Si uno se ejercita lo más intensamente posible todos los días, ¿está bien parrandear lo más intensamente posible en las noches? ¿Cómo conviven el alcohol y el ejercicio? Aquí un experimento de extremos.
Por David Curcurito
Síntomas
Recuerdo que miraba al cantante David Lee Roth a mediados de los años 80 y pensaba: ese hombre es un dios. Hacía splits mientras daba un salto de cuatro metros desde la plataforma de la batería, todo sin una sola gota de sudor. El tipo podía pasar la pierna por detrás de su dorada melena y tirarse a tu novia desde la quinta fila mientras fumaba cigarros y tomaba un whiskey tras otro. Yo quería todo eso: quería ser Tarzán, Bukowski y el capitán Kirk a la vez.
Me he mantenido activo toda la vida. Mis receptores de placer, estén donde estén, necesitan alimentación constante. Eso implica correr mucho por senderos montañosos, andar en bicicleta, escalar en rocas; cualquier actividad al aire libre. Cuando llego a la cima de la montaña me gusta recompensarme con una cerveza fría y un poco de buen queso; a veces llevo una pachita de bourbon. Amo beber, y hay drogas que también amé en mi vida. Amo salir de noche y tomarme ese primer vaso de whiskey con un par de hielos. A veces gorroneo un cigarro y me lo echo afuera del bar con un extraño.
Salgo dos o tres noches por semana, a veces más. Anoche sentí como si hubiera acompañado mi filete con hueso y espinacas a la crema con veinte tragos. Hoy veo a mi entrenador a la 1 pm.
Tratamiento
Tengo 50 años. Y si no me ejercitara regularmente de la forma más intensa que me permite mi cuerpo, estaría muerto. Llamémoslo el método curcuritiano, en el que una disciplina actúa en contra de la otra: me parto el lomo en el gimnasio con el mismo entusiasmo que aplico en descorchar una botella de 14 años de Oban. Cuando hago abdominales, me imagino que estoy colgado de la orilla de un risco y que, si no hago una más, caeré.
Comencé a hacer ejercicio a los 32, después de un viaje a Las Vegas en el que acabé perdiendo varios vuelos para regresar a Nueva York porque estaba en la mesa de póquer Pow-Gai, perdido de borracho. Ni siquiera sé cómo jugar póquer Pow-Gai. De vuelta en casa, me inscribí en un gimnasio y contraté a un entrenador. Mi entrenador, Carlos Velásquez, se especializa en fitness, bravuconería y pavoneo. Su forma de motivarte es decir: “¡Oye, esa chica te está mirando! ¡No vaya a pensar que eres una nena!”. Nunca hay nadie ahí, pero de todos modos hace que fluya mi adrenalina.
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Ejemplo de receta

10 km de bicicleta en una máquina que se llama el Expresso, una bici/videojuego donde compites contra tu monitor de ritmo cardiaco mientras vas por distintos escenarios. En 15 minutos, mi ritmo cardiaco llega hasta 90 a 95 por ciento (165 a 170 latidos por minuto) para obtener un resultado anaeróbico.

En la cancha de básquet, Carlos se para sobre dos toallas. Me amarra un arnés alrededor de los hombros, conectado a una banda de hule que me rodea la cintura. Después levanta una pesa de 20 kilos y me grita: “¡Corre!”. Corro por la cancha con toda mi fuerza mientras arrastro a Carlos. Me imagino que voy por un glaciar y una grieta comienza a abrirse bajo mis pies, lista para tragarme.

Después hago un sprint a toda velocidad por unos 25 metros y atrapo una pelota de futbol americano. Regreso caminando, y vuelvo a hacer un sprint para atraparla. Repito esto cinco veces.
Vuelvo a la rutina de la cancha de básquet. Jalo, hago sprint, jalo, hago sprint, jalo, hago sprint.

Hacemos algo que llamamos las lagartijas del Hombre Araña: me muevo por toda la cancha, haciendo una pequeña “lagartija” mientras toco mi codo derecho con mi rodilla derecha y viceversa.
En ese momento Carlos termina de torturarme y se liga a alguna solitaria ama de casa. Regreso a la Expresso para quemar grasa; programo una ruta de 16 km y mantengo mi ritmo cardiaco por abajo de los 140 latidos por minuto, para no quemar músculo. Acabo completamente agotado; cada músculo tiembla de fatiga y me siento estupendo. (La receta de Carlos para la cruda, por cierto, es agua de coco, B-12 y sudor.)
Prognosis
La dieta “trabaja duro, parrandea duro” está funcionando. Mi doctor dice que estoy en muy buena condición. Lo veo dos veces al año para hacerme una revisión y exámenes de sangre. Pero checa esto: caeré muerto tan pronto como publiquen esto. Aquí yace David Curcurito. Qué pedazo de imbécil.
Traducción: Sonia Verjovsky
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