Nací en San Cristóbal, pero desde los 14 años me vine a vivir sola al DF para estudiar la preparatoria y luego en el Centro de Estudios Superiores de San Ángel (CESSA). Tengo cinco hermanos, soy la de en medio y siempre fui muy independiente.
La casa de mis papás siempre olía a pan recién horneado, con mi mamá y mi abuelita también hacíamos hojuelas (un tipo de buñuelos), turuletes (galletas con harina de maíz y piloncillo), tamales de frijoles con hoja santa. Para las fiestas se hacía mole y sopa de pan.
Durante la carrera traíamos itacate de Chiapas: queso cuadro, chorizo, tascalate, chilito Simojovel, chocolate. Y café. Sin café chiapaneco la vida no sabe igual.
Tierra y Cielo fue mi proyecto de tesis; abrimos en 2007, pero lo que nos marcó fue recibir en 2008 el Premio Nacional de Comida Regional, que me comprometió a promover la cocina tradicional de Chiapas; ahora buscamos que el menú sea local, sostenible y colaborar con artesanos y diseñadores chiapanecos.
Chiapas es verde la mayor parte del año y sus mercados son una maravilla: me encantan las variedades de frijoles y hongos, los quelites, flores de nabo y de chipilín, guías de chayote, el chile blanco o pico de paloma…
En primavera me gusta nuestra ensalada de chayote con vinagreta de mango ataulfo, frambuesas, queso de Ocosingo y macadamias tostadas. En verano un pescado sudado en hoja de plátano con tomatillos y salsa de chile Simojovel. En otoño, el postre de tascalate (maíz tostado y molido con achiote, canela y cacao). Y en invierno, el mole coleto con plátano macho, tan sabroso y elegante en el plato.