El profesor Rolf Pfeifer, un ingeniero suizo flaco y tímido de 66 años, se ha convertido en padre. Hace una ligera mueca a medida que las personas le dan palmaditas en la espalda. Debe presentar a su niño a los periodistas él solo porque el recién nacido no tiene madre. “Han sido nueve meses difíciles”, dice orgulloso junto a su vástago. “Espero que este muchacho le brinde placer e inspiración a muchas personas.”
El nacimiento fue difícil, afirma, pero el embarazo fue un infierno. Para empezar no hubo sexo. En cambio, había un equipo de 40 ingenieros con guantes estériles en el Laboratorio de Inteligencia Artificial en la Universidad de Zúrich, que es el centro de operaciones de Pfeifer en su país de origen. “Programar los movimientos de sus piernas fue una pesadilla hasta el último momento”, comenta Serge Weydert, uno de los jóvenes asistentes de Pfeifer.
Hubo otros tropiezos y decepciones. Justo unos días antes del “parto”, Pfeifer se dio cuenta de que el chico no sería capaz de andar en bicicleta. Esto era un problema. Había prometido a los medios de comunicación del mundo que su hijo andaría en triciclo el mismo día de su nacimiento. “Tuvimos que olvidarnos de eso. Era obvio que sus piernas no eran lo suficientemente largas y fuertes”, suspira Pfeifer.
Pfeifer también tuvo otra preocupación paternal más prosaica y cariñosa. “Pensé que su cabeza era demasiado grande pero, ¿qué se puede hacer? Necesitaba reservar un poco de espacio en el cerebro para un nuevo circuito.”
Después de entrar en su laboratorio y colocar las calcomanías de los patrocinadores en la cara del “feto”, Pfeifer por fin lo encendió. Los diminutos motores zumbaron y el niño movió su brazo. Sus grandes ojos azules parpadearon. Hubo aplausos y exclamaciones de sorpresa de parte de su equipo. Roboy había nacido. “Ya tengo dos hijos humanos”, aclaró Pfeifer, “pero este fue un momento bastante emotivo”.
Hoy, el voluminoso niño de 1.20 metros —su cuerpo es de poliamida, está unido con láser en una copiadora 3D y relleno con circuitos de alta gama— se está presentando al resto del mundo en Robots on Tour, una exposición en el centro de Zúrich. Sentado en una pequeña plataforma, mira de un lado a otro como un niño en su primer día de escuela. Cuando Pfeifer terminó, Roboy se presentó a sí mismo.
“Hoy estoy feliz. A veces puedo ser tímido. O estar triste”, dice. La voz es como se esperaba: jovial, etérea, extraña, como la de Michael Jackson. Pfeifer alza una mano para calmar el alboroto. Habla del futuro de Roboy y otros como él. “Mi sueño es que un día podamos tener todos un niño como éste. Preveo varias aplicaciones”, afirma.
“¿Como cuál?”, pregunto.
“Me gusta beber cerveza”, responde Pfeifer. “Un día, Roboy podría acompañarme a un bar, ser capaz de leer las gotas de sudor en mi piel y decirme cuándo he tomado en exceso. Después podría llevarme a casa. Roboy está aquí para ayudarnos a hacer las cosas que no nos gustan o que, cuando envejezcamos, no podamos hacer.”
“Te ayudaré en todo lo que pueda”, dice Roboy mirando a su creador.
Pululan los flashes de las cámaras.
“Acostumbro cobrar por las fotos”, bromea Roboy.
No necesitas ver el tieso baile de Kraftwerk (el legendario grupo alemán de 1970, pionero de la música electrónica) para saber que siempre tuvieron razón: los robots regirán el futuro. El cine de Hollywood, los programas de televisión y los comics han estado sensibilizándonos para esta eventualidad. En Robots on Tour la espera ha terminado. Los robots ya están aquí.
Poleas gigantes y portales de acero penden del techo. Alguna vez, una multitud con sombreros de copa y sombrillas pudieron haber venido aquí, a Puls 5, en Zúrich, para admirar un nuevo motor de vapor. Hoy, las personas hacen una fila que sale hasta Turbinenplatz, la plaza más grande en la ciudad, para ver algo muy diferente: una selección de robots de vanguardia, androides y ciborgs. Incluso aquellos que ya tienen boleto deben esperar durante horas. Un pequeño robot que baila el “Gangnam Style” de Psy mantiene entretenida a la multitud en la calle.
Roboy es la estrella del show: sus extremidades son controladas por tendones que permiten movimientos cuya naturalidad es inusual e inquietante. Sin embargo, hay otros especímenes y prototipos de Estados Unidos, Japón, Corea y Suiza. Los admiran adolescentes fanáticos de la tecnología y familias impresionadas. También hay científicos e ingenieros, inversionistas y cazadores de talento que tienen la esperanza de consolidar las mejores ideas para el desarrollo de mercados masivos.
El realista Geminoid HI4 tiene “16 grados de libertad”, de modo que su cabeza puede imitar expresiones faciales.
Quiero conseguir una máquina adecuada para implementar un centro de mensajería de gran volumen, como Amazon”, me dice un ambicioso joven sueco llamado Hampus Ahlborg.
Después pone a prueba el traje de exoesqueleto que permite al usuario recoger y llevar grandes pesos sin comprometer la columna vertebral humana promedio. Sus trabajadores se “conectarían” con el traje del exoesqueleto y podrían duplicar o triplicar su fuerza para manipular los paquetes.
Hay un entusiasmo enloquecedor ante los diversos robots que se presentan aquí. Se siente ese interés desmesurado en el desarrollo de la inteligencia artificial (ai, por sus siglas en inglés), propio de un “verano de la ai”, que sobreviene a lo contrario, a ese sentimiento característico de los “inviernos de la ai”: los periodos intermitentes en que los proyectos tecnológicos, por mucho tiempo esperados, se derrumban. Los avances en materiales copiables de peso ligero 3D y la marcha constante de la Ley de Moore (según la cual la potencia de procesamiento de un chip se duplica cada dos años) significan que ahora es barato poner a prueba y producir robots. El desarrollo de máquinas ha alcanzado un volumen crítico.
En la expo, hay un robot avatar para cada persona. Para la cocina y para el salón de clases. Sillas de ruedas con software de reconocimiento de pensamiento para discapacitados. Adorables robots mascota para personas que se encuentran solas y enfermas. “Me hace muy feliz ver a los seres humanos interactuar con robots despreocupadamente”, dice el profesor Pfeifer.
Lo que nos lleva a otra ventaja competitiva de Roboy: como una herramienta de relaciones públicas. A medida que los fabricantes se preparan para comercializar robots para el hogar, se vuelve indispensable superar la sospecha pública en torno a ellos. De The Terminator a Blade Runner y de Transformers a Star Trek, se nos ha hecho pensar que los robots son malos por naturaleza.
“Si la cultura popular nos ha enseñado algo, es que algún día la humanidad deberá enfrentar y destruir la creciente amenaza de los robots”, dice el autor e ingeniero en robótica Daniel H. Wilson, cuya novela Robopocalypse (2011) fue considerada para convertirse en una película de Steven Spielberg.
“Los robots fueron iconos de la cultura pop aún antes de que existieran”, agrega Wilson. “Eran criaturas espaciales y monstruos. Cuando los robots empezaron a existir, ya tenían esa imagen que no se apega para nada a la realidad. Es como si alguien encontrara una momia viviente y esta fuera una persona agradable, pero en la ficción sólo conocemos a las momias malvadas. Eso es exactamente lo que pasó: una película de monstruos se volvió realidad.”
Flash, que se mueve sobre ruedas, posee destreza manual y además puede comunicarse con las personas.
La mayoría de las máquinas en Robots on Tour son ejemplos de “inteligencia artificial limitada”, confeccionada para tareas específicas. Pero, ¿qué tan cerca estamos de la “inteligencia artificial muy desarrollada”, de los robots con autoaprendizaje multidisciplinario complejo que correspondan a la imaginación popular? Digamos que es verdad que Roboy nos lleve a casa después de una noche de juerga. ¿Cuánto tiempo tendría que pasar para que el robot se diera cuenta de que esa fragilidad nos hace inferiores y de que en lugar de cuidarnos puede lanzarnos a una zanja y apoderarse de nuestras vidas?
La ciencia y la ciencia ficción han estado prometiendo —y advirtiéndonos— un futuro robotizado desde hace más de dos milenios. Alrededor del año 400 a.C., Arquitas de Tarento, padre fundador de la mecánica, ensambló una paloma de vapor. En 1495, Leonardo da Vinci develó un cuchillo robot controlado por poleas y cables, y en 1739, el inventor francés Jacques de Vaucanson construyó su Canard Digérateur, un pato robot que parecía aletear, tragar semillas y defecar como un ejemplar de verdad.
La ansiedad en torno a los desastres científicos del hombre ha estado presente aun más tiempo. El mito de Prometeo data del año 800 a.C. Prometeo fue castigado por robar el fuego de los dioses y dárselo al hombre con la tortura de que su hígado fuera devorado cada día por un águila y regenerado cada noche. Pero fue sólo hasta que la Revolución Industrial de finales del siglo xviii llegó con el poder del vapor, la electricidad y la mecanización, que las advertencias comenzaron en serio.
La novelista Mary Shelley fue de las primeras en sugerir que las nuevas creaciones pudieran no cumplir nuestras órdenes tal como indica el instructivo. Su novela Frankenstein, de 1818, no sólo inauguró la ciencia ficción como género, también parece haber predicho a Roboy: “Vi al horrible fantasma de un hombre extendido y que luego, tras la obra de algún motor poderoso, éste cobraba vida y se ponía de pie con un movimiento tenso y poco natural. Debía ser terrible, dado que sería inmensamente espantoso el efecto de cualquier esfuerzo humano para simular el extraordinario mecanismo del Creador del mundo”.
Frankenstein es el monstruo que a los 18 años Mary Shelley imaginó, durante una tarde lluviosa, mientras estaba de vacaciones con su esposo Percy Shelley y Lord Byron en el Lago de Ginebra. Roboy, al ser más inteligente y más educado que el monstruo de Shelley, desecharía esas objeciones. Sin embargo, han habido muchas más valoraciones optimistas de lo que los robots significarán para los humanos. Elektro, un voluminoso refrigerador con cara dado a conocer en la Feria Mundial de Nueva York en 1939, reflejó el optimismo público respecto a la tecnología humanoide. Elektro fumaba cigarros y se dirigía a las personas como “Toots”. Básicamente dijo a Estados Unidos, justo antes de su auge industrial sin precedentes, que las máquinas estaban de su lado. Poco después, el autor de ciencia ficción Isaac Asimov tranquilizó a la población aún más, con sus influyentes tres leyes de la robótica, que establecen que los robots deben, en estricto orden de prioridad, servir y proteger la vida humana, hacer lo que los humanos dicen y después, sólo después, protegerse a sí mismos.
Desde la visión macabra de Shelley, hemos vivido con esta dualidad: la anticipación jubilosa al mismo tiempo que la aprehensión estremecedora de los robots del futuro.
“¿Nos liberarán o nos esclavizarán? La mayoría de las personas se inclinan hacia un lado o hacia otro”, dice el ingeniero de Roboy, Serge Weyder.
Armar III puede manipular objetos para desempeñar tareas básicas.
Parece que estamos muy a gusto con la inteligencia artificial limitada, como todas las creaciones que figuran en Robots on Tour, las cuales harán tareas específicas y luego permanecerán de pie en una esquina, a la espera de más instrucciones. Quizás es porque en realidad ya estamos rodeados de máquinas similares: robots construyen nuestros autos, vuelan nuestros aviones e incluso practican operaciones médicas o participan en la bolsa de valores.
En el Oriente, su presencia en la vida diaria va más a fondo: robots de telepresencia surcoreanos (un profesor real, humano, aparece en el salón de clases vía una pantalla robot, dando clases desde Filipinas, donde los salarios de los docentes son más bajos) enseñan inglés en escuelas primarias e incluso cuidan a los niños. Esto es parte de los objetivos del gobierno de Corea del Sur respecto al proyecto “un robot en casa en 2020”. En el Laboratorio de Robótica de Bristol se está probando el Mobiserv, un robot financiado por la Unión Europea que cuidará a personas de edad avanzada al interactuar con sensores inteligentes en la ropa de los ancianos.
El doctor Peter Diamandis, presidente de la fundación no lucrativa X Prize, está ofreciendo un premio de 10 millones de dólares al inventor del primer “tricodificador”, una máquina portátil capaz de hacer diagnósticos médicos de 15 enfermedades severas. Diamandis estima que el dinero se reclamará dentro de los próximos cinco años. El inversionista de Silicon Valley, Vinod Khosla, cree que las máquinas reemplazarán 80 por ciento de los médicos en una generación. Tu lugar de trabajo pronto podría ser robotizado. Quizá también tu trabajo. El MantaroBot —un iPad con un soporte de ruedas cuyos movimientos por la oficina se pueden controlar a distancia— se acaba de poner en venta en el Reino Unido, en unos 48,000 pesos. La empresa matriz Opticus ha enfatizado el potencial de MantaroBot para presidir reuniones de trabajo.
La inteligencia artificial limitada, por fortuna, asume tareas sucias, peligrosas y aburridas y nos acerca a la posibilidad del ocio previsto en la película Wall-E (2008). El robot limpiador principal en esa cinta es un Henri Hoover de alta gama, que habita un deteriorado planeta Tierra. Él y su raza limpian el lugar mientras humanos gordos con problemas crónicos de densidad ósea viven en un crucero intergaláctico completamente automatizado, llamado Axiom. Allí, los humanos enfrentan la extinción porque nos volvemos flojos. Es nuestra culpa. Pero parecemos pasarla bien.
Uno de los directores de ingeniería de Google, Ray Kurzweil, cree que deberíamos ser optimistas respecto a aprovechar el poder de la inteligencia artificial. Google compró recientemente varias compañías de software —incluida DeepMind del Reino Unido, por alrededor de 242 millones de libras— como parte del equipo para el “Proyecto Manhattan de Inteligencia Artificial”. El objetivo es producir computadoras que tengan una “comprensión natural del lenguaje”, que puedan leer, preguntar, inferir, hacer referencias cruzadas y extrapolar, al igual que tú lo haces al leer este artículo. Una computadora con una capacidad para procesar un millón de veces más información que un humano podría ser capaz de pasar la prueba de Turing, es decir, igualar la inteligencia de los humanos. Kurzweil piensa que ese momento puede llegar en 2029. Además, cree que la inteligencia artificial resultante podría ayudar a los humanos a vivir eficazmente para siempre. Y si crees que parece una locura, Kurzweil ha guardado escritos, archivos e información de miembros de su familia que han muerto para que puedan ser devueltos a la vida mediante inteligencia artificial una vez que la tecnología esté lista.
Asegura que “estamos en un punto único en la historia en el que si esta generación puede permanecer viva lo suficiente para ver que la tecnología llegue a buen término, el horizonte es ilimitado. La humanidad nunca antes ha estado en un umbral como éste”.
Kibo v3.0 tiene expresiones faciales realistas y baila a ritmo de la música.
Pero no todos comparten el optimismo de Kurzweil y Google. Hay quienes consideran que la ai muy desarrollada es una amenaza inminente y oscura. En 1993, el escritor Vernor Vinge popularizó el término “singularidad tecnológica” para referirse al momento en que una superinteligencia artificial emerja. Existe una computadora que puede superar al campeón mundial de ajedrez: en 1997, Deep Blue venció a Gari Kaspárov al evaluar 200 millones de movimientos potenciales por segundo. ¿Y qué hay de cuando las máquinas puedan vencernos en todo?
Según algunos expertos, ese momento no es tan lejano. En 2012, en Singularity Summit, una serie de conferencias enfocadas en tecnologías convergentes como la robótica y la nanotecnología celebrada en Australia, se dijo que 2040 es el año estimado en que esto podría ocurrir. “[La singularidad] podría ser muy mala si nos equivocamos”, dijo el experto en singularidad Eliezer Yudkowsky.
Los posibles malos resultados se están tomando cada vez más en serio. En enero de 2012, el profesor Stephen Hawking se afilió al Centro para el Estudio del Riesgo Existencial de la Universidad de Cambridge. Él es el signatario con perfil más alto en un grupo de reflexión que además incluye a Huw Price, profesor Bertrand Russell de filosofía en Cambridge; Martin Rees, profesor emérito de cosmología y astrofísica en Cambridge, y Jaan Tallinn, fundador de Skype. La idea para el Proyecto Cambridge surgió después de que Price y Tallinn platicaran en un taxi al final de una conferencia en Copenhague, en 2011. Tallinn afirmaba que era igual de probable que muriera como resultado de alguna mala jugada de la inteligencia artificial que de cáncer o alguna enfermedad cardiaca. Rees decidió hacer algo al respecto, así que reunió al grupo de reflexión con la tarea expresa de evaluar robots y otros “riesgos a nivel de extinción para nuestra especie”.
“En algún momento de este o el próximo siglo, parece probable que la inteligencia artificial escapará del control humano”, dijo Price a estudiantes de Cambridge el año pasado. “Sabemos que la inteligencia es posible en un espacio pequeño. Se encuentra en nuestros cráneos. Parece probable que en un punto donde coincidan la potencia de la computadora y la ciencia del cerebro —en la neurociencia—, seremos capaces de reproducirla de manera artificial.”
Si los robots con inteligencia artificial y total conciencia de sí mismos empiezan a buscar o incluso a construir y programar su propia progenie, cualquier cosa podrá suceder, subraya Price. “Es un error pensar que cualquier ai, sobre todo una que ha surgido por accidente, será como nosotros y compartirá nuestros valores, que son producto de la evolución en el entorno social.”
El día del juicio final no tiene que significar el ataque de un robot genocida, como los desarrollados por Skynet en la saga The Terminator. Price sugiere que los robots superinteligentes podrían tener una actitud desdeñosa hacia los humanos similar a la que nosotros tenemos hacia algunos animales. “Pudiera ser que las necesidades humanas se considerarán irrelevantes de la misma manera en que los humanos no tenemos en cuenta a los ratones y las ratas.”
Hay quienes piensan que la amenaza del robot es más apremiante. Noel Sharkey, profesor de Inteligencia Artificial y robótica en la Universidad de Sheffield, cree que la amenaza está aquí, ahora. Ha dedicado su vida a los robots (con frecuencia aparecía en el programa de culto Robot Wars, en los años 90). Como cofundador del Comité Internacional para el Control de las Armas Robóticas (icrac, por sus siglas en inglés), una organización no gubernamental que persigue la firma de un tratado que prohíba el desarrollo de armas robotizadas autónomas, advierte que estamos cerca de perder el control de la tecnología. En abril de 2013, él y representantes de 30 ongs, incluido un ganador del Premio Nobel de la Paz, lanzó la campaña Alto a los Robots Asesinos en la Cámara de los Comunes del Reino Unido. Suena absurdo, pero Sharkey habla muy en serio.
El ataque de los drones. Noel Sharkey, de la Campaña para Detener a los Robots Asesinos, advierte que los humanos estamos cerca de perder el control de las máquinas, con lo que se cumpliría la trama de Terminator 2: Judgement Day, del año 1991.
“Estamos a punto de cruzar la línea hacia un territorio muy peligroso. La Marina estadounidense hace pruebas de vuelo con una aeronave completamente autónoma llamada X-47B, capaz de seleccionar y matar [una vez que haya sido preprogramada con criterios de focalización, el avión encontrará y destruirá enemigos sin intervención humana]. Para el icrac, siempre debería haber un humano en el sistema de toma de decisiones. Los robots no pueden decidir sobre proporcionalidad. No pueden distinguir objetivos. Nunca verás a un robot capturar a un prisionero.”
Las armas autónomas ya existen (la Marina Real tiene el Sea Wolf, un sistema antimisiles que se activará antes de que cualquier humano pueda reconocer el acercamiento de un arma enemiga). Pero el no tripulado Northrop Grumman X-47B es una invención del siguiente nivel. La nave tamaño combate puede despegar y aterrizar en un portaaviones, recorrer 3,200 kilómetros para hacer su trabajo y luego volar de regreso y aterrizar.
“Es una manera de combatir las guerras que nunca debería haberse inventado”, dijo Steve Goose, de Human Rights Watch, al grupo parlamentario durante la presentación de Alto a los Robots Asesinos. “La responsabilidad humana se ha sustituido con la responsabilidad de una máquina.”
Es parte de una tendencia que desde el 9/11 ha hecho que la guerra contra el terrorismo sea cada vez más robotizada. Estados Unidos tenía sólo un puñado de drones antes del 9/11. Ahora tiene más de 7,500: en la última década el General Atomics Predator y los drones Reaper (vehículos aéreos no tripulados) han tenido un gran impacto en Afganistán, Pakistán, Somalia y Yemen.
Información proporcionada por la Oficina de Periodismo de Investigación de Londres sugiere que más de 3,400 personas han sido asesinadas por los ataques de drones estadounidenses desde 2004. Se calcula que entre 475 y 900 víctimas han sido civiles, incluidos 176 niños. No obstante, existe un acalorado debate sobre quién en una insurgencia califica como “civil”.
Lo que resulta indiscutible es que con el advenimiento del robot de bajo riesgo o “asesino selectivo”, la guerra robotizada ha llegado para quedarse. Es “la única alternativa”, ha dicho Leon Panetta, secretario de la Defensa de Estados Unidos de 2011 a 2013. Según los marcos liberales de cada quien, esto emociona y horroriza en igual medida: la imagen del piloto de drones de la cia desplazándose tranquila y plácidamente por una autopista en camino a su búnker suburbano de operaciones.
Ahí, palanca de mando en una mano y café de Starbucks en la otra, gana una guerra a miles de kilómetros de distancia, vaporizando enemigos con un robot aéreo armado hasta los dientes. Desde el punto de vista de un talibán, Skynet ya está aquí. El arma escogida por los talibanes es el rifle de asalto AK47, usado por primera vez en 1949. Con todo, un misil Predator puede flotar encima de ellos sin ser visto hasta por 40 horas e identifica marcas de calor humano desde una altura de tres kilómetros. A medida que la horrible verdad se hace evidente, los rebeldes a veces corren por su vida. En los búnkers de control de Estados Unidos, a este tipo de corredores se les conoce como squirters. A partir de entonces, los misiles Hellfire o los Griffins, más pequeños, acaban con la tarea.
El alas de murciélago X-47B es un avión estadounidense sin piloto que vuela por sí mismo y dispara misiles sin necesidad de ser controlado a distancia.
Como era de esperarse, la ética relacionada con el uso de los aviones no tripulados está en pañales. Hay drones desplegados en Afganistán (donde existe una guerra oficial) pero también en Pakistán, Yemen y Somalia (donde no la hay). Disputar una guerra con robots ha aumentado la presión sobre los problemas territoriales, sin mencionar los cuestionamientos acerca de quién puede tener acceso a los criterios ultrasecretos para la selección de blancos.
Todo lo que sabemos es que en una reunión semanal en Washington apodada “Martes de terror”, un equipo de seguridad nacional de 100 expertos antiterroristas examina los objetivos nominados por videoconferencia. Se mencionan algunos nombres. ¿Es ese un terrorista, un secuaz o únicamente su chofer? Se aprueban algunos. La “lista para matar” es enviada a Barack Obama y su consejero de seguridad nacional. Los robots hacen el resto.
Además de las preguntas sobre rendición de cuentas, quizá por primera vez en la historia una de las objeciones centrales es que la ventaja provista por los drones occidentales hace que la guerra sea demasiado fácil. “Si no se ven bolsas de cadáveres volviendo a casa, es muy fácil combatir una guerra”, afirma Chris Cole de Drone Wars UK, una organización que se opone al uso de vehículos de guerra no tripulados.
La experiencia exitosa con los drones en la guerra ha provocado que también se estén utilizando a nivel doméstico. Drones Predator sin armas ya están siendo empleados en Estados Unidos por los cuerpos de seguridad. En 2011, se recurrió a información de vigilancia de un dron Predator para condenar a un granjero en un caso de hurto de ganado en Dakota del Norte. Seis vacas habían estado pastando y paseando en la propiedad del granjero, quien decidió quedárselas. Cuando el jefe de la policía llegó, se produjo un enfrentamiento armado. La base de la Fuerza Aérea Grand Forks envió un dron. Esta vigilancia desde el cielo sin ninguna orden judicial que solucionó la trifulca, enfureció a los activistas que defienden las libertades civiles.
En el Reino Unido, la Agencia contra el Crimen Organizado Grave está considerando el uso de drones para los mismos fines (pueden ser pequeños: el ejército británico ha usado nanodrones Black Hornet desde 2012).
Se podría argumentar que los drones son precisamente la tecnología de la guerra a control remoto que Leonardo da Vinci soñó con su caballero robot. No hay necesidad de una invasión militar como las del pasado. No se necesita que hayan víctimas humanas de occidente. Como muchos partidarios señalan, los robots cometen menos errores que los estresados pilotos de jets de guerra.
El doctor Simon Ramo concuerda. Ramo es consultor del presidente de Northrop Grumman Corporation, uno de los mayores contratistas en materia de defensa en el mundo, y condujo el desarrollo de los misiles balísticos intercontinentales (icbm, por sus siglas en inglés) en 1950 bajo las órdenes personales del presidente Eisenhower. “Hubo una discusión similar cuando se desplegaron los icbm. ¿Podemos hacer la guerra a control remoto? Creo que la historia ya ha respondido la pregunta”, dice Ramo. “Los icbm mostraron que la guerra podía combatirse desde lejos y esa amenaza ha ayudado a mantener la paz aunque sea de forma precaria.”
El diminuto drone Black Hornet es usado por el ejército británico para volar en territorio enemigo y registrar imágenes y videos.
Ramo ahondó en esta idea en su libro Let Robots Do the Dying: The Coming Partnership of Men and Robots in the US military (Que los robots sean los que mueran: La futura asociación de los hombres y los robots en el ejército de Estados Unidos), en el que argumenta que después del éxito de los drones en el Medio Oriente, “podríamos transitar hacia una sustitución robótica mucho más extensa de nuestras fuerzas armadas”.
Prevé la existencia de portaaviones y submarinos robotizados, y afirma con optimismo que “podremos ver robots humanoides en roles de combate de infantería en 2020-25”.
Ramo, quien cumplirá 101 años en 2014, dice: “En el siglo que he vivido, asumí que volar resultaría la mayor innovación. Ahora creo que estoy viendo una innovación aún más grande: la guerra delegada a las fuerzas robóticas. Sabemos que los chinos han invertido grandes sumas de dinero en este rubro. El siguiente conflicto será una competencia entre máquinas y el control de la información en torno a ellas”.
El profesor Pfeifer, con Roboy sentado apacible junto a él como una pequeña lavadora amigable, está preocupado por esto. Las pesadillas robóticas distópicas dificultan su trabajo. En una cabina de vidrio en la parte trasera de la sala de exposiciones en Zúrich, una pandilla de emblemáticos androides de película están en exhibición. La imagen del actor Arnold Schwarzenegger arrancándose la camisa para revelar el grotesco esqueleto metálico de Terminator y agitando un arma en el aire no ayuda mucho. De ahí que lograr que las personas confíen en los robots sea parte de la misión de Pfeifer.
“Los robots en Europa tienen muy mala reputación”, advierte. “En Japón les encanta la tecnología, pero en Europa hay un gran temor hacia la mayoría de quienes nos dedicamos a construirlos. Muchos creen que los robots se quedarán con sus trabajos o terminarán fuera de control. Películas como The Terminator resumen la idea que tenemos del inevitable resultado del desarrollo de la robótica. Pero las cosas no tienen por qué ser así.” Pfeifer no es el único que nos anima a querer a las máquinas. Will Jackson, de Engineered Arts, con sede en Cornwall, Inglaterra, construye robots humanoides a tamaño natural. Está en negociaciones con las principales aerolíneas del mundo para producir una especie de anfitriones robotizados para dar la bienvenida en los aeropuertos. Tendrán género y edad, y serán capaces de reconocer las expresiones faciales.
“La gente está lista para confiar en ellos siempre y cuando no tengan un aspecto demasiado humanoide”, dice Jackson. “Nos gusta que los robots conserven algunas cualidades maquinales. Diría que en dos o tres años a partir de ahora, un robot en las salas de espera se te acercara cuando parezcas estresado y te ofrecerá ayuda”.
Roboy se construyó como un embajador, explica Pfeifer. “Es muy importante que agrade a las personas.”
Pfeifer y su equipo no dejaron nada al azar. El público votó por la cara de Roboy en Facebook (eligiendo entre ojos cristalinos grandes, más grandes o gigantes) y su desarrollo fue parcialmente cofinanciado. Algunas personas pagaron 25 francos suizos (unos 400 pesos mexicanos) por una postal de Roboy. Otros pagaron por patrocinio: con unos 10,800 pesos pudieron colocar el logotipo de una empresa en la cara de Roboy; pagar poco más de 700 pesos significaba una mención en su pelvis (esa opción se agotó primero). En una pintoresca reversión del que sería el papel correcto de una niñera, hasta se podía sacar a pasear a Roboy durante el día por un módico desembolso aproximado de 72 mil pesos.
El financiamiento en colectivo, los patrocinios corporativos y los likes obtenidos en masa a través de Facebook, son excelentes técnicas para la construcción de marca. Pero no puedo dejar de pensar en la misión de Frankenstein en el siglo xix. Como Roboy, el “demonio” quería ser amigo de la humanidad. Cuando decidimos que no nos agradaba, empezó a matar. En la película qu