Emilio Valdez Mainero conoció a Ramón Arellano en una posada previa a la Navidad de 1986 en la colonia Lomas de Aguacaliente. Fausto Soto Miller los presentó al interior de un Cougar estacionado en doble fila, a donde jalaron para darse un pase sin que se enterara Lina Literas, la novia del primero. En el asiento del copiloto iba el Kitty Páez, a quien Valdez Mainero ya había conocido en una carne asada de egresados del Instituto México en la Chapultepec. El Mon vestía una camisa de seda estampada y un abrigo de mink, debajo del cual traía colgado un medallón guadalupano de oro; al salir del carro para regresar a la fiesta, dejó lucir unos shorts de mezclilla y tenis blancos. A Valdez Mainero, quien era hijo de un austero coronel que había servido en el Estado Mayor presidencial, el atuendo le pareció ridículo; sin embargo, algo en él lo deslumbró: su insolencia estaba amparada en el miedo que inspiraba al resto de los invitados. Soto Miller le había advertido que se dedicaba a cruzar mota al otro lado y que su hermano dirigía una organización de mafiosos venidos de Culiacán; no dijo: “El bato es buen pedo”, pero sí: “El bato siempre picha unas pedotas de champán”. El hermano del Mon, a quien Soto Miller tenía permitido referírsele sólo como el Señor, dirigía el trasiego a Estados Unidos de cargamentos de hasta 20 toneladas de mariguana al día. Pasadas las efemérides decembrinas, el heredero del guardaespaldas presidencial comenzó a entretenerse con su clica y, después de una vertiginosa racha de juergas, se decidió a trabajar para el Mon. Así fue como se enteró de que su hermano Benjamín Arellano Félix también cruzaba cocaína y la distribuían en el corredor entre San Diego y Los Ángeles. El alcaloide era proveído por Ismael Zambada García, quien la volaba de Colombia a la costa del Pacífico con ayuda de Amado Carrillo Fuentes, un narco pesado que operaba junto a Rafael Aguilar Guajardo, líder del Cártel de Juárez.
El 6 de mayo de 1987 fue detenido Ángel Gutiérrez junto con el inspector de migración José Barrón y Óscar Páez, hermano del Kitty. Gutiérrez tenía siete días de haber regresado de Nimes, Francia, a California, a donde Julio César Chávez había defendido su campeonato ante el brasileño Francisco Tomás Da Cruz. La DEA lo identificó como operador de Javier Caro Payán, Manuel Aguirre Galindo, Jesús Labra Avilés y Benjamín Arellano Félix, quienes conformaban el consejo de líderes del Cártel de Tijuana. Mientras los tres primeros suministraban mariguana a la organización, el cuarto aportaba las rutas de trasiego a California. El 7 de junio, agentes federales encubiertos arrestaron al primero de esos líderes en Montreal; la policía acusó a Caro Payán de ingresar 100 toneladas de mariguana mexicana a Canadá. La fiscalía de San Diego solicitaría su extradición el 4 de septiembre inculpándolo de entregar 650 000 dólares a Barrón por consentir el paso de 13 trocas cargadas. Óscar Páez, por otra parte, fue condenado a dos años de cárcel en la Correccional Federal en Phoenix; ahí conoció a David Barrón Corona, quien no tenía relación con el inspector de aduanas, pero que recomendó a su hermano para integrarse al ejército del cártel nomás fuera liberado. El mismo día que su hermano fue detenido, el Kitty abandonó su departamento de San Diego y se mudó a la casa del Mon en El Paraíso, un fraccionamiento en donde también se ubicaban las oficinas del semanario Zeta.
El 30 de junio de ese año el empresario Jorge Hank Rhon y directivos de la radiodifusora 91X organizaron un festival de música en el Hipódromo Caliente. El Mex-Fest, de acuerdo con la reseña de Los Angeles Times, reunió a 30 000 melómanos de ambos lados de la frontera. El concierto fue encabezado por Oingo Boingo, The Bangles y Chris Issak, a quienes el Mon comenzó a escuchar por recomendación de Soto Miller y cuyas canciones tarareaba a solas mientras conducía su Porsche Carrera del año. El día del concierto Valdez Mainero organizó una fiesta en el techo de su casa, que estaba justo frente al escenario, cruzando la calle del hipódromo. A pesar de que era martes y el festival había terminado antes de medianoche, la terraza improvisada se abarrotó con puro fresa empericado avecindado en Lomas de Aguacaliente y la Chapultepec. El birote fue interrumpido a las dos de la mañana por una patrulla que llegó a responder las quejas de los vecinos. Evangelina Casillas Higuera, quien era la pareja sentimental del Mon, le oyó decir a Valdez Mainero que la gente tenía que retirarse: “Se va a armar un pedo con Ramón”. Ella oyó disparos, corrió a la salida y ya que estaba afuera escuchó que su novio había matado a uno de los policías; se fue de raite con Lina Literas y no vio al Mon hasta el día siguiente, cuando la visitó sonriente y campechano. Evangelina le preguntó sobre lo que había pasado la noche anterior; y él le dijo: “Nada, que al gunos invitados se habían enojado porque los agentes tapaban el concierto y no se podía ver”. En su declaración al Tribunal del Distrito Sur de California el 27 de mayo de 2003 aseguró que hasta ese momento comenzó a sospechar que su novio se dedicaba a negocios ilegales.
El 17 de agosto, mes y medio después del Mex-Fest, el Kitty Páez apadrinó la boda falsa de Ramón con Evangelina. El Mon había comprado una licencia de matrimonio ficticia a un juez en el ayuntamiento para que su novia, que en ese entonces tenía 17 años, pudiera abandonar el Instituto México, salirse de la casa de sus padres (que estaba en Las Palmas, el mismo fraccionamiento del colegio) y mudarse a la de él en El Paraíso. Evangelina pensaba que su familia política era de Guadalajara, en donde había amasado una fortuna en la industria de la construcción.
Al año siguiente Kitty Páez Martínez le propuso al Mon que apadrinara su boda con Angélica Bustamante González, nieta de Alfonso Bustamante Labastida, dueño de las Torres de Aguacaliente, y sobrina de Carlos Bustamante Anchondo, quien llegaría a ser alcalde de Tijuana por el PRI en 2010. A los suegros les pareció sospechoso que el Kitty, que no venía de familia acaudalada, fuera dueño de una licorería en Rosarito a sus 22 años. Sin embargo, consintieron la boda (que sí fue real) en marzo de 1988. De acuerdo con la crónica de Anne Marie O’Connor publicada el 28 de julio de 2002 en Los Angeles Times, consiguieron que la oficiara el también priísta Federico Valdés, presidente municipal en ese entonces. A los cuatro meses y medio Angélica dio a luz un par de cuates.
A finales del verano, cuando el Kitty se ocupaba del alumbramiento de sus hijos, el Mon y Evangelina salieron de fiesta junto a Valdez Mainero y su novia Lina. Bebieron en el Tillys, un antro que estaba en un segundo piso en la esquina de Avenida Revolución y Calle Quinta. A la salida, un policía detuvo al Mon para pedirle que por favor vaciara el contenido de su botella de cerveza en un vaso de plástico. “Usted no me va a decir de dónde voy a pistear”, le contestó. El policía le ofreció el vaso de plástico y Valdez Mainero, en anticipo de lo inevitable, jaló a las mujeres hacia el auto y les dijo: “Vámonos”. Evangelina oyó una detonación que la hizo girar hacia donde el policía sangraba, tapándose la herida en el estómago, tendido en el piso en medio del gentío que huía. Vio a su marido gatear y subirse a la motocicleta de la escolta que siempre lo cuidaba de lejos. Valdez Mainero la llevó a su casa. El Mon durmió ese día en casa del Min. Evangelina no pudo conciliar el sueño y poco antes del amanecer se preguntó si debía temerle a su marido. Meses después, Evangelina le pidió al Mon que hablaran; éste la condujo a un área en la colonia Chapultepec que aún no estaba urbanizada, desde donde se podía ver toda la ciudad. A los minutos de llegar una patrulla se acercó a inspeccionarlos; el Mon bajó la ventanilla y gritó: “Once once”, luego un policía se acercó, contestó: “Diez cuatro” y se fue. La mujer le preguntó que había significado eso. El Mon le contestó que “once once” era una clave para avisarle al policía que era “del mismo equipo” y, por lo tanto, todo estaba bien. Evangelina, que había citado al Mon para cuestionarlo acerca de lo sucedido en el Tillys e incluso en la casa de Valdez Mainero un año antes, no tuvo necesidad de preguntar. El Mon le reveló que su padre cruzaba mucho a los Estados Unidos a principios de los setenta, donde compraba licores caros para vendérselos a los narcotraficantes de Culiacán. Así fue como su hermano Min se había amistado con gente como Rafael Caro y Amado Carrillo, pero también con muchos policías que ahora trabajaban en Tijuana.
El Min transportó 10 toneladas de cocaína al mes para el Mayo Zambada desde la primavera de 1987 hasta el verano de 1988. Recibió los cargamentos llegados de Mazatlán en una pista de aterrizaje en San Felipe y los cruzó a Estados Unidos en tanques que antes habían estado llenos de propano. El alcaloide había sido envuelto en la selva de Colombia con hule negro, como el de las cámaras de aire de las bicicletas; al llegar a Los Ángeles, sin embargo, estaba empaquetada al alto vacío y en papel carbón. El trabajo de Arellano Félix era esmerado y meticuloso. En ese tiempo el Mayo le pagó 1 200 dólares por cada kilo exportado y le propuso que en adelante no sólo transportara, sino que se asociara con él en la importación y distribución de cocaína en Estados Unidos. Le pidió que fuera el padrino de bodas de su hija María Teresa Zambada Niebla y dos años después que bautizara a su hijo Serafín Zambada Ortiz.
Ismael Higuera Guerrero, alias el Mayel, quien había trabajado con el Quinto Mes y era responsable del funcionamiento cotidiano del cártel, recibía la mercancía en puertos clandestinos en toda la península; Higuera Guerrero, también dirigía el tránsito de buques pesqueros cargados de cocaína que partían de Colombia y desembarcaban en Ensenada. Su hermano Gilberto Higuera Guerrero, alias el Gilillo, se ocupaba de descargar las avionetas aterrizadas en pistas clandestinas en San Felipe y Valle de Guadalupe, luego de supervisar el trasiego de cargamentos por la ruta de Mexicali. Efraín Pérez Pasuengo y Jorge Aureliano Félix, ex agente de la Policía Judicial, supervisaban las operaciones cotidianas en la plaza de Tijuana.
El domingo 1° de enero de 1989 el Min le celebró el cumpleaños número 41 a su dos veces compadre en el reputado Club Britania de Tijuana. Los acompañó Ramón, quien entonces tenía 24 años de edad y seis de trabajar en el negocio de su hermano. El festejo estuvo concurrido por narcotraficantes venidos del resto de las plazas y escoltado por judiciales que trabajaban en la administración de Xicoténcatl Leyva Mortera, gobernador que sería destituido de su cargo cuatro días después. Armando López Esparza, alias el Rayo, se presentó en la fiesta a nombre del Chapo Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa. El primero había crecido junto al segundo en la sierra de Badiraguato y conocía a los hermanos de cuando vivían en Culiacán. Solía topárselos en Los Rebeldes, la tienda de raspados con rockola en la colonia Guadalupe.
El Rayo llegó al bautizo ebrio y acompañado de una mujer. Los policías le negaron la entrada alegando que no tenía invitación. Los insultos del amigo del Chapo provocaron alboroto entre los agentes. Entonces el Mon salió al estacionamiento, identificó al Rayo y lo oyó vociferar. Se acercó, desenfundó su pis – tola y le reventó la cabeza de un balazo. Aunque no había necesidad, volvió a dispararle cuatro veces en cuanto cayó al suelo, y salpicó de sangre el escote de la acompañante. Ramón, que medía 1.88 metros y pesaba 100 kilos, se echó el cadáver en la espalda y lo llevó hasta la batea de su picop. Después lo tiró al inicio de la carretera a Rosarito y regresó a la fiesta para convencer a su hermano de la necesidad de evitar una venganza. Había que matar a Florentino, hermano del Rayo, y al resto de la parentela. El Mayo opinó que estaba bien.
El 1° de enero de 1989, Valdez Mainero fue a la fiesta que el Señor le había organizado al Mayo en el Club Britania, arriba de Lomas de Aguacaliente. Mientras comía, vio que el Mon se paró de la mesa encabronado y caminó en dirección al estacionamiento del salón. Iba despacito, pero con la quijada endurecida. Al ver a su patrón así de excitado, Valdez Mainero sintió una mezcla vergonzosa de empoderamiento y humillación: se había vendido a un narcisista de gustos estrafalarios que estallaba con una suerte de lujuria, la misma con la que despilfarraba en motos, ropa y mujeres para sus amigos. (El precio que había tenido que pagar era sumisión absoluta.) Acalló el pensamiento tomándose de un solo trago su cerveza y lo siguió. Antes de llegar a la puerta oyó un disparo y sintió que un torrente de adrenalina le había estallado en la cara. Desenfundó su Beretta 9 milímetros y corrió: a la salida vio en el piso una tejana ensangrentada y al lado a su patrón disparándole a un hombre una, dos, cuatro veces entre las piernas. Quince años después, cuando ingresó al programa WITSEC, Valdez Mainero declaró que el Mon juraba que el Rayo López había secuestrado a una de sus hermanas mientras vivía en Guadalajara. El Min negó esta versión.
Páez Martínez no estuvo acompañado de su esposa en la fiesta del Mayo en el Club Britania; tampoco vio cuando el Mon le disparó al Rayo en el estacionamiento, pero sí le ayudó a planear la muerte de Florentino López Esparza el 15 de febrero de 1989, cuando el hermano del Rayo era escoltado por municipales antes de ingresarlo al penal de Culiacán. Así es como el Kitty le seguía el rollo al Mon, a quien hizo compadre a pesar de que había matado al Nelo y perseguido a Sandra, a quienes veneraba por haberlo sacado de la calle y metido en el negocio. Páez Martínez sentía miedo y repulsión ante el más violento de los Arellano Félix. Creía poder darle por su lado hasta que el verano de 1989 le ordenó matar al agente del Ministerio Público Miguel Ángel Rodríguez Moreno; el Kitty apreciaba mucho al agente del Ministerio Público, pero si no lo quebraba, el Mon cobraría venganza contra él. “A Ramón le vale verga que seamos compadres”, se dijo en un arrebato repentino de obviedad. En noviembre de 1989 Evangelina parió en Estados Unidos. El Mon no se apareció en el parto de su hija, ni limitó su campaña de ajus – ticiamientos. Algunas de las ejecuciones no fueron autorizadas por el Min ni por su hermano Eduardo, quien recién había llegado de Guadalajara para integrarse a la empresa. Güalín, que es como le decían sus hermanos (Doctor es como debían llamarle los subalternos), era algo así como el productor de la película de Tijuana: conseguía los inmuebles que serían usados como casas de seguridad o bodegas, negociaba la adquisición de uniformes policiacos, adquiría el armamento y automóviles para la empresa. El Doctor también participaba en dar luz verde a los enemigos, que es como denominaban el permiso para matar a los rivales del cártel. La mayor parte de la comunicación entre los hermanos, a instancias del Doctor, era exclusivamente a través de radiofrecuencia; él se asignó la clave 13 y cuando se comunicaba con el Min anunciaba: “Clave trece a setenta y siete”, con el Mon decía: “Clave trece a noventa y nueve”. Gerardo Juárez Biberos, su guardaespaldas de 1989 a 1997, declaró al programa WITSEC que el Doctor era nervioso y aprensivo: “Hacía este ruido extraño con la boca”, aseveró. Cada que fallaba una ejecución tosía y carraspeaba, mortificado como si le estuvieran cortando el aire. Cuando le comenté esta declaración, el Min se molestó y aseguró que Eduardo había probado ser junto a Ramón el más valiente de todos los miembros de la empresa, incluidos sus hermanos. Luego de haber sido aprehendido defendiéndose a balazos el 26 de octubre de 2008 en una casa en la Chapultepec y de ser extraditado el 1° de septiembre de 2012, el Güalín, como lo apodaban sus hermanos, fue el único miembro del cártel que no testificó en contra de él ni de nadie.
Evangelina Casillas Higuera sí testificó el 27 de mayo de 2003 en contra del Min. En su declaración al Tribunal del Distrito Sur de California identificó a los socios de su cuñado: Chuy Labra, Mayo Zambada, Mayel Higuera y Caballo Aguirre, así como a Amado Carrillo Fuentes y Rafael Aguilar Guajardo. Aseguró conocer a su madre, Alicia, a quien apodó Mamá Licha, incluso a los hermanos que no estaban involucrados en el negocio. De Luis Fernando, hijo de Norma Isabel Arellano Félix, aseguró que se había involucrado en la empresa de sus tíos desde que era adolescente. Evangelina afirmó que cuando el Mayo trabajó junto al Min, Ramón se desplazó a Mexicali a instancias de su hermano. Evangelina estaba a punto de dar a luz, pero así lo acompañó. El Mon pasó la noche en un rancho propiedad del Mayo y al siguiente día recogió a su mujer en el Hotel Lucerna. No se bajó del carro, su ropa estaba sucia, desgarrada y olía mucho a sudor. El Mon arrancó el carro y le dijo que nomás naciera su hija tendrían que mudarse a Guadalajara. En su declaración, Evangelina relató que a principios de 1990, una semana después de haberse mudado con la recién nacida, Victoria Barrionuevo la visitó. La esposa de su cuñado Pancho estaba muy enojada porque había descubierto que su marido le era infiel con Rocío Lizárraga Lizárraga, una puberta de 17 que el 2 de febrero de ese año se convertiría en Reina del Carnaval de Mazatlán. Pancho, que ya había entrado a los cuarenta, le había retirado todo apoyo económico para forzarla a divorciarse. Victoria estaba encabronada: le había ayudado a despegar en el negocio del narcotráfico a finales de los setenta y así era como Pancho le agradecía. Evangelina declaró que Victoria despotricó acerca de lo metido que estaban el Min y el Mon en el tráfico de drogas. También le reveló que los hermanos López Esparza eran sus enemigos porque el Rayo, que era protegido del Chapo Guzmán, había secuestrado a una de sus hermanas en 1980. El padre de los López Esparza ordenó la liberación de la mujer a la semana siguiente porque no quería problemas con los Arrellano Félix. Sin embargo, eso no impidió que nueve años después el Mon se vengara y, en consecuencia, el Chapo tuviera un pretexto para pelearle la plaza al Min.
La mañana del 26 de febrero de 1990, Benjamín Arellano Félix e Ismael Zambada García fueron ametrallados por un comando que viajaba en dos Suburban de la Policía Federal. El Min había propuesto verse en la Lavamática Campestre de la Zona Río, a donde el Mayo llegó con dos guaruras que ocuparon los asientos traseros del Grand Marquis blindado que el amigo, socio y anfitrión, conducía a solas. ¿Por qué habría de cargar con chofer si era tan bueno manejando?
El Min dejó encendido el carro, como siempre que se reunía para hablar de negocios. Vio las camionetas frenar a media calle y a sus tripulantes bajar deprisa, apuntándoles a medio metro con fusiles semiautomáticos. Jaló al Mayo de la cabeza, le gritó: “Agáchese, compadre”, y miró cómo una ráfaga de tiros estrellaba los cristales antibalas. Los guaruras intentaron salir a repeler el tiroteo, pero el Min atrancó el seguro de las puertas, aceleró en primera y como pudo franqueó ambas Suburban. Maniobró hacia la Vía Rápida, a donde todavía los seguían; sintió que el carro se pandeaba como si estuviera flotando sobre una marea alborotada, pero le pisó al Marquis, lo enderezó y logró perdérseles en la colonia 20 de Noviembre. Ahí tomó la primera calle a su derecha, se metió en un pasadizo y arrinconó lo que quedaba del lanchón; la defensa se había partido y los neumáticos, a pesar de la espuma que los protegía, estaban destrozados. Los cuatro bajaron rápido, luego saltaron una barda; uno de los pistoleros se llevó a Zambada, el otro acompañó al Min a detener a un automovilista que le oyó espantado: “Llévanos al bulevar”.
Los cuatro se encontraron una hora después en la casa que el compadre, a pesar de radicar en Sinaloa, tenía en la colonia Hipódromo. El Min mandó traer a sus muchachos y jaló con todos rumbo a Playas, a donde vivía el comandante Fulvio Jiménez Turegano. Otras camionetas comenzaron a seguirlos conforme se acercaron al domicilio, pero nadie quiso empezar otra bala cera. El comandante los recibió con la cara descompuesta y los pasó a la sala. El Min le dijo: “Si quieres matarnos, aquí estamos para que no batalles”. El policía se dejó caer en el sofá: “Yo no fui, debe haber sido una equivocación”. Después hubo un silencio desasosegado. Y luego les pidió perdón. El Min, entonces, se despidió no sin antes recordarle que se pusiera abusado “porque aquí nomás había un jefe”. Y, si no entendía, la chingada iba a cargárselo a él y al resto de los federales adscritos a Tijuana.
Tres días después Jiménez Turegano llamó por celular a Benjamín Arellano Félix. Le ofreció un acercamiento con los jefes de las otras cinco empresas que controlaban el trasiego de droga en México. El Min movía hasta dos toneladas de cocaína al día y, junto a Labra Avilés y Aguirre Galindo, había logrado tejer una red para operar en complicidad con funcionarios y políticos de ambos lados de la frontera. Seguro alguien quería adueñarse de su ruta.
Luego de la balacera frente a la Lavamática Campestre, Arellano Félix habló por teléfono con Rafael Aguilar Guajardo, ex comandante regional de la DFS y ahora jefe de la empresa que operaba en Juárez. Al principio, su homólogo le aseguró que ni a él ni al resto le constaba que el Chapo hubiera ordenado el atentado. Ninguno de los jefes quería ponerle dedo y el Min sintió que encubrían al capo sinaloense. Recordó las juntas en los búngalos fastuosos de Acapulco o en los opulentos restaurantes de la Ciudad de México, a donde lo habían invitado y en las que oyó aconsejarse la amistad de fulano o de zutano para poderlo matar hasta después de aprenderle a trabajar su plaza. Muy pronto renunció a verlos en grupo; los miraba por separado, al interior de su Marquis blindado y sólo cuando fuera indispensable. Debido a que también movía cocaína para su interlocutor, le insinuó a Aguilar Guajardo que convendría que también él se cuidara, “¿o a poco crees que no te van a buscar después que a mí?” Por lo pronto Arellano Félix cobraría venganza contra Guzmán Loera, “tu compadre, nomás porque se me hace el menos vivo”. Al día siguiente Aguilar Guajardo le llamó por teléfono para avisarle que el Chapo había confesado que sí, que él era quien había mandado ajustar las cuentas. “Seguro se enchiló porque dije que era el menos vivo”, pensó el Min, y luego se rio ensimismado.
De 1989 a 1992 el Min consolidó el control de todas las rutas de trasiego hacia California y Arizona. Para hacer despegar aún más el negocio pagó una nómina integrada por funcionarios de ambos lados de la frontera: procuradores y subprocuradores, comandantes federales y jefes de grupo estatales, miembros del ejército mexicano e inspectores de las aduanas estadounidenses. Arellano Félix creía que las mordidas ponían orden en la plaza, a la vez que ofrecían una oportunidad de “ganar-ganar” a los funcionarios gubernamentales. Si se comprometían a facilitar, proteger y promover las operaciones de la empresa, ganarían una remuneración complementaria a sus sueldos más que provechosa. Procuradores, agentes, policías y soldados obedecieron las órdenes del Señor: vigilaron la llegada de los envíos de cocaína y mariguana en el desierto de Mexicali, en el Valle de Guadalupe y en la playa de San Felipe. Escoltaron no una, sino todas las veces al Gilillo Higuera para que pudiera llevar en paz los cargamentos a las bodegas que el Doctor había adquirido en Mexicali.
Cada año y medio, cuando había cambio de directivos en la PGR, el Min era presentado con el comandante entrante por el saliente. El Min le entregaba 500 000 dólares como regalo de
bienvenida. El obsequio se repetía cada mes, al igual que las entregas de 250 000 dólares a los jefes de escuadrón y al director de la Policía Judicial. Los directores de división recibían pagos regulares de 200 000 dólares cada ocho semanas. Fue el caso de Enrique Harari Garduño, ex director de la Policía Federal Preventiva, quien fue arrestado el 17 de agosto de 2000. El funcionario moriría por razones desconocidas cuatro años después, a tres meses de ser liberado del Cefereso. Los delegados y subdelegados de la PGR eran los únicos que no recibían cuota mensual, sino pagos únicos de hasta un millón de dólares. Así ocurrió con Guillermo Robles Liceaga, quien sería acribillado el 1° de mayo de 2002 mientras conducía por el Circuito Interior en la Ciudad de México; fue emboscado por dos Jettas y una motocicleta rumbo a la Secretaría de Seguridad Pública, donde fungía como director de Operaciones Mixtas. El Min estableció una relación similar con miembros de alto rango del ejército, a quienes les pagaba 250 000 dólares al mes. Declaraciones de otros testigos señalan que es el caso del general Alfredo Navarro Lara, quien fue encarcelado el 17 de marzo de 1997, acusado de querer sobornar con un millón de dólares al general José Luis Chávez, entonces delegado de la PGR.
De acuerdo con Páez Martínez, Arellano Félix mantuvo este modelo de sobornos a lo largo de la década de los noventa. El Kitty se ocupaba junto al Chuy Labra de negociar con funcionarios de gobierno; el Mayel Higuera, que era el estratega y coordinador de las operaciones de trasiego, relacionó al Min con policías y militares de avanzada. El Mayel terminó ganándose el lugar que tenía Javier Caro antes de su aprehensión y continuó siendo jefe operativo hasta el 3 de mayo de 2000: la madrugada de ese día sería arrestado “fortuitamente” por el ejército, según la nota que publicó El Universal. Estaba ebrio y disparaba un Cuerno de Chivo al aire en una casa detrás de la Universidad Autónoma de Baja California, en Ensenada.
La palabra del Min era la última respecto a quién podía o no cruzar cargamentos ajenos a la empresa. El cártel tenía el control de las rutas y sin la aprobación del Señor los irrespetuosos se arriesgaban a ser asesinados por los narcojuniors. Arellano Félix recibió a principios de 1992 una petición de Emilio Valdez Mainero: Miguel Ángel Bazán Padilla quería cruzar remesas de mota por Tijuana. El hermano de José Albino Bazán Padilla, capturado el 4 de abril de 1985 en Costa Rica junto a Rafael Caro Quintero, había comprado un rancho en la Zona Este para almacenar la mercancía. Luego de dictarle el cobro por derecho de piso, el Min le dijo: “Ve y avísale que tiene el visto bueno”. Cuando Valdez Mainero llegó a la finca se percató de que descargaban unos 500 kilos de coca. El narcojunior experimentó un acaloramiento en la frente y el pulso se le apresuró; vio en su cabeza a Ramón enloquecido, apuntándole con su pistola de cachas de oro. Pidió hablar con el patrón, quien lo recibió en una cabaña improvisada al fondo del predio: “El perico es de Amado Carrillo —le espetó Bazán Padilla sin saludarlo—. Yo creo que con su permiso basta, ¿no?”
Tres días después el Mon pasó por él a su casa pegada a la taquería Hipódromo. Lo condujo a una esquina en el fraccionamiento La Mesa, a donde un Grand Marquis negro los recogió. Ya trepado advirtió que el Min conducía, Ismael Zambada iba de copiloto y en el asiento trasero viajaba un hombre barbado que no reconoció. Lo vieron sin saludarlo. El Mayo reprodujo una grabación en la casetera del lanchón: Bazán Padilla le pedía permiso al Chapo Guzmán para eliminar a los narcojuniors Emilio y Gabriel Valdez Mainero. Luego el Mayo puso otra grabación: Emilio urgía a Bazán Padilla a que desistiera de mover coca sin permiso. El Min lo observó en silencio durante 30 o 40 segundos. “La única razón por la que estos caballeros no te han quebrado —le advirtió señalando al resto—, es la segunda grabación que acabas de escuchar.” El Mayo entonces intervino: “¿De quién es el perico?” Valdez Mainero trastabilló que de Amado Carrillo Fuentes. De súbito el hombre en el asiento trasero del Marquis se inclinó y articuló despacio, mirándolo a los ojos: “Yo soy Amado Carrillo Fuentes”. Antes de pedirle que se bajara del Marquis, Zambada le informó al narcojunior que tenía permiso de matar a Bazán Padilla. El Mon prometió frente a los jefes que le ayudaría.
Seis días después un comando encapuchado, disfrazado con uniformes militares y distribuido en tres furgonetas, recogió a Valdez Mainero. Las tres estaban acondicionadas para almacenar Cuernos de Chivo y granadas en sus cajas traseras, además de los pasajeros. El narcojunior reconoció al Mon por su voz aguda; no supo quién iba en el grupo por los pasamontañas, a excepción de sus amigos de la infancia los hermanos Alfredo y Alejandro Hodoyán Palacios; más Fabián Martínez, otro morro del Instituto México a quien apodaban Tiburón. Se dirigieron a una bodega en la Libertad, en la que vieron a Bazán Padilla y sus pistoleros subirse a dos camionetas. El comando los detuvo a cuadra y media del almacén: encañonaron a los pistoleros obligándolos a tirarse al piso y le gritaron a Bazán Padilla que bajara lentamente porque el Comandante quería hablar con él. Lo subieron a la furgoneta que tripulaba el Mon junto a Valdez Mainero. Ellos arrancaron, pero los Hodoyán y el Tiburón siguieron apuntando sus cuernos a los pistoleros tirados.
A la mañana siguiente, mientras bebía un jugo de naranja en la casa de la Chapultepec, el Min leyó en el diario que Bazán Padilla, miembro del Cártel de Sinaloa, había aparecido muerto junto a una decena de pistoleros: agentes federales le habían decomisado tres toneladas de cocaína y una de mariguana. El Min dejó el periódico sin terminar de leer la nota y se subió a la caminadora. Una hora y media después se vio con el Mayo y Amado Carrillo en otro Gran Marquis blindado, pero esta vez azul. Valdez Mainero llegó a la cita sin el Mon y se subió al carro saludando a todos de mano. Les avisó que había recuperado dos toneladas de mariguana en el rancho del muerto. El Min le dijo: “Quédatelas, véndelas y tómalas como una recompensa”.
El 7 de noviembre de 1992, un día antes de cumplir la edad de 40, Benjamín Arellano Félix viajó a Puerto Vallarta para tomar vacaciones en lo que el negocio refrescaba (Fulvio Jiménez Turegano le había decomisado cuatro cargamentos). El Min aterrizó en un jet privado y sus hermanos Pancho, el Mon y Javier llegaron por separado: uno desde Mazatlán, los otros desde Tijuana. Todos se distribuyeron en tres complejos alrededor de Playa Las Glorias. El Gualín se esperó a que todos llegaran para volar con sus guaruras desde Mexicali. Cincuenta de los muchachos del Min llegaron entre los días 5 y 6 de ese mes, incluidos el Mayel y su hermano el Gilillo. El Kitty se esperó a viajar con el Doctor. Valdez Mainero no había sido invitado. Al día siguiente el Min recibió en el Hotel las Palmas a su segunda esposa Ruth Serrano Corona y a sus dos hijos menores, quienes habían volado en un avión de su compadre. A pesar de que habían pagado por adelantado las habitaciones, el Min le avisó a su familia que no se quedarían en el hotel; los mudó a un enorme búngalo con su propio muelle y playa privada, no muy lejos de ahí, donde pasó la tarde con sus hijos recogiendo conchas en la arena.
Los hermanos llevaron al cumpleañero y su familia a cenar a Carlos O’Bria