Todos queremos conectarnos con nuestro padre, ¿por qué esperar a que sea tarde para decirle lo importante que es para nosotros?
Mi abuelo murió. Mi padre no es un hombre de muchas palabras, así que durante el velorio, cuando el sacerdote pidió que alguno dijera algunas palabras en torno al fallecido, me levanté y me dirigí al frente mientras abotonaba mi saco. Llegué al pódium, previamente mi padre, estoico como siempre, me había dado una nota dentro del programa de la iglesia.
«No olvidemos a este hombre, Vernon Bean, ni lo que significa para todos nosotros.» Comencé viendo cómo las palabras cambiaban el rostro de mi padre. «Somos hombres que arreglamos cosas, construimos casas; somos hombres que trabajamos con nuestras manos y mentes y no pedimos mucho más allá de lo que damos.»
Mi papá amó al suyo, profundamente. Yo traté de decir con palabras lo que él estaba sintiendo -dándole una emocional Ave María- de repente me di cuenta que tenía éxito. Hablar puede no ser algo sencillo para aquellos que nacieron antes del Dr. Phil. No podía imaginar cuándo fue la última vez que esos dos hombres se dijeron «te quiero», quizá nunca sucedió. De hecho, una semana antes de que mi abuelo falleciera, mi padre le expresó exactamente lo opuesto. «No creo que siempre haya estado de acuerdo con mis padres», dijo en un momento de irá y retumbó como una patada en la ingle. Fuimos vaciando la bodega de mi abuelo donde guardaba algunas cosas personales que trajo desde Florida. En ocasiones la muerte significa un respiro para el cuerpo cuando se espera. Tuvo que soportar la partida de sus padres con sólo ocho meses de diferencia. La muerte de mi abuelo fue particularmente difícil para mi padre: los dos hombres gastaron su vida peleando por cosas sin importancia, por ejemplo cuando papá obligó al abuelo para que dejara de manejar por miedo a que atraopellara a alguien. Ese susceso abrió una brecha entre ambos.
En el funeral, continué con mi discurso: «Cuando decimos adiós a una generación de nuestra familia, no debemos olvidar lo que nos enseñaron. Por eso nunca debemos permitirnos olvidar a este hombre, que fue un abuelo, un padre y un amigo.»
Cuando bajé y regresé a mi lugar en la banca, sólo noté una lágrima que corrió por la mejilla de mi padre y se detuvo en su barba. Mi mamá suele decir que él derramó una lágrima en el funeral de mi tío, sólo una, pero fue suficiente.
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La muerte de mi abuelo fue un suceso que me abrió los ojos. Mi padre y yo vivimos a 1,300 kilómetros de distancia y no es un hombre joven, de ya hecho comenzó a hacer uso de los descuentos de las personas de la tercera edad. Me di cuenta que quizá esté diciendo algo sobre él en el mismo lugar en unos 20 años a partir de ahora, por eso es importante que hablemos ahora, pero ¿cómo?
Los funerales no son el buen inicio de una conversación. No se comparan a estar en un juego de béisbol. En este verano obtuve dos boletos para un partido que se celebraría en la ciudad donde vive mi padre. Compré el boleto de avión y pasé por él para ir al evento.
Hacia la quinta entrada, el pitcher se encontraba en aprietos, tal como mi padre y yo. Hablamos un poco entre jugada y jugada, no lo hicimos en los últimos seis meses de nuestras vidas. «Sabes papá», le digo, mientras muerdo un pedazo del pretzel, «mis amigos que viven cerca del estadio prepararán una parrillada al término del juego, ¿vamos?».
«Claro», me contestó. «Suena divertido.» Cuando llegamos a su casa, se divertían como niños jugando una carrera de sacos. «Quién se podía imaginar que dos generaciones de Bean podían divertirse juntas». Percibimos el olor a carbón prendido que provenía desde el jardín de la casa de mis amigos, un costillar de casi un metro de largo estaba listo para ser asado, mientras había una gran cantidad de botana y bebidas para servirnos. Dos de los asistentes se nos acercaron. «Odio que me avergüences enfrente de tus papás», dijo Sam. «Pero hagámoslo.»
La familia Bean podrá ser seria y poco emotiva, pero sabemos disfrutar los ratos de diversión. Esa noche, mi padre fue el centro de atención y eso me hizo sentir como nunca. Posteriormente celebramos. Estaba tan emocionado que me dijo: «Matt, gracias por invitarme. La he pasado de maravilla.»
«Yo también papá», le dije mientras le daba un abrazo. Mi amigo Nick, quien se había apoderado de una cámara, nos tomó una foto, por el calor de verano ambos traíamos la camisa desabotonada al puro estilo de David Lee Roth. Hice que mis amigos también lo fueran de mi padre, y él se convirtió en uno para ellos. Sin embargo, no pudimos hablar lo suficiente a solas como me hubiera gustado, por alguna razón eso sucedió. Sólo le comenté: «Hey, papá, ¿cuándo lo hacemos otra vez?»
«Si realmente quieres conocer a ese hombre, camina algunos kilómetros en sus zapatos». Un sábado me encontré a mí mismo sentado en el sillón, llevaba puesta una bata conmemorativa de Budweiser y usaba una de las medallas de perro que tanto le encantaban a mi padre.
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Lo de la bata de toalla es mitad yo, mitad él. La prenda es similar a las faldas escocesas adornada con los logos de la cerveza. Las bolsas externas son perfectas para colocar el control remoto, tiene una línea de algodón en la cintura que indica de dónde debe sujetarse con el cordón. Su textura es cómoda e ideal para sentarse a ver la televisión y tomarse una cerveza después de un baño vespertino. Es como la falda de un rey escocés.
Mi padre pasaba las tardes enteras en con una prenda similar, eso es lo que recuerdo de cuando era niño. Era esencial de esa época, cuando la compañía de cerveza decidió lanzar este artículo promocional prácticamente uniformó a los hombres de ese entonces. Al usar esta bata es como si recorriera algunos kilómetros en los zapatos de mi padre.
Las medallas de perro las uso desde la preparatoria. Mi hermana y yo las encontramos mientras empacábamos las cosas para mudarnos de casa, una que mi papá había construido en el campo. No sé que hizo mi hermana con su medalla, pero yo me la puse para que mi papá me viera con ella.
Cuando se dio cuenta le pregunté: «¿Puedo quedarme con ella?». «¿Por qué?», respondió. «Es sólo metal viejo». «No para mí», le aseguré. Él quedó perplejo ante mi respuesta. Entonces añadió: «Está bien, son tuyas.»
Regresando a mi tarde en bata. Pasé frente a un espejo, y me sentí como un extra en una película de Rodney Dangerfield, o un actor porno durante uno de los momentos de descanso. Sin embargo, esas cosas se han vuelto como una de mis prendas. Son potentes artefactos, cosas que lo definen como ninguna otra. Como las medallas de perro sugieren, mi padre no es un tipo como cualquier otro. Es leal, toma las cosas en serio -el trabajo, el servicio militar y la familia. Más importante, reflejan que es un hombre de honor. Todos creamos leyendas alrededor de nuestros padres, y las medallas son una para mí.
Al respecto de la bata, bueno, él siempre supo que cuando esta caía, algo importante iba a pasar. Es un hombre recio, pero también es amable. Quiero convertirme en un hombre como él y tener ambas cualidades también.
Cuando traté de comunicarme con mi padre, tuve una ventaja sobre los demás hombres de mi edad: mi papá de 60 años de edad puede utilizar el celular como un adolescente.
Matt, el avión llegará con sólo 15 minutos de retraso ¿estarás ahí?
Esa es la clase de mensajes que mi papá manda a través de su teléfono, usar más palabras le parece inútil, por eso es difícil verlo en una plática banal a través del chat. La informática comenzó a ser negocio a finales de los 70, y mi padre que recién había salido de la Marina, se convirtió en un programador de computadoras.
La tecnología es la segunda cosa natural en él -y para mí. Crecí rodeado de monstruosos aparatos en el colegio donde él trabajaba. Gracias a eso absorbí todo el conocimiento qué él me proporcionaba, hasta que me sentí como pez en el agua.
Hoy el contesta mis mensajes de texto y me envía fotos, me da consejos sobre tecnología y, por supuesto, sobre béisbol. Recuerdo muy bien que un mensaje de texto de mi padre me obligó a ir una cabina telefónica. Decía:
Oye Matt, cuando tengas un minuto, siéntate y llámame por teléfono.
La palabra «siéntate» significó para mí que tenía que decirme una noticia grave, como: «me detectaron cáncer.»
Poco después del funeral de mi abuelo, comencé a tener un sueño recurrente. Podía ver una fila de personas paradas esperando para llegar a una fosa en medio de la tierra y una bandera ondeando en uno de los lados de la tumba. Un fuerte sonido salía de mis labios cuando me daba cuanta que dentro del hoyo estaba mi padre.
Lo llamé cuando llegué a mi hotel, mis manos temblaban mientras marcaba el número. Contestó y de inmediato me dijo: «No sé cual es la mejor manera de decirte esto», comentó. «Así que sólo lo expresaré como es: tengo cáncer de próstata.
Después de una fuerte exhalación sólo le pude decir: «Papá…»
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Él comenzó a hablar de números, estadísticas y procedimientos, como si se tratara de arreglar una vieja maquinaria y no de remover un cáncer. ¿Por qué actuaba de esa manera?
En ese instante comencé a pensar, lo golpearé si sigue fumando, deja de trabajar o hace algo que no sea egoísta. Sin embargo, le dije lo mucho que lo quería. En ese instante recordé el momento en que me encontraba en el podium durante el funeral de mi abuelo, observando a mi padre sentado en la banca de la iglesia.
¿Sabrá cómo me hicieron fuerte todas esas tardes en las que trabajé en el garage, y gracias a sus enseñanzas me convertí en un pensador inquisitivo? ¿la vez que fuimos al estadio a ver a Greg Maddux y la emoción de verlo ganar su victoria número 20 en 1992? ¿Cuándo me rentó un coche -sin que lo supiera mi madre? ¿Estará consciente de todo lo importante que es para mí y tenerlo a mi lado? No estoy seguro de que esté consciente, por eso debo decírselo cuanto antes.
«Gracias», dijo. Fue todo lo que expresó, pero es todo lo que yo necesitaba saber. Me di cuenta que mi padre estaba listo para mostrarme cómo se sentía, sólo por hacer todas esas cosas. Los padres en su más bella forma son la familia. Se definen por estar ahí, no por los puntos que logren. Eso es lo que más voy a extrañar. Él tuvo sus propias esperanzas y sueños, y eso es en lo que me estoy convirtiendo. Para tipos como mi padre el amor se muestra, no se dice.
Me senté junto a mi padre en el hospital, en la sala de espera horas antes de antes de la cirugía; se veía pálido y decidido. No era una operación complicada, sin embargo siempre existe la posibilidad de que algo salga mal o se complique. Pero si había un momento para decir algo que aún no había expresado, éste era el indicado.
«Ahora hijos, sólo recuerden…» susurraba mientras comenzaba a hacer efecto la anestesia. Mi hermana y yo estábamos cerca de él.
Las enfermeras reían; mi mamá lloraba. Mientras eso sucedía, yo me mantenía estoico, casi sin mostrar expresiones, como un pedazo de metal. El tiempo transcurrió lento hasta que salió de la sala de operaciones. Lo primero que le dije fue: «papá, te amo». «Yo también», respondió mientras esa frase hacía eco en el pasillo del hospital.