Despierta, y lo primero que hace es correr al espejo. Lo que ve reflejado es un cuerpo escuálido, y esta imagen lo incomoda y lo angustia. Ahora va rumbo al gimnasio, donde se ejercitará compulsivamente. Su enfermedad le impide percatarse de que su musculatura ya es demasiado voluminosa. Las venas de sus brazos (tan anchos como los muslos de otras personas) tienen tanto relieve que casi es posible sentir la sangre fluyendo por ellas. Pero él se percibe delgado, así que pone otros dos discos de 20 libras a las pesas que está a punto de levantar.
Este hombre no pretende participar en una competencia de fisicoculturismo, untado de aceite y con un ajustado traje de baño Speedo. Más bien es adicto al ejercicio. Y es lógico pensar: de todas las adicciones que podría tener -al alcohol, a las drogas, al sexo-, lo mejor que podría ocurrirle es padecer ésta. No obstante, la adicción al ejercicio es igual de peligrosa que las otras y se deriva de un trastorno llamado vigorexia o dismorfia (sí, deformidad) muscular. La forma más sencilla de entender la vigorexia es invertir la anorexia: las personas se ven a sí mismas flacas y enclenques, aunque en realidad luzcan como Hulk.
Puede explicarse así: una persona común, que disfruta el ejercicio y se preocupa por su salud, va al gimnasio o practica algún deporte tres o cuatro veces por semana, y al terminar está contento. Por el contrario, el vigoréxico hace ejercicio todos los días durante varias horas, sin importar cómo se sienta o incluso si está lesionado y, aunque sude litros y litros, cuando termina está insatisfecho.
Pese a que no todas las personas están genéticamente predispuestas a padecer un trastorno de este tipo, sí pueden desarrollarlo cuando, por ejemplo, hacen cada vez más ejercicio al sentir que su cuerpo no se torna tan fuerte como quisieran. Y, peor, cuando las abdominales y lagartijas ya no son suficientes, compran en una tienda de suplementos alimenticios algunas pastillas o algún polvo sospechoso que los ayude a aumentar su masa muscular.
«Y, como en la progresión clásica de toda conducta adictiva, luego los suplementos ya no son suficientes, sino que consumen esteroides anabólicos -basados en hormonas-, para promover el crecimiento muscular. El peligro es que es muy fácil desarrollar una adicción a los esteroides», explica la doctora Mercedes Gómez, especialista en desórdenes alimenticios y alteraciones de la imagen corporal del hospital Médica Sur, en la Ciudad de México.
Cuando llegan a este punto, están en graves problemas, pues el crecimiento muscular exagerado repercute en lesiones de ligamentos y articulaciones, entre otros males. Además, el consumo de esteroides puede causar problemas cardiacos, atrofia testicular y disminución de la formación de espermatozoides. Esto se debe a que «cada sustancia en el organismo se produce y libera dentro de niveles específicos, lo cual mantiene al organismo en un estado de homeostasis o equilibrio. Así que cuando una de estas sustancias se sale de los niveles fisiológicos, se desencadenan varios efectos patológicos», dice Gómez.
Hay que evitar que el ejercicio se convierta en una obsesión. ¿Cómo? Una forma es que el instructor del gimnasio te indique cuántas repeticiones de pesas o cuánto ejercicio cardiovascular es apropiado para ti, y que procures respetar esa rutina. Si estás lesionado, no pasa nada por unos días de descanso. No te vuelvas un sweat junkie. Si te sirve de consuelo, a las mujeres no nos gusta cómo se ven los músculos gigantes, aunque la televisión así lo sugiera.
Esteroides y abstinencia
Al igual que los adictos a la heroína, «los individuos que abusan de los esteroides anabólicos desarrollan síndrome de abstinencia, el cual perpetua su consumo. Algunos síntomas asociados con este síndrome son ansiedad, pérdida de apetito e insomnio. Uno de los efectos secundarios más peligrosos es la depresión, que en ocasiones puede conducir al suicidio», explica la doctora Gómez. No hace falta que lo repitamos: suponemos que el peligro que conllevan estas sustancias te quedó claro.