Nuestra colaboradora de sexo y relaciones, Miss Lulú, indaga en este tema tan íntimo (y vergonzoso en ciertas ocasiones) para nosotros.
Ah, el proctólogo…. Ese profesional de la medicina que uno se pregunta una y mil veces cómo es posible que una persona -en su sano juicio- escogiera tal especialidad. Pero, ay amigos, los caminos de la ciencia…
El proctólogo decíamos, ¿quién no puede tener ganas de acudir a una visita al proctólogo? Debiera estar incluida en la lista de tener un hijo, plantar un árbol y montar un globo. Ahí, en esa lista tan escueta y raquítica es necesario añadir ya una visita a este experto. Lo es, porque una visita de este calibre es mucho más emocionante que subirse en un globo, dónde va a parar. Y hoy os vamos a dar cuatro razones por las que al menos, una vez en la vida, hay que dejarse ver (el culete) en su consulta.
¡SORPRESA!
1. Si eres estrecho de mente y de miras, te las abrirá (sí, también abrirá físicamente otras partes de tu cuerpo). ¿Por qué? Porque habitualmente el proctólogo es un hombre y ya sabemos que tú tienes ciertas reticencias (¡muchas!) a que las chicas te metan el dedito por el culo cuando estáis practicando sexo. No te sientes cómodo, no lo acabas de ver, te da mal rollo… Imagínate si es un señor bigotudo el que lo hace.. Pues una visita al proctólogo y todos esos prejuicios tontos desaparecerán en un visto y no visto. En definitiva: el proctólogo fomenta tu crecimiento personal.
Asombro nivel: Hillary Clinton
2. Es fuente de nuevas sensaciones: tú estás ahí, en la sala de espera, y de repente oyes tu nombre: “Antonio Rodríguez”. Y te empiezan a temblar las canillas y entras en la consulta. Y allí está él: un señor entrado en años y en kilos, con unos dedos como manojos de salchichas Frankfurt. Temes lo peor: te sientas como puedes, estrechando el culete, virgen de sensaciones hasta ese momento, y le cuentas los problemas que te han llevado allí que ya no te parecen ni problemas sino nimiedades, porque darías tu reino por salir de allí en ese mismo instante. “Bájese los pantalones y los calzoncillos, y tiéndase en la camilla boca abajo, por favor”. Ahí casi hiperventilas, empiezas a sudar frío, te sientes mareado. Ves cómo se pone los guantes de látex y se dirige a tus partes traseras. Y sin contemplaciones ni lubricación ninguna (porque el proctólogo y la palabra lubricante son oxímoron), te mete el dedazo en el culo. Del ardor inicial, pasarás a la sorpresa y después, a la relajación (cuando saque el dedo, claro está). Todo un nuevo mundo de sensaciones.
Y de repente… ¡OOH!
3. El proctólogo genera vínculos: decididamente, une a la humanidad. ¿Qué más puede unir a dos extraños que ese contacto tan íntimo y personal? Piénsalo bien: ni quedarte encerrado en un ascensor, ni un taller de apertura de chakras en un pueblo aislado con un grupo de siete desconocidos.. No, nada une más que esta experiencia.
4. Favorece la pérdida de pudor y la vergüenza: esto es como el parto. Cuando una mujer tiene un hijo, la experiencia de tener expuesta su vagina a todo tipo de ojos y manos, le quita de por vida, el pudor y la vergüenza. Es como una vacuna, inmuniza. Pues la visita al proctólogo es similar: después de pasar a verle te sentirás más liberado, más liviano si cabe, y habrás perdido el pudor.
¿Lo ves? Todo son ventajas.
Crédito de foto: IMGUR
Crédito de gifs: Giphy