Al final de estas líneas algunos dirán: “Atouk, ya eres un hombre viejo, admítelo, cuelga la pluma y vete a casa”. No se podría esperar menos de un integrante de la atribulada generación X que, de pronto, arremete contra una generación posterior: la generación Y, mejor conocida como millennials, quienes nacieron entre 1980 y 2000.
El hombre que desató la polémica fue Joel Stein en la revista Time cuando arremetió contra los millennials: los llamó narcisistas, egoístas, vagos y vividores de sus padres. La “generación yo, yo, yo”, documentó el semanario en su portada.
Stein fue más lejos y, antes de que sus críticos se lanzaran contra él, se curó en salud con el siguiente argumento: “Estoy haciendo lo que los mayores han hecho a lo largo de la historia: llamar a los más jóvenes que yo vagos, egoístas y superficiales. Pero yo tengo estudios, estadísticas y citas de especialistas respetados. A diferencia de mis padres, abuelos y bisabuelos, yo tengo pruebas”.
Pero en la observación sociológica no existen las pruebas, sino las interpretaciones, por lo que a Stein se le acusó, básicamente, de ser un viejo cargado de negatividad. Incluso The New York Times reaccionó con las conclusiones de un estudio del Pew Research Center: los millennials son “la generación amable”, con atributos de solidaridad, preocupación comunitaria y muchos ideales. Como características generacionales el documento incluye la falta de confianza en las instituciones, la ausencia de temor al fracaso y la preferencia de una mejor calidad de vida sobre un trabajo estable.
Dicho lo cual, en el entendido de que no necesariamente unas cosas cancelan las otras, lo cierto es que los millennials han crecido bajo el estigma de la interconexión absoluta. Y es innegable que con su frenética actividad en redes sociales, que incluye actualizaciones histéricas del estatus en Facebook y cataratas de selfies en todas las circunstancias imaginables en Instagram, le dan la razón a Stein: la verdad máxima de su evangelio es que el mundo es una esfera que gira alrededor de ellos como núcleo único e indivisible.
Ya establecido el vínculo narcisista, el resto de su evangelio resulta más difícil de descifrar, dado que navegan por un océano en el que nada parece merecer su atención por más de dos o tres minutos: van de una cosa a otra picoteando pedacitos de vida. Los brutalmente cambiantes trending topics de Twitter podrían ser el mejor termómetro para entender que a esta generación los temas le duran lo mismo que un pan tostado en el desayuno.
Por supuesto, uno debe admitir que las clasificaciones generacionales obedecen al impulso humano de intentar definir las cosas para entenderlas, pero a fin de cuentas provocan una visión simplista y cargada de prejuicios. Así, si la Generación X es la del desencanto (eso dicen), la generación Y tendría que ser la de la esperanza. Sin embargo, por más que uno intenta ponerse los anteojos de la ilusión, los cristales insisten en empañarse.
Ilustración: Vicente Martí