo de Guerra. «Todas esas habilidades no deberían desperdiciarse.»
El propio mentor siguió una ruta habitual. Primero estuvo en Blackwater y luego en la CIA, en ambas ocasiones como operador paramilitar en Afganistán.
La seguridad privada sigue siendo la salida más cómoda y factible, aunque la mayoría de estos hombres, incluido el Tirador, no quieren volver a llevar un arma nunca más en su actividad profesional. La muerte de dos contratistas en Bengasi (Libia), antiguos SEAL a quienes el mentor conocía, les recuerda a todos que los riesgos que se corren en el campo de batalla nunca desaparecen.
En la época en la que el Tirador me visitó aquella primera vez en abril, yo ya había aprendido mucho sobre el aspecto humano de lo que se denomina Tier One Special Operations [operaciones especiales de máximo nivel, ordenadas por el presidente], además de su extraordinaria habilidad y su determinación de hielo. Es una mirada privilegiada y absorbente hacia el interior de uno de los clubes más exclusivos sobre la Tierra.
Comprendí que el Tirador tendría que enfrentarse a un mundo totalmente distinto de aquel que supuestamente le iba a ayudar, como describió el presidente Obama en el Cementerio Nacional de Arlington unos meses antes.
Al presenciar cómo sorteaba obstáculos muy diferentes a los que había enfrentado con tanta habilidad en cuatro zonas de guerra alrededor del mundo, me preguntaba: ¿así es como este país trata a sus héroes? ¿Aquellos a los que una vez el presidente Barack Obama llamó «lo mejor de lo mejor»? ¿A los que el vicepresidente Joe Biden definió como «los guerreros más excelentes de la historia de la humanidad»?
1. Abril de 2011: La misión
Supimos que se trataba de una misión especial, dijo el Tirador cuando nuestra serie de entrevistas sobre la operación de Bin Laden comenzaba, porque acabábamos de terminar un despliegue en Afganistán y estábamos en un viaje de entrenamiento, buceando en Miami, cuando unos pocos de nosotros fuimos llamados por el comando en Virginia Beach. Otro grupo del ST6 esperaba en estado de alerta -normalmente éste es el equipo que sale disparado ante cualquier situación de contingencia-. Pero ellos no fueron los elegidos. Había tantos acontecimientos: lo de Libia, la Primavera Árabe. Sabíamos que se trataba de algo bueno, solo que no estábamos seguros de que tan bueno sería. El primer día de «briefing» nos contaron una especie de mentira, fueron muy ambiguos. Mencionaron algo sobre cables submarinos dañados a causa del terremoto en Japón o algo igual de disparatado. Insinuaron que se trataba de Libia. Dijeron que íbamos a ir en un par de aviones hasta el lugar; no sabíamos cuántos íbamos a ir, solo que nos tendríamos que traer algo de algún sitio. Y que no tendríamos apoyo aéreo.
Asumí que se trataba de un WMD [arma de destrucción masiva], una bomba atómica, porque ¿para qué más nos enviarían a Libia?
Cada pregunta de los miembros del Escuadrón Rojo del ST6 era respondida con: «No les podemos decir eso» o «No lo sabemos».
También era raro que todo el Escuadrón Rojo estuviera en la base, pero que hubieran sacado a todos del «briefing» excepto a quienes irían, 23 más cuatro de apoyo. Si salíamos del salón para ir por café y charlar, los demás nos preguntaban de qué se trataba. Les contestábamos: «No tenemos ni idea».
El Tirador era uno de los líderes de la misión. Casi todos los elegidos tenían uno o dos rangos en el escuadrón, eran los más experimentados. El grupo fue dividido en cuatro equipos tácticos, con el Tirador como cabeza del grupo de seguridad externa compuesto por el perro Cairo, dos francotiradores y un intérprete de la CIA para alejar a cualquiera que quisiera echar un vistazo.
El grupo salió de Virginia la mañana del domingo 10 de abril con dirección a Harvey Point, una de las bases de la CIA en Carolina del Norte, donde se llevó a cabo otra sesión informativa y comenzaron el entrenamiento. El Jefe Maestro del ST6 dijo que el JSOC [Mando Conjunto de Operaciones Especiales] estaría ahí, quizá el Secretario de Defensa, la sección de la CIA para Pakistán y Afganistán… Todo esto hizo que empezara a atar cabos: esto es muy grande. He visto la muerte muy de cerca, con balas rozándome la cabeza incluso mientras conducía. Situaciones terribles. Siempre le decía a mi madre que no había forma de que muriera, porque tenía una razón para estar en este mundo. Llevo veinte años diciéndolo. No sé cuál es, pero es algo importante.
El lunes el equipo fue reunido en un salón muy amplio dentro de un edificio de una planta. Había seguridad afuera del edificio, nadie más tenía permiso de estar ahí. A la reunión asistieron un general del JSOC, oficiales de la sección Pakistán/Afganistán, de Washington, y el comandante al mando del ST6. El comandante de los SEAL, muy frío, dijo: ok, nunca habíamos estado tan cerca de OBL [Osama bin Laden].» Eso fue todo. Nos miró, lo miramos y asentimos con la cabeza. No hubo ovaciones ni ninguna mierda de ese tipo. Nos quedamos pensando: «Bien, ya era hora de que matáramos a ese hijo de puta». Fue así de simple.
Eso era para lo que había venido. Dejando a un lado los celos, uno de nosotros va a tener la oportunidad única de matar a ese tipo.
Durante la sesión informativa de un día, los SEAL se enteraron de cómo el gobierno había localizado el complejo de Abbottabad, cómo estuvieron vigilándolo, analizándolo, porque creían que Bin Laden podría estar ahí. OBL había comenzado a ser conocido como el Marcapasos, el hombre alto de las imágenes por satélite que nunca salía, ni iba acompañado, ni se mezclaba con los demás.
La mujer de la CIA, ahora inmortalizada en libros y películas, presidió la sesión. «Sí», nos dijo. «Lo descubrimos. Es él. Es el trabajo de mi vida. Estoy segura.»
El gobierno y el ejército habían estado considerando cuatro opciones: bombardear el complejo con una tonelada de artillería; enviarnos a nosotros; hacer algún tipo de operación conjunta con los «pakis» [paquistaníes] o intentar lo que se conoce como «lanzamiento de martillo», en el que un «drone» vuela y tira una maldita bomba sobre el sujeto en cuestión. No querían daños colaterales. Y querían cerciorarse de que Bin Laden moría y de que no estuviera a salvo en una cueva o en un refugio.
Después de que los SEAL fueran instalados en habitaciones tipo motel, con áreas comunes donde tenían televisores y cocina, el equipo empezó a planear la estrategia con una maqueta del complejo colocada sobre una gran mesa. Luego fueron llevados a una maqueta a escala real para un ensayo. Al día siguiente llegaron los helicópteros y empezamos a realizar entrenamientos basados en lo que íbamos a hacer.
En cuanto me di cuenta de lo que sucedía, me cambié a uno de los equipos de asalto, aunque ya no fuera el líder. No necesitábamos tantos tipos en el equipo exterior y yo sería mucho más útil en el descenso hacia la azotea, en lo que comencé a llamar la Brigada de los Mártires, porque tan pronto como aterrizáramos, me imaginaba que la casa iba a explotar por los aires. Pero también seríamos los primeros en entrar y tener la oportunidad de matarlo.
Un francotirador estaría en el tejado, inclinado y tratando de lograr un buen ángulo de disparo. El resto del equipo se descolgaría hasta las ventanas del tercer piso con sus armas listas para disparar al instante, porque probablemente él estuviera dentro preparado y también armado. Si nos caíamos sería fatal.
Si el grupo conseguía entrar, debería enfrentar otros contratiempos. He estado antes en casas que contienen DEI [dispositivos de explosión imprevista] en el interior. Los colocan en el centro de una habitación para que la explosión sea más grande.
Era normal que hiciéramos bromas mientras estábamos planificando cosas de este tipo, y yo más que ninguno. Pero esta vez les dije: «Muchachos, nos tenemos que tomar en serio esta misión. Hay un 90 por ciento de posibilidades de que sea un viaje sin regreso. Vamos a morir, así que hagámoslo bien.»
Las discusiones continuaron, casi un lujo. Estábamos acostumbrados a trabajar sobre la marcha, cinco o seis noches a la semana en misiones. «Aquí está su objetivo, nos vamos en veinte minutos, piensen en un plan.» Este complejo era realmente fácil, aunque no teníamos ninguna pista sobre lo que nos íbamos a encontrar dentro.
El equipo evaluó las contingencias. ¿Cómo conduciríamos los coches? ¿Qué pasaría si un helicóptero se caía? ¿Qué haríamos si las puertas de un helicóptero no se abrían? Cosas por el estilo.
El primer helicóptero aterrizaría justo frente a la casa. Estableceríamos nuestra seguridad externa y el pájaro volvería a elevarse para que nos descolgáramos sobre el techo. Así que tendríamos un equipo de asalto del otro helicóptero subiendo las escaleras y otro yendo de arriba abajo.
Era marzo de 2012, la época de floración en la capital del mundo libre. Una cena íntima se llevaba a cabo en un apartamento a una cuadra del Hilton de Washington. La anfitriona era una contratista militar, entre los invitados figuraba una cabildera y otra mujer joven, una veterana del Capitolio.
El mentor del Tirador estaba en la cocina, poniéndole la última capa de salsa a unos trozos enormes de carne roja, cuando de repente cuatro hombres, todos de aspecto imponente y en buena forma, entraron por la puerta principal.
El Tirador es fornido, como un levantador de pesas, y tiene varios tatuajes. Uno de sus defectos es que puede ser brusco y desdeñoso, pero también perversamente divertido. Es fácil de ver al instante por qué es considerado al mismo tiempo un rebelde, un persistente dolor de huevos para sus comandantes, e incluso para sus colegas y compañeros, y también como un líder natural. Es un macho alfa extrovertido, carismático y determinado que destaca entre el grupo de machos alfas por excelencia.
Él y sus tres amigos todavía eran miembros activos del ST6 aquella noche, aunque ninguno de los otros presentes habían estado involucrados en la misión de Bin Laden.
Ese fue mi primer encuentro cara a cara con el Tirador, después de varias conversaciones telefónicas y de que él verificara mi experiencia periodística, sobre todo en zonas de guerra. En una esquina, sirviendo las bebidas, él y yo establecimos algunas normas. Consideraría hablar conmigo solo después de que hubiera finalizado su próxima y última misión de cuatro meses en Afganistán, y se hubiera ido de la Marina. Su nombre nunca saldría a la luz pública. Eso sería contrario al código del equipo y, además, equivaldría a ponerle un letrero de «mátame» en la espalda.
Durante la cena, contó historias personales pero tuvo cuidado de no hablar sobre los términos de seguridad de las operaciones: el acuerdo con la analista de la CIA sobre el cargador del arma, la experiencia de tener clavada la mirada de Bin Laden.
«Tres de nosotros nos dirigíamos a nuestro primer briefing de la misión», dijo. «Pensábamos que quizá fuera Libia, pero sabíamos que asistirían los altos mandos. Uno de mis hombres dijo: Te apuesto a que es Bin Laden. Otro hombre le dijo al Tirador: Si es Osama bin Laden, te hago una felación.»
«Así que después de disparar a OBL, lo llevé a que viera el cadáver. Bueno, le dije, ahora es un buen momento.»
El grupo habló sobre los episodios más complicados vividos en otras operaciones. Pero desde el comienzo algo era obvio, no solo para el Tirador sino también para sus compañeros de los SEAL: aquellos hombres que se habían enfrentado heroicamente a la muerte, tenían miedo a la vida después de la guerra.
Este es un problema que se agrava a medida que «los mejores entre los mejores» empiezan a dejar sus carreras, las más extensas en tiempos de guerra de la historia de Estados Unidos. El problema les atañe no solo a ellos y a sus familias, sino también al gobierno estadounidense, que ha llegado a depender en gran medida del flujo constante de operadores especiales Nivel Uno (incluyendo la Fuerza Delta del Ejército y el Escuadrón 24o de Tácticas Especiales de la Fuerza Aérea), hombres de una resistencia, entrenamiento y formación sin igual, para mantener una sensación de seguridad internacional en un campo de batalla asimétrico. El modo estadounidense de hacer la guerra ha cambiado de manera radical en la última década, por lo que ahora -y en el futuro- el significado de «calzarte las botas y bajar al terreno» va vinculado cada vez más a los operadores especiales. Esto significa que habrá un número mayor de veteranos en las mismas circunstancias que el Tirador: abandonados, sin apenas opciones.
Esa noche, uno de los compañeros del Tirador, de cara alargada y con un pedigrí académico importante, me dijo: «He visto muchos combates y he estado envuelto en situaciones espeluznantes. Pero, ¿sabes qué es lo que más me asusta después de más de 15 años en los SEAL?»
«La vida civil.»
2. «Estoy 100% segura de que está en el tercer piso.»
El Tirador y el resto del equipo tuvieron una última noche de pruebas en la maqueta del complejo en Carolina del Norte, y después condujeron de regreso a sus casas y a los cuarteles generales en Virginia para tomar un descanso breve.
Se despidió de su esposa y de sus hijos, que estaban dormidos. Por lo general, ella me dice: «Estoy bien, vete.» Esta vez no se quedó tranquila, como si fuera la última vez que íbamos a vernos.
Despedirme es horrible, preferiría no hablar de ello… esa era la última vez que vería a los niños.
«Ese fin de semana, el Tirador se compró unos lentes de sol Prada de 350 dólares y algunos regalos más baratos para sus hijos. Lo que me hace ser un padre horrible. Quería morir con estilo.
Piensa en la campaña publicitaria que dice: «Si tuvieras un día de vida…»
Cuando días después llegamos a Nevada, donde el equipo entrenó en otro modelo del complejo construido a tamaño real con contenedores marítimos, dimos la vuelta a la esquina, vimos los helicópteros que íbamos a usar y empezamos a reírnos. Les dije a los muchachos: «Las cosas han cambiado. Hay un 90 por ciento de posibilidades de que sobrevivamos.» Me preguntaron por qué y les dije: «No sabía que nos mandarían a la guerra en un jodido Decepticon.»
Para la misión, volarían por la noche en el último modelo del sigiloso helicóptero Black Hawk.
Hubo días con más entrenamiento, correr y correr, combinados con informes de los altos mandos del ejército. Nos preguntaron si estábamos listos. Les respondimos: «Sin duda, esto será fácil.» Se trataba, en última instancia, de una misión de asalto como cientos en las que había participado, salvo por un detalle.
Un punto crítico para la misión llegó cuando el incansable líder del Escuadrón Rojo SEAL le presentó un reporte al presidente del Estado Mayor Conjunto, Mike Mullen, y al subsecretario de Defensa para Asuntos de Inteligencia, Mike Vickers. Tenía que venderle a sus superiores la forma en la que llevarían a cabo el operativo, y a través de ellos, convencer al propio presidente Obama.
Nos pusimos el uniforme para vernos profesionales. Nuestro comandante no había dormido en días, pero aun así su presentación fue un éxito. Estoy convencido de que la misión sucedió por la forma en que él la explicó.
El grupo discutió sobre qué pasaría si eran rodeados por las tropas paquistaníes. Nos rendiríamos. El plan original era que el vicepresidente Biden volaría a Islamabad y negociaría nuestra liberación con el presidente de Pakistán.
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