En la actualidad, todo el mundo parecen consultar a un psiquiatra. ¿Qué tiene que hacer un hombre totalmente sano y centrado?
Estuve a punto de dar la vuelta y salir de ahí. Todo estaba mal. Paredes claras, luz ambiental, bambús decorativos y, sobre la mesa para café que estaba frente a mí, uno de esos jardines de rocas zen en miniatura. Además, escuchaba un ruido continuo y suave; recorrí con la vista la sala de espera y encontré la fuente: una de esas cascadas artificiales con un pequeño arrecife. No había recepcionista, de modo que me senté. Tomé una revista y la volví a dejar sobre la mesa. Tomé el jardín de rocas y empecé a mover los guijarros con el rastrillo; luego, me di cuenta de lo que hacía y también lo dejé sobre la mesa.
¿Que estaba haciendo?
Terapia, psicoanálisis, asesoría? llámalo como quieras. Siempre lo había considerado una farsa, una fuga, una excusa. De acuerdo, no vengo de una familia amorosa. De adolescente, mis padres se divorciaron, mi madre se mudó con una mujer, mi padre se volvió a casar con una viuda de sociedad y a mi hermano y a mí nos enviaron a una escuela lejos de casa. Sin embargo, ninguno de nosotros consideró la posibilidad de una terapia. Imagina qué pasaría si eso sucediera en la actualidad, en esta era de libros de autoayuda y de seminarios para ayudarte a seguir tu vida. ¿Qué nos está pasando? ¿Cuándo dejamos de resolver nuestros propios problemas? Todos nos volvimos débiles y queremos saber por qué. De modo que pedí una consulta con un psicólogo.
Está bien, hay algo más en la historia? un lado más personal. A decir verdad, sentía curiosidad. Conforme me acercaba a los 30 años, la cantidad de personas que conocía y que estaban en terapia había aumentado hasta el punto de que yo formaba parte de una minoría. ¡Y todos hablaban de nosotros! Las mujeres con las que salía llegaban corriendo a los restaurantes disculpándose porque sus analistas las habían recibido tarde. Mis amigos casados no dejaban de mencionar que la asesoría psicológica les ayudaba mucho en su vida sexual, como si a mí me interesara.
Y este fenómeno no sólo se presentaba en la ciudad de Nueva York. Mis amigos devotos de las terapias se encontraban en Los Ángeles, Kalamazoo y Fort Lauderdale. Eran banqueros, amas de casa y vendedores. Jóvenes y viejos. Y ¿lo más interesante de todo? Estaban perfectamente sanos: no sufrían de ansiedad severa ni de depresión debilitante, no padecían ninguna fobia extraña ni presentaban tendencias suicidas. Claro que tenían algunos problemas? ¿Quién no los tiene? Pero no había ningún caso de enfermedad mental. Sin embargo, esperaban con tantas ansias su sesión semanal como yo esperaba la jugada de póker. La terapia era su escape.
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Fue Sigmund Freud quien, a finales del siglo XIX, presentó la teoría de que los problemas psicológicos tienen sus raíces en la mente inconsciente. Las técnicas que desarrolló para llevar esos problemas a la superficie se han convertido, después de más de 100 años de mejoras, en la base de la psicoterapia moderna. Pero ninguno de mis amigos que asisten a las terapias ha mencionado el análisis de los sueños ni la clasificación de los impulsos de Edipo. No, al parecer han pasado el tiempo quejándose de sus molestos jefes o parejas, mientras sus psicoterapeutas se sientan en silencio, simulando que están interesados y tratando de dominar el sueño. Si las cosas empeoran (si la tristeza o ansiedad se vuelve constante), es probable que el doctor extienda una receta o llame a otro médico. Soluciones terapéuticas y curas químicas. La vida sin enfermedades mentales: una idea muy poderosa.
Y popular. Según el Centro Nacional de Estadísticas Sobre la Salud, el número de adultos estadounidenses que consultaron a profesionales de la salud mental aumentó más de una tercera parte entre 1997 y 2005, a casi 24 millones. Y no todos los pacientes son mujeres: 38% de quienes buscan una terapia en la actualidad son hombres, supuestamente animados por los personajes Tony Soprano y Paul Vitti, representados en televisión y cine por James Gandolfi ni y Robert De Niro, respectivamente. El doctor David Gardner, profesor de Psicología en el hospital de la Universidad de Georgetown, Estados Unidos, considera que las raíces de esta tendencia datan de la introducción del Prozac en 1986. «Pero los medicamentos no son los únicos protagonistas de la historia», explica. «Las celebridades son las que borran el estigma relacionado con la psicoterapia. Tomemos como ejemplo a Oprah, quien en su programa solía hablar abiertamente de problemas de peso e historias de abuso sexual, desde entonces se ha presentado un incremento importante en la autorrevelación. Es algo extraordinario».
Sentado en la sala de espera, ponderando mi grado de locura, pensé en la noche en que todo empezó para mí: en la cena para celebrar mi cumpleaños número 35. Un grupo de amigos empezó a hablar sobre lo valiosa que la terapia se había vuelto en su vida, y cuando expresé cierto desacuerdo, todos se apresuraron a callarme.
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«¿Cómo puedes estar tan seguro de lo que dices si nunca has hecho la prueba?», preguntó mi amiga Haley. El resto de la mesa empezó a opinar. Estaba rodeado y eran muchos contra mí. Además, todos tenían un punto que defender. Pocos días después, llamé a Haley para pedirle el número telefónico de su terapeuta y preguntarle cómo era esa mujer.
«Es tranquila, pero exigente», explicó Haley. «No se limita a sentarse frente a ti y hacerte preguntas. Más bien sostienes una conversación con ella».
«¿Sobre qué?».
«Sobre ti».
«Pero yo estoy bien», insistí.
«Ay, querido, nadie está bien. Eso es lo primero que vas a aprender».
Esas palabras se quedaron grabadas en mi mente. ¿En realidad estaba bien? Desde luego que había cosas que me molestaban. Pero, en general, me parecía que todo estaba bien. Vivía en una gran ciudad, rodeado de amigos que me apoyaban y tenía algo que podía considerar una carrera. Entonces ¿por qué estaba sentado en esta sala de espera? No era sólo porque sentía una curiosidad cultural, ni porque mis amigos hacían lo mismo. Era mi cumpleaños 35. Parecía una graduación en la vida adulta.
Pero yo no era un adulto? no en el sentido convencional. No estaba casado. No tenía hijos ni auto. No tenía ninguna propiedad. Ni siquiera tenía seguro médico. Y, sin embargo, todo esto parecía totalmente normal. Había elegido cierto estilo de vida y ahora vivía de acuerdo con este. Un libro exitoso, la negociación para hacer una película? había sido un gran año para mí. Entonces, ¿por qué no me divertía? ¿Por qué había cortado con mi novia? ¿Por qué había escapado a Europa durante dos meses para alejarme de todo?
«David.»
Alcé la mirada. Ella sonreía: una mujer delgada y elegante con cabello ondulado y un hermoso brillo que desarmaba a cualquiera. Estreché su mano y la seguí hasta una oficina ventilada, al final de un largo pasillo. Me indicó que me acomodara en el sofá (sí, en realidad había un sofá) y ella se sentó en una silla frente a mí. Temía que llegara este momento. ¿Cómo confiar en una completa extraña? ¿Cómo compartir con ella los pensamientos que nunca he compartido con nadie más? Sí, esta mujer estaba capacitada (y le iba a pagar) para escuchar. Sí, se supone que sería más fácil hablar de tu vida con alguien que no formaba parte de ella. Pero en realidad nunca había estado convencido de todo esto. Quiero decir, no del todo. Todo el escenario era muy artificial. ¿Cómo debía actuar? ¿Por dónde debía empezar?
Bueno, por el principio, según Freud. Los primeros recuerdos y todo eso. Pero hasta el momento, esto no tenía nada que ver con Freud. Ella no me había pedido que me recostara ni que relatara mis sueños. No, simplemente empezamos a hablar. De esto y de aquello. En ocasiones, me hacía una pregunta directa. Otras veces, anotaba algo. Empezaba a sentirme cansado de hablar de mí mismo, de modo que tuve que crear una segunda versión más pública de mi persona.