Desecha los viejos conceptos y rediseña tu nueva masculinidad. Analiza tus prejuicios, domínalos y deséchalos.
Con seguridad crees que «ser hombre» obedece a tu biología, a tus hormonas y naturaleza. Lo cierto es que la masculinidad es una serie de significados de orden social y se va creando de acuerdo a las necesidades de cada grupo. Emerge más allá de esa construcción social de clichés en torno a la virilidad. Por lo tanto, se debate la tan trillada frase y podemos afirmar que «no todos los hombres son iguales». De hecho, no todos se construyen del mismo modo.
Tú concebiste la tuya a través de tus relaciones con otros. Sí, con los hombres. De acuerdo a diversos estudios como los del doctor en sociología Todd Migliaccio, de la Universidad de California, en Estados Unidos, lejos de tus experiencias con las mujeres, lo que te hace ser hombre es tu interpretación de masculinidad basada en el contacto con tus congéneres. Ellos, incluso, trazaron cómo te habías de relacionar con nosotras. Tienes más de tus amigos del kínder, de la secundaria o el trabajo que de lo que supuestamente dicta la biología. Quizás vivas ciertas disyuntivas en el concepto que te enseñaron tu padre o abuelos contra el que adoptaste con tus amigos; y más aún con el que la vida misma te ha guiado a buscar. Todo es adaptación y encuentro de las verdades adaptables a tu realidad. Pero ¿aún cargas con ese estereotipo? ¿Has dejado que la noción de masculinidad heredada por tu grupo de amigos impere al grado de afectar tu vida? Descúbrelo, constrúyete y reconstrúyete.
Dualidad amistad/masculinidad
Todo comenzó con papá. Ídolo y héroe de la infancia. La mayoría deseaban ser como él. Tus hermanos mayores parecían lograrlo, por lo tanto también erigían el modelo. Ahí comenzó la base, posterior a tu identidad de género de inicio, es decir, el modo en que te identificaste como hombre de acuerdo a tu anatomía. De manera inconsciente, por imitación o porque lo escuchaste de manera literal, aprendiste que debías comportarte de un modo, reaccionar y defenderte (mostrarte seguro y poderoso). No importaba si tus emociones primarias (como el deseo de llorar o escapar de una situación) te dijeran que no empatabas al menos de manera momentánea con ese modelo; tus figuras de poder familiares te instaron a seguir. Hubo grandes lecciones que hasta la fecha empleas, pero también pudiste salir lastimado.
Más tarde, llegaron ellos, tus compinches. La socióloga y psicoterapeuta Marcia Terrazas Quijano comenta que «la segunda fuente de modelos de masculinidad surge del grupo de amigos. Incluso llega a ser más poderosa porque cuando nos ligamos con no familiares, elegimos con base en la identificación. Entonces los hombres aprendieron que en estos grupos vence siempre el más acometedor, quien más desafía a la autoridad. Y es él quien termina dando ejemplo de una masculinidad exitosa, porque al final su conducta consigue lo que pretende».
Te quedó claro desde temprana edad: vencer o ser vencido, dilema que soporta el fundamento de los deportes y hasta de las guerras mundiales. Y preferiste la primera opción, la viva interpretación de masculinidad. Te encontraste con efectos adversos si no lograbas estar de ese lado de la barrera más que por amor propio, por las reacciones y la aceptación de esos compañeros. Y, si de manera natural no lo lograste, había que forzarlo. «Todos hicimos estupideces para ser aceptados por los cuates«, comenta Fabrizio Molina Sáenz, psicólogo y maestro en sociología de la Universidad Iberoamericana. «La elección de amistades se basa en las expectativas potenciales de comportamiento ?masculino?. Y no importó si nos jugábamos la vida, había que demostrar que éramos muy machos. Hacer amistad, es hacer masculinidad», añade.
Después, llegamos nosotras: nuevos objetivos para una manifestación de verdadera virilidad. Justo en el momento en que tus hormonas burbujeaban. Aquí la admiración por la irreverencia y la fuerza pasó a segundo término para dar lugar a la admiración por la obtención rápida, concisa y de calidad de las mujeres. De nuevo el factor competencia se instauró, así como el modo de abordaje. A prueba y error, y con base en la imitación, creaste codo a codo con tus congéneres una guía para surgir vencedor. Si en tu grupo, como en muchos, transitaron por diversas etapas, por ejemplo: aquella en la que perder la virginidad era básico, otra durante la cual la «novia formal» estaba prohibida, o la era de las relaciones serias, etcétera; y tú pudiste cumplir con esa reglamentación imaginaria, con seguridad habrás salido «ileso». No obstante, tu imagen de hombre pudo mermarse si no te adaptaste al lineamiento. Te sentiste aislado, menos agraciado o afortunado, incluso, poco valioso. En definitiva, fuiste etiquetado -quizás sin malicia y como parte del lenguaje de compañerismo- como aquel tendencioso al fracaso con las mujeres, al grado de creértelo. Del mismo modo influyeron otras experiencias fuera de tu grupo, donde observaste casos de éxito con los cuales no te identificaste. Terrazas Quijano afirma que «muchas de las relaciones de pareja fallidas se deben a la poca valoración que una de las partes, en este caso el hombre, se da de sí mismo. Su masculinidad fue quizás lastimada en la adolescencia, donde sus compañeros le enseñaron que debía aceptar una relación aún en términos inconvenientes porque no era suficientemente valioso. Como ves, la amistad puede fomentar ese sentimiento de virilidad o suprimirlo por completo». ¿Dónde sientes que estás plantado tras esa manufacturación de tu imagen masculina? Si desde entonces cargas con esa etiqueta, es momento de retirarla.
Lazos y expresiones
«El macho se extinguirá en las siguientes décadas», aseveran diversos estudiosos de nuestras sociedades actuales. Las conductas que antiguamente se identificaban como respectivas a cada género, donde incurrir en las correspondientes a las del sexo opuesto comprometían la hombría o feminidad, comienzan a ser obsoletas. Por lo que es posible que hoy experimentes desde sentimientos hasta actividades que antes hubieran puesto a tu bisabuelo a pensar que te faltaban «tamaños» (palabra muy de ellos). Aquí es donde comienza el rediseño de la masculinidad.
Por muchos años, en tus relaciones con amigos -donde ya vimos que aprendiste cómo interactuar hasta con las mujeres- dentro de esa exigencia cultural de «ser hombrecito», pudiste interpretar que debes mostrarte estoico sobre todo al externar tus sentimientos, tus vínculos afectivos. De acuerdo a un estudio del doctor Migliaccio, te enseñaron que lo masculino debe ser completamente opuesto a lo femenino. Y aunque ambos conceptos no están necesariamente en contrasentido, en esta confusión creíste que debías huir de toda demostración que pudiese conectarte con el mundo de las mujeres. El ejemplo más claro, tocante a las relaciones emocionales, es el de la intimidad. Es decir, nosotras solemos establecer la intimidad de un modo en que nos expresamos abiertamente unas con otras, podemos contarle, incluso lágrima en ojo, la causa de nuestros pesares hasta a un grupo de desconocidas. Tú, en tus relaciones aún más profundas, con esos amigos de años o con tus hermanos tienes otros «códigos», hasta para declararles lo mucho que los quieres o agradeces su presencia en tu vida. La demostración suele ser poco verbal, más tácita. De hecho, algunos se sienten inadecuados al decirse frases afectivas porque juran que caerán en el campo de lo femenino, atentando contra su masculinidad. Claro, a menos que tengan unas copas encima. Por ende, una clara demostración cariñosa entre hombres puede ser desde una fuerte palmada hasta un golpe o manoteo rudo que lleva entre líneas un mensaje de aceptación. Molina Sáenz afirma que «la virilidad es sumamente frágil porque está sostenida por una serie de estatutos evasivos de reconocimiento de nuestra sensibilidad natural, también biológica, que suprimimos o escondemos con el fin de escapar de una feminización». Por lo regular, creemos que ustedes son menos capaces de intimar, que su interés por revelar algo de sus vidas es nulo y que más que crear lazos, socializan. Lo puntual es que sólo existe otro lenguaje, a veces más honesto que el nuestro.
Por encima de todo, también has comenzado a eliminar esas barreras, muchas ocasiones te permites sentir y dejar salir una inquietud. No podemos generalizar pero sí se está dando un cambio notorio en las relaciones tanto entre tus amigos o familiares así como con nosotras. Dicha evolución está certificando dinámicas mucho más sanas y eficientes. Obvio, es un proceso paulatino.